FERIA DE ANTICUARIOS
Una entrevista con Nigel Pittman, director de Museos y Bienes Culturales de Gran Bretaña, invitado a la Feria de Anticuarios, sobre los instrumentos con que se preserva el patrimonio y se trata de que la construcción nueva sea estéticamente mejor. Una realidad a años luz de nuestra orfandad legal.
› Por Sergio Kiernan
Nigel Pittman es director de Museos y Bienes Culturales de Gran Bretaña, lo que significa que trabaja en el país más riguroso del mundo a la hora de preservar su patrimonio. Sus conferencias sobre preservación edilicia fueron el regalo que le hizo el British Council, la entidad cultural británica, a la Feria de Anticuarios de este año. Pittman lleva más de 25 años ocupándose de museos y protección de patrimonios portátiles e inmuebles, artísticos y urbanos, en Escocia e Inglaterra. Entre 1997 y 2001 fue cabeza de la delegación británica ante el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco. Como director, depende directamente del Departamento de Cultura, Medios y Deportes.
M2 habló con Pittman sobre la invaluable herramienta con la que cuentan los británicos para preservar su patrimonio construido: la Lista. Este catálogo protege desde tesoros sin precio –como la Torre de Londres– hasta infinidad de casas y locales particulares. Al contrario que las fragmentarias leyes argentinas y porteñas, la lista tiene dientes: las multas son temibles y hasta se puede obligar al que demuela sin permiso a reconstruir el bien destruido, con los materiales originales, de época. Gran Bretaña cuenta con centenares de miles de edificios así protegidos y una entidad, English Heritage, dedicada a evaluar permisos de reforma o demolición. En Buenos Aires resulta escandalosa la iniciativa de la Secretaría de Cultura porteña de catalogar 3000 edificios...
“Tenemos un sistema muy sofisticado que funciona desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”, explica Pittman. “Comenzamos a catalogar edificios a partir de 1947 y ya tenemos una lista de más de medio millón, además de los que se catalogaron en Escocia. Tenemos un debate sobre si no son demasiados, porque los standards que se aplican hoy para catalogar son probablemente más altos de lo que eran hace veinte o treinta años. Esto hace que haya edificios en la lista que hoy pensaríamos dos veces si merecen protección.”
La misma existencia de la lista cambió la percepción de los británicos sobre su patrimonio. “El paradigma de qué hacer con las propiedades históricas cambió muchísimo en los últimos veinte o treinta años en Gran Bretaña. Recuerdo a fines de los sesenta y comienzos de los setenta los edificios históricos y sobre todo los victorianos, del siglo XIX, estaban bajo grave amenaza, desvalorizados. La gente no los apreciaba, no resultaban aptos para la forma de vida que se quería, y muchos fueron demolidos antes de poder ser catalogados. Esto era en parte por el impulso de reconstruir las ciudades británicas después de la destrucción de la guerra, barriendo con las cosas viejas para hacer algo nuevo y moderno. Por desgracia, lo que se construyó en general fue muy malo, muy barato. La ironía es que ahora, como cumplieron treinta años, estamos estudiando cuáles catalogar, porque algunos tienen diseños llamativos aunque estén muy mal construidos. Por ejemplo los del brutalismo, que son vistos por una minoría de arquitectos como importantes.”
El mecanismo legal, explica Pittman, es muy simple. “Hay tres categorías de catalogación. Una es el Grado I, que se aplica a la más alta calidad de edificios, como el palacio de Blenheim o el Parlamento. Son 400 edificios de la más alta calidad. Luego hay un Grado II y un Grado II Estrella, que es una manera importante de decir Grado III. La vasta mayoría de los edificios catalogados tiene esta categoría, que significa que la pieza tiene cierta importancia y debe ser atendida por las autoridades de planificación, pero que en última instancia es posible demoler un edificio de Grado II Estrella. Habrá condiciones, como documentar minuciosamente las características del edificio. La Estrella cuida en particular el exterior. Hay muchos edificios que no conservaron sus interiores o cuyos interiores no son gran cosa, pero son preservados en su aspecto externo.”
“Hay una cuarta categoría de preservación que se aplica a edificios que individualmente no tienen mucho valor pero que en conjunto sí lo tienen, y pasan a formar Areas de Preservación. Estas áreas incluyen generalmente edificios que están en la lista y también algunos que los rodean y no están catalogados pero que forman un conjunto valioso. Un desarrollador o constructor que trabaje en un Area de Preservación tendrá como mínimo la obligación de respetar las características de la calle en que está, manteniendo la altura promedio del entorno y la textura.”
Estas categorías se aplican a rajatabla, con fuerza de ley y con castigos durísimos para el especulador que no las cumpla. “Para cambiar de cualquier manera un edificio catalogado, hay que pedir un permiso llamado ‘consentimiento explícito’. Si un desarrollador, por ejemplo, compra un conjunto de edificios en un barrio en mal estado y se encuentra con que una pieza está catalogada, no puede de ninguna manera simplemente demolerla junto a las demás que no están en la lista. Si lo hace, va a tener que pagar fuertes multas o hasta tener que reconstruir el edificio que destruyó exactamente como era y con materiales originales, lo que le va a costar una fortuna. Lo que tiene que hacer es pedir un consentimiento explícito a las autoridades locales, que a su vez tienen la obligación de consultar con English Heritage, que es la entidad oficial que supervisa el patrimonio construido en nombre del gobierno. English Heritage tiene que considerar el caso y, aunque nunca les gusta permitir demoliciones, en ciertas circunstancias las permite con la obligación de documentar en detalle el edificio.”
“Entonces, English Heritage no puede decir siempre que no simplemente porque un edificio esté en la lista, pero a la vez sí puede decir que un edificio es tan valioso que se deben realizar todos los esfuerzos para preservarlo aunque esté en un estado calamitoso. Hasta pueden ordenar a mi departamento o a las autoridades locales que lo expropien, lo que ocurre raramente, pero ya ocurrió en casos en que un propietario dejó que un edificio cayera en ruinas deliberadamente. A veces ocurre por pedido de municipios que tienen edificios valiosísimos pero no tienen fondos para expropiarlos. El ministerio los expropia en un procedimiento en el que el propietario puede oponerse a la expropiación y comprometerse a preservar el edificio. Si no cumple, hay una compra compulsiva y la pieza pasa a administración de English Heritage, con el encargo de encontrarle un nuevo propietario ‘amistoso’, alguien que acepte comprarla con el compromiso de preservarla, no demolerla y buscarle un destino económicamente viable, para que el ciclo no recomience. English Heritage hace obras básicas para que el edificio no se deteriore más, cosas como sellar los techos.”
Las consecuencias de este tipo de actividad están lejos de “congelar” las ciudades y “museificarlas”, como dicen con doble intención unos cuantos por aquí. “Hace unos años, English Heritage hizo un estudio sobre el precio de los edificios en la lista, para ver qué pasaba con el valor de esas propiedades. Encontraron que en la mayoría de los casos el precio sube. A la gente le gusta la idea de vivir en un edificio histórico, catalogado. Los gastos extra que implica mantener edificios antiguos que sólo pueden ser reparados con ciertos materiales son una buena inversión, porque la propiedad se valoriza.”
“Es imposible museificar una ciudad como Londres, o Buenos Aires por caso. Las ciudades cambian, por lo que hay que reconocer qué es lo que le da su carácter esencial, para preservarlo sin ahogar su economía. También está el problema de la calidad de lo que se construye. En mi país se construye mucho pero hay muy poco de real calidad y no se hace nada para impulsar lacalidad estética, en especial de la vivienda privada. Los desarrollos son siempre iguales, casas idénticas, y el standard es absolutamente lo mínimo que marque la ley. Cuando asumió el laborismo en 1997 comenzamos a buscar una manera de elevar el standard de calidad de los edificios modernos, y no sólo los de porte sino los particulares también. Lo que hay que hacer es elevar el nivel de alfabetismo arquitectónico de la gente y de las autoridades locales. Creamos una comisión para educar al consumidor y a las autoridades, y para ser un filtro, una entidad ante la cual el constructor tiene que presentar su proyecto para que sea evaluado en términos estéticos. No es obligatorio pero la aprobación de la comisión es un elemento importante en conseguir la habilitación de obra. Obviamente, la comisión no puede legislar el buen gusto, pero sí puede hacer una diferencia.”
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