Sábado, 3 de septiembre de 2005 | Hoy
FERIA DE ANTICUARIOS
Hoy se inaugura la segunda Feria de Anticuarios en el Palais de Glace. Una chance de ver algunos de los objetos más hermosos y soluciones de diseño de sorprendente solidez.
Por Sergio Kiernan
En esa oscuridad dramática que sabe tener el Palais de Glace, se abre hoy la segunda Feria de Anticuarios que organizan los amigos del Museo Nacional de Arte Decorativo. En los dos pisos redondos de la vieja pista de patinaje que reformó Alejandro Bustillo se acumuló lo que tiene de bueno el anticuariado argentino: objetos raros y bellos en todos los estilos posibles, un catálogo de soluciones de diseño y de recetas para que aparezca esa ave tan rara, la belleza.
Una feria como ésta funciona como un museo provisional, aleatorio, casual. Un número finito de profesionales trae la crema de sus stocks, con la única guía de su especialidad y la voluntad de lucirse. Como estamos hablando de Buenos Aires –que no será Londres pero tampoco es nada– la colección resultante es fascinante.
Por ejemplo, las maravillas hispánicas de Lopreito, capitaneadas por un formidable banco taraceado en marfil sobre maderas claras, de respaldo decorado, que anda por ahí rodeado de esculturas y ángeles arcabuceros. O la hermosa serie de grabados franceses de esgrima de Cardamon, vecina a otra multicolor de pájaros tropicales. O las abas árabes de Crayon, acompañadas de una camisola de algodón africana, de colores estridentes, que hace juego con una colección de esos gorritos a rayitas que usan por allá.
El librero anticuario Aizenman exhibe un rincón rosista con dos pequeñísimos retratitos del Restaurador y una notable copia de la proclama de la sentencia a los asesinos de Facundo, autores de “la horrenda mortandad cometida en Barranca Yaco”. En los estantes esperan un dibujo del japonés-francés Foujita, fechado nada menos que en La Paz, y una notable, impecable primera edición de Espantapájaros, el seminal poemario de Oliverio Girondo. El que mire con cuidado descubrirá un pequeño manuscrito de Jorge Luis Borges, escrito a estilográfica con la letra diminuta de cuando podía ver.
Hay en la Feria piezas que sacuden en su perfección. Arita tiene una corona de princesa que no rechazaría Sissi y que anda escoltada en su vidriera por dos terracotas de figuras chinas a tamaño natural. Eguiguren abruma con una cómoda policroma que sostienen cuatro esculturas barrocas y rematan una baranda, una escultura más pequeña y dos vasos (foto de abajo). El frente está cribado de cajones, cada uno con un paisaje pintado. Durgan hace soñar con un atril de leer Jorge IV, de maderas de rosewood ya con dos siglos. Y Sanguinetti se lleva el premio informal a la mejor mesa de este año, con una tilt-top de maderas oscuras y veteadas decorada con sencillez franciscana con un centro y una guarda de motivos vegetales en inlaid de madera negra.
La Galería Studio armó un ámbito delicioso, cubierto de grabados europeos y litografías argentinas y flanqueado por todo tipo de mesitas, incluidas algunas laderas y una de ajedrez (arriba a la derecha). Edipo hizo una chinoisserie, con paisajes sobre seda, enormes jarrones sang de bouef o verde arveja, y un sillón simplemente surrealista que vale la pena visitar especialmente. Circe exhibe una pared entera con 28 grabados alemanes del siglo 17 de idéntico formato y estilo, con los retratos de los electores de Sajonia. Los rostros miran hacia un par de delicados espejos suecos del siglo 18 y hacia cuatro piezas verdaderamente raras: un par de sconces y un par de complejos candelabros franceses, de plata y del 1700, de los que quedan pocos porque fueron fundidos para pagarle las guerras a Napoleón.
En textiles, Lily Beer armó su ámbito con tapices de gran porte, especialmente uno con una escena de caza notable (arriba a la izquierda), y Aubusson exhibe una colección de ese gran especialista, Ohan Kalpakian.
En el primer piso están nuevamente los espacios institucionales. Este año, el invitado es el Museo Udaondo de Luján, que armó una sala de principios del siglo 19, muy pacata, y con joyitas como un retrato miniatura de Pellegrini fechado en 1831 y un óleo naïf de Liniers con mujer e hijo, de fines del 1700. El dueño de casa exhibe el dormitorio de Matías Errázuriz, un ornadísimo conjunto de estilo portugués que acaba de ser restaurado por los especialistas del Museo, gentes de mano segura.
En fin, la lista es larga y cada stand exhibe maravillas que hay que buscar. Un baño de belleza para todos y un lugar para que los diseñadores visiten con block y ganas de investigar.
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