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Sábado, 7 de agosto de 2004

Libro de librerías

Acaba de salir de imprenta el pequeño volumen sobre librerías patrimoniales de la Secretaría de Cultura porteña. Es un ejemplo del concepto de “patrimonio vivo” que aplica la entidad y busca abrir el abanico más allá de edificios y lugares físicos, y que ya dio libros como el muy inteligente de los cafés porteños. Pero como ocurre tantas veces con conceptos muy amplios, si no se mantiene tensada la cuerda, si no hay rigor, el resultado se sale de foco. Librerías de Valor Patrimonial de Buenos Aires tiene serios defectos conceptuales y materiales.
Por un lado, hay buenos prólogos –en especial el de Alvaro Abós–, lo que resulta poco frecuente en libros institucionales. Por el otro, hay librerías de indudable valor patrimonial, como Fray Mocho, L’amateur o la de Avila, continuadora de la señera Librería del Colegio en la calle Bolívar. Por el otro, hay lugares nuevos pero con valores evidentes, como El Ateneo en el Grand Splendid, que además de ser una lugar simplemente enorme, está alojado en un teatro bien restaurado y valorizado. También hay librerías con una clara vocación de patrimonio –la patafísica Kier, que pronto cumplirá su primer siglo, o la anticuaria El Túnel– y lugares especializados, muy tradicionales aunque poco conocidos fuera de su ambiente, como la librería jurídica curiosamente llamada Platero, que ya tiene sus cincuenta bien cumplidos.
Lo que no se entiende es qué tienen de patrimonial los locales modernudos, incesantemente remodelados, de la mayoría de las librerías recogidas en el libro. Para peor, la mayoría son simples despachos de novedades, comercios sin especialización ni encanto. Donde se entiende que figure la Librería de la Ciudad, donde sin duda reside el fantasma de Borges, o la muy especial Faro del Fin del Mundo, donde no hacen ruido lugares nuevos como Romano o El Glyptodón, aburren y parecen chivos las otras tantas librerías rutinarias.
Tal vez las librerías resultan no tener el encanto de los cafés, tal vez este libro debería llamarse simplemente Librerías de Buenos Aires, sin meterse a patrimonializar despachos indiferentes. Como sea, debería tener fotos mejor sacadas o mejor impresas, y debería encarar mejor sus textos. Por ejemplo, ¿cómo puede dedicarse uno de los capitulitos a las ciertamente añeja Huemul, sin decir que es una de las mayores distribuidoras y editoras de material fascista y antisemita de América Latina, varias veces allanada por la Justicia?

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