Insuflar vida, fabricar vida, comprender el origen de la vida parece ser una de las grandes fronteras de la ciencia que está a punto de quebrarse. O casi. La expansión de la genética lleva, como es lógico, a la tentación de ensamblar un genoma, de introducirlo en una célula, de permitir que se alimente, se reproduzca y... evolucione. Siguiendo la tradición de Frankenstein y el Golem, pero con una artillería mil veces más poderosa, en los laboratorios acecha la vida sintética, que en poco tiempo puede echar a andar.