NOTA DE TAPA
Hasta mañana se puede ver la Feria de Anticuarios en el Palais de Glace, que funciona como un manual tridimensional de soluciones de estilo y recetas de belleza en diseño.
› Por Sergio Kiernan
Mañana a la noche se va a dispersar esta colección accidental y encantadora que es la Feria de Anticuarios, la segunda exhibición que organizan los amigos del Museo de Arte Decorativo para reunir fondos, difundir la sana locura de coleccionar y para levantar el nivel de nuestras vidas con cosas bellas y antiguas. El Palais de Glace alojó la Feria desde el sábado pasado y quedan apenas hoy y mañana para darse un baño de estética, textura y soluciones de diseño de impecable elegancia.
Estos eventos deberían invitar especialmente a los estudiantes de diseño y regalarles block y lápiz para sus apuntes. Sería una manera de dejar de inventar la pólvora, asombrándose con las felices soluciones conceptuales que lograron otros siglos, y de plantar la semilla de la elegancia visual, tan mal regada hoy en día. Pero mientras estas intenciones docentes no se cumplan, la Feria fue la oportunidad de disfrutar de creaciones de intensa belleza que raramente se ven.
Por ejemplo, de una mesa de arrime alemana, del siglo 19 pero retro para parecer barroca, que exhibía Sanguinetti. Esta moderada pieza de caoba monta sobre patas salomónicas y está pensada para acodarse a una pared. Sobre sus espirales exhibe una tapa con un centro en ébano de toda negrura decorado con un inlaid de marfil: un grifo alado feroz flanqueado por dos putti músicos, uno tocando la flauta, el otro una especie de clarinete con agujeritos en vez de llaves. El mismo material aparece decorando los lados y rodeando, en flores y plantas profusas, el ojo de la cerradura.
Sanguinetti tiene también la notable mesa tilt-top que deslumbra con las vetas de caoba. Es inglesa, muy de principios del siglo 19, definida como “a la Bullock” aunque no sea seguro que venga de la mano de ese maestro, y es una lección de minimalismo con su rosetón floral en el centro y su guarda vegetal en la orla, todo hecho con incisiones de madera negra. Esta belleza se ve más por esa gran idea de que la tapa de la mesa gire sobre su eje con un simple mecanismo, de modo de quedar parada: la mesa parece un abanico gigante, no ocupa lugar cuando no se usa y tiene un valor decorativo formidable.
Lopreito también mostró un artefacto que merece estudiarse. Es un arcón español en estilo morisco, del siglo 19 pero también anticuado para su época, hecho en alguna madera de gran dureza y profusamente decorado con taraceados de hueso, una técnica llamada casapanca. El arcón no es apenas un baúl sino que dobla como banco para dos, con brazos y respaldo. El asiento se levanta, dejando ver el arcón, y en el medio tiene un coqueto tablero de ajedrez incrustado, con lo que ya sabemos para qué servía. Lopreito también servía de escuela para escultores con una pequeña colección de Cristos del 1600 al 1700, de Goa, Portugal y Sevilla, notables en su expresividad y detalle.
Con su nombre tan extraño, Rambo puso a la vista un objeto francamente fantástico, que pocas veces se puede ver fuera de un museo. Es una pequeña cómoda jesuítica de dos grandes cajones, hecha en el 1700 antes de que expulsaran a la Compañía, en alguna madera dura. Lo notable de la pieza es que está totalmente cubierta de incrustaciones en maderas de otros tonos, con figuras de todo tipo: hay caballeros de peluca, negros, indios de tocado de plumas, pájaros, un yaguareté, un barquito y hasta un par de águilas Habsburgo de cabeza doble. El conjunto es simpáticamente naïf y a la vez de una complejidad paciente como pocas veces vemos hoy en día.
A pocos metros, en Vetmas, campeaba otra lección para escultores modernos: un caballo chino de la dinastía Tang, hecho en algún momento entre 618 y 900 pero con aire de ser producto de alguna escuela setentista y neoyorquina. El caballo de cerámica dura y de gran tamaño es de una expresividad notable y tiene una pátina tan abstracta, tan jugada –la cara del caballo está libremente chorreada, a la Pollock– que pocos artistas hoy en día se atreverían. Ni hablar del perfecto dominio técnico y anatómico del pingo.
En un rincón de Perricholi, medio escondidas, se pueden ver todavía hoy algunas piezas de platería que le harían nombre y fama a un diseñador contemporáneo. Por ejemplo, un sahumador en forma de pájaro y de uso hogareño, peruano y del siglo 19, que los expertos consideran común y corriente pero que resulta de una subida abstracción visual, muy atractiva. Si lo que gusta es el minimalismo más vale abstracto, entonces hay que mirar con detenimiento dos piezas vecinas: son dos pequeñas navetas de plata, una porteña y otra peruana, recipientes con forma vagamente de barquito que servían para quemar incienso en las iglesias. Estas piezas invitan a tenerlas en las manos y ante los ojos, por su pureza de líneas pulcramente contemporánea.
En fin, hay tanto: la escribanía secreta de Circe, el formidable mueble de cajones con patas esculturales de Eguiguren, las miniaturas del museo de Luján, los textiles de Aubusson. La Feria de Anticuarios nuevamente fue un éxito de público y un catálogo tridimensional y bien pensado de fases en esa aventura que es hacer arte y diseño.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux