Sábado, 27 de agosto de 2005 | Hoy
HOTEL DESIGN CE
Con espacios bien pensados, luz, materiales elegidos y sin recargar las cosas, el hotel Design CE resulta impecablemente moderno y de buen gusto. Y tiene los juegos de aguas reflejadas que son la firma de su creador.
Por Sergio Kiernan
Uno termina acostumbrado a detestar el hormigón. Pobrecito, no es que el duro sarcófago de varillas tenga la culpa, uno recuerda que es un honesto sostén de estructuras. El problema es que terminó estéticamente asociado al adefesio, a las malas proporciones, a lo que chinga el ancho por el alto o por el largo, a lo que no tiene fantasía o elegancia. Se nota más cuando, a las perdidas, aparece una excepción: algo impecablemente moderno pero hecho con gusto, con ideas que trascienden lo utilitario. El hotel del nombre breve, CE, es uno de estos casos.
CE se regodea en la calle Marcelo T. de Alvear, justo al lado de la esquina de Rodríguez Peña, de tener enfrente al palacio Pizzurno y una de las estupendas arboledas urbanas que nos legó Carlos Thays, el francés de plazas y jardines. Este tipo de edificios suele caer en la infantil tentación de pelearse con sus vecinos, de hacer un berrinche modernoso. El CE tiene la madurez de integrarse a la barra: es un diseño que disfruta de las buenas compañías.
También es un diseño que disfruta del diseño, lo que merece un aviso a los cansados de esto del lugar con “diseño”: en el CE se persiguen ciertos efectos pero no el efectismo manierista que está de moda. Su creador, Ernesto Goransky, tiene sus mañas –como siempre, siempre, poner agua en algún lado– pero también la rienda corta. El que entre al pequeño edificio de ocho pisos se va a encontrar en un lobby despojado y claro, con una recepción engañosamente pequeña, un ascensor escondido y un muy bonito bar de mesas bajas, un sofá continuo y una barra con buen café. Atrás hay un inquietante piso de vidrios que permite volar sobre un subsuelo protagonizado por un maxijacuzzi o minipiscina. Goransky cuenta con entusiasmo visible los efectos de luz y reflejos que logra a medida que pasan las horas y se mueve el sol entre los vidrios del cerramiento, los del piso y el agua misma.
Terminado el pavimento aéreo, hay una escalera invisible y un espejo inmenso que hace parecer que el hotel volviera a comenzar, estirando su espacio. Este efecto suele salir mal fuera de Versalles y su famosa galería espejada, pero con tanto vidrio funciona en el CE. Al bajar hay otro bar, un wine bar, una suerte de amplio living y una verdadera jungla de cañerías y equipos, conviviendo armónicamente con muebles de alto diseño e iluminaciones dramáticas.
Las habitaciones, que son el centro exacto de atención en un hotel, también participan de esta simplicidad modernizante. Goransky tiene un cierto gusto por los espacios virtuales, cambiables, y sus suites mayores sólo tienen muros fijos en el espacio más privado del baño. El “segundo” espacio del baño, tomado por una notable bañera-hidromasaje y un armario que consiste simplemente en un rack de perchas y estantes sin puerta ni laterales, aparece y desaparece al correrse la puerta y levantarse una suerte de cortina semirrígida. Las camas son enormes, las suites tienen un área comedor y otro living y en todas la TV de pantalla delgadísima gira para que se pueda ver desde la cama, la mesa, el sofá o la bañera.
La calidad suele estar en los detalles, aquí muy pensados. Cada material fue buscado para que sirva, dure, sea agradable, y uno termina pasando los dedos por cosas que son, al final, plásticos. También hay maderas argentinas, textiles rotundos del NOA, una chaise Apero en cada suite y hasta cajas de seguridad anchas como para guardar una laptop. La impresión de que no hay nada hecho en serie en ninguna parte se confirma cuando se percibe que hasta el elegante riel que rodea las bañeras es una mejora profunda a las mezquinas manijitas que permiten que alguien de edad se bañe sin jugarse la vida. Y fue hecho especialmente.
Como el frente del CE es más vidrio que otra cosa, las habitaciones del frente tienen un fuerte protagónico de cielo, fachadas viejas, arboleda. Este frente le hace un pequeño homenaje al Pizzurno en un imperceptible diseño en sus cementos, una comba que aleja el agua de las vidrierías y es nieta de las rusticaciones rotundas del palacio.
Lo que todavía no se ve es que el hotel CE consiste en 28 habitaciones y varios ámbitos comunes pensados como un gigantesco espacio de exhibición, una sala múltiple de 1800 metros cuadrados para mostrar. Goransky es un veterano de la exhibición de diseño y, además de que todo lo que contiene el hotel es un ejemplar que puede comprarse, piensa producir temáticamente una exhibición por mes. Cada mampara de vidrio, cada muro será un espacio de mostrar.
Otro toque encantador son los restos urbanos que pueblan el hotel. Entre los hormigones de la obra nueva aparecen paños de ladrillería vieja, incluyendo los cimientos aledaños en el subsuelo. Al que se pare sobre el piso de vidrios que sobrevuela la piscina y levante la vista lo espera una espesa medianera de lo que fue: restos de ambientes idos, con sus pinturas y empapelados, sus azulejos y molduras, dejados por Goransky como una marca del tiempo de un edificio que ya no existe.
En fin, el CE acaba de cumplir su primer mes como hotel y ya está encontrando sus dos pies para ser un lugar de movidas de diseño, música, presentaciones. Hasta para el que viva en la ciudad está abierto, con sus bares llenos de reflejos de agua.
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