La vuelta de Villa Ocampo
Después de pasar por varias desgracias, la casona de la escritora está consolidada, cuidada y en plena restauración. Un lugar cargado de historia que es también un notable edificio de fines del siglo XIX.
Por Sergio Kiernan
En una calle sin salida, al fondo de San Isidro, escondida en un lote restante de lo que alguna vez fueron 10 hectáreas de campo con vista al río, vive todavía la gran quinta de los Ocampo. Victoria, la agitadora cultural de anteojos blancos, la usó muchos años y la legó a la Unesco que, después de una serie de desgracias, acaba de inaugurar la primera etapa de su restauración. Ya se pueden ver los exteriores como fueron construidos y diseñados por el padre de Victoria en 1891, así como los jardines y algunas de sus salas.
Hay que mirar Villa Ocampo desde dos ángulos. Por un lado, la casa tiene una pátina muy peculiar por su famosa dueña y por la constelación de celebridades culturales que pasaron por ella en una suerte de tertulia continuada. Esto se nota en detalles como la enorme mesa, para 14 personas, pensable sólo en familias numerosas o en seminarios informales de creadores. O también en las fotos autografiadas y los ambientes evidentemente pensados para sentarse a conversar, leer, inventar cosas. Pero si la Villa se llamara García –por decir algo– y no Ocampo, también sería un caserón patrimonial, por su escala y el garbo de su arquitectura, y porque contiene intactos artefactos ya raros de ver.
Villa Ocampo es una residencia francesa de tres niveles, con mansarda y toques neorrenacentistas de maison rural, el exacto tono que usaron con tantas ganas los franceses de la misma clase social, muy acomodada pero no aristocrática. Es una casa con la muy decimonónica indiferencia hacia lo funcional, llena de espacios perdidos y erratas sorprendentes como que la muy paqueta e importante entrada principal acceda a un hall nimio con dos puertas individuales, incómodas y estrechas, mientras que una puerta lateral da acceso a un importante hall.
Lo qué sí tiene la Villa es una amable conciencia de su función veraniega, con cuatro puertas en sus cuatro fachadas, ventanales por todos lados, balcones y más balcones para que nadie se quede sin aire, y una luminosidad más que agradable. La planta más o menos cuadrada define cuatro niveles: un sótano de servicios, ahora convertible a biblioteca y shop, una planta baja copada por un hall distribuidor, comedor, sala de música, salitas de estar y más servicios, un primer piso de dormitorios y más dormitorios, y una mansarda.
El eje y corazón de la casa es el hall distribuidor, de triple altura y coronado por una lucarna delicada y muy de su época, con un vitral horizontal sobre una caja de ventanas multicoloridas. El primer piso se abre en balconadas asomadas a la planta baja, y la comunicación es una encantadora escalera dividida en ramales, inserta en un doble cubo muy noble y amplio, iluminado por un ventanal enorme, un espacio muy bien logrado y generoso.
La planta baja está dominada por un muy formal comedor, de los que había en tiempos en que la gente se ponía traje o hasta frac para la comida. Al waistcoting y la madera de los pisos se le suman dos detalles, un notable hogar realizado en bronce, verdadera rareza, y dos Prilidianos retratando con esos colores apagados y luminosos a la vez a los abuelos de Victoria, criollos y victorianos a la vez. De ahí se pasa a la sala de música y a los dos estares, que Victoria hizo pintar de moderno blanco junto a casi toda la casa, y que conservan un aire 1940 muy modernista, impresión reforzada por dos importantes armarios chinos laqueados, con grandes cerrojos de bronce, tan a la moda hoy en día. Estos ambientes son los más conocidos de la casa, con sus retratos de la dueña famosa y muchas fotos de celebridades.
La restauración de Villa Ocampo después del grave incendio sufrido es atípica en algunos sentidos. Convencionalmente, se empieza una obra de esta escala de arriba hacia abajo, atacando todos los ambientes a la vez. Pero si bien primero se consolidó y reparó la incendiada mansarda –y se la llenó de eficaces detectores electrónicos– se salteó el primer piso para concentrarse en los ambientes famosos, en el comedor y otras partes de la planta baja. Esto es porque la casa de Ocampo tiene un sentido museístico peculiar. La cuestión es que la restauración, ahora concentrada en el gran hall distribuidor, eventualmente “subirá” al primer piso.
Allí se encontrarán con una biblioteca de unos 100 metros lineales de estanterías, hoy vacíos (el patrimonio de la casona está siendo restaurado en el Correo Central, donde está a salvo de nuevos robos) y con un notable baño, probablemente ya una pieza única. El lugar tiene un curioso deck de madera de teca, una bañera revestida en madera y, también integrado a la madera y hasta revestido como en una especie de caja, un inodoro The Boreas Washout Closet, de una antigüedad demencial para un artefacto así y en perfecto estado de conservación. Los sanitarios del toilette de la planta baja –hechos por James Clow & Sons, con sucursales en Nueva York, Chicago y La Habana– son piezas ya raras ya que la mayoría de sus contemporáneas deben yacer en alguna parte de la Reserva Ecológica, molidos como escombros. La planta alta, de circulación italiana, es una sucesión de cuartos muy luminosos, cada uno con su balcón privado y su salida al atrio central.
Quien visite Villa Ocampo quedará impactado por el peculiar color con que está pintada la casona, una suerte de patinado entre ocres y amarillos, en absoluto lo que se espera de una casa de este tipo. Según la Unesco, el tono viene de cateos realizados y fue logrado con veladuras, de modo que envejezca rápidamente y la casa pierda ese aspecto a nuevo tan discordante con su arquitectura. Lo curioso es que la paleta contradice explícitamente el gusto de 1891, mucho más severo. Por ejemplo, lo que hoy es un lugar para tomar café y antiguamente era una antecocina, fue pintado al estilo victoriano, en azul oscuro con stencil floreados. Y al mover un armario apareció un fragmento del marrón oscuro de un ambiente que Victoria mandó blanquear para alegrar el lugar. Simplemente, no se entiende una casa tan canónicamente severa por dentro y tan... Estilo Pilar por fuera.
Como sea, todo envejece en esta vida y Villa Ocampo parece haber quebrado su maldición. A medida que los presupuestos se consigan y la obra avance, la casona será un valioso museo, un centro cultural y un ambiente abierto al público para actividades diversas. Valdrá la pena visitarla, disfrutar de su jardín ahora impecable y añoso, y de ese caserón.