LA IGLESIA DE LA SEñORA DE ARANZAZU ESTá EN LA PRIMERA ETAPA DE UNA RESTAURACIóN URGENTE
La iglesia frente a la plaza Mitre acaba de cumplir un siglo y necesita una restauración urgente. Ya empezaron los trabajos, con el mismo equipo que dejó a la catedral de San Isidro brillando en su esplendor.
› Por Sergio Kiernan
Poluida, oscura, tapada de cables y como asordinada por el barullo visual de un centro urbano, la iglesia de San Fernando acaba de comenzar un proceso de restauración. El viejo templo está en las mismas buenas manos que ya le devolvieron su gloria a la catedral de San Isidro, otra iglesia en estado de colapso que hoy da gusto mirar, coqueta en su compleja decoración y brillando con los colores de hace más de un siglo.
La historia de esta iglesia sobre la calle Constitución, frente a la plaza Mitre de San Fernando, arranca en el siglo 18 y en el cruce del Luján con el arroyo de Las Conchas. El poblado, que funcionaba como astillero de poco calado y base fluvial, fue arrasado por una sudestada en 1805 y se mudó a la cercana Punta Gorda, donde fue refundado y se fue ganando el nombre de San Fernando. A pueblo nuevo, iglesia nueva, y un pequeño edificio de estilo español fue erigido trabajosamente durante nueve movidos años. Los habitantes tuvieron que ocuparse de otras cosas, como invasiones inglesas y guerra de la independencia, pero el templo estaba casi listo para cuando el galante coronel San Martín pasó por San Fernando rumbo a San Lorenzo y la historia.
Para 1871, la iglesia quedaba chica y se decidió construir una nueva en un terreno que también estaba frente a la plaza, pero sobre otro costado. La iglesia nueva seguía las líneas del neoclásico español –ver foto–, estilo que para fines de siglo resultaba aburrido a los argentinos enriquecidos, europeizados y convencidos de que los edificios públicos eran señales de identidad, libros en piedra y ladrillo. Además, San Fernando ya no era un pueblo lejano sino un suburbio paquete de quintas donde pasaban sus vacaciones las familias más pudientes. Así se decidió una remodelación drástica.
El nuevo templo fue diseñado por el ingeniero José Fernando Caballero, que creó una nueva fachada y laterales, y cambió la bóveda central, pero dejó los interiores básicamente intactos. Inaugurada en 1905 y siempre dedicada a la virgen de Aranzazu –una vasca muy afincada en San Fernando–, la iglesia fue acumulando una colección ya notable de mobiliario e imaginería, que en estos días está siendo exhibida en las naves laterales.
Lo que construyó Caballero escapa a las clasificaciones rápidas. A primera vista es una fachada neogótica, pero con varios y grandes peros... Las torres y la simetría general de la fachada son fácilmente aceptables, lo mismo que el curioso torretín central, unido a las torres por una suerte de baranda monumental o colonada modesta, y también las ventanas estrechas y altas a ambos lados. Pero ¿qué hacer con el gran pórtico de acceso? ¿Gótico? ¿Románico? ¿Y por qué tiene ese aire Art Nouveau español? Con sus tres arcos disímiles y su raro pedimento sostenido por una especie de consola de arquitos árabes, el volumen del pórtico es ecléctico de diccionario.
El interior es más manejable, con sus combinaciones neoclásicas y sus grandes columnas corintias dividiendo la nave central de las laterales, motivo que se repite en el altar mayor. Es un templo muy bonito, bastante alegre y de proporciones amplias y nada intimidantes.
Pero este templo también sufrió las dos tirrias del patrimonio argentino, la falta de mantenimiento básico y las intervenciones falopas. La iglesia de la señora de Aranzazu, como tantas otras, está cribada de cables, caños y parlantes puestos del modo más barato posible, en muchos casos sin pensar siquiera en las consecuencias de tanto agujero. Lo mismo ocurre con instalaciones como la del gas y ciertas bajadas de pluviales, que para no desviarse ni un milímetro se cargaron libremente molduras y cornisas. Los cateos ya realizados encontraron cielorrasos decorados con murales cubiertos con placa y pintados, manera rápida y facilonga de arreglarlos. Fotos de época muestran que el templo fue perdiendo de modo inexplicable ventanales.
Pero lo más grave lo causó el tiempo. Las dos naves laterales de la iglesia ya exhiben una estructura metálica que sostiene sus techos, que se encontraron al borde del colapso. A simple vista se puede ver que Caballero no cambió las techumbres y dejó las de 1871, de madera y ladrillo apoyado. El conjunto no resistió el paso del tiempo y ya era un peligro caminarle por encima.
Lo mismo ocurre en muchos otros lugares relevados: una de las pesadas campanas muestra una siniestra rajadura que puede desprenderla, la decoración que une las torres en la fachada tiene los hierros tan reventados que hubo que atarla para que no se le cayera encima a alguien, las terrazas filtran, los vitrales están rotos o tienen piezas faltantes, y las fachadas son un verdadero jardín botánico de líquenes y hongos. Para peor, los cateos para saber el origen de la humedad ascendente muestran que el edificio parece flotar sobre una laguna.
Nada de esto desanima al párroco Jorge Scheinig, a los arquitectos Jorge Valera y Francisco Santa Coloma, y al ingeniero Juan José Briozzo. Los tres profesionales vienen de esa batalla que fue San Isidro, que les dejó poca capacidad de asustarse, y las reuniones simplemente se concentran en marcar prioridades y preparar tareas. De hecho, en la lista de tareas se alegran de que no figuran las cubiertas de las torres, bien restauradas hace pocos años, y el tambor de la bóveda central, una muy ingeniosa pieza de arquitectura que combina cabreadas metálicas con una suerte de casco naval invertido, en madera, en muy buen estado. Este sector sólo recibirá limpieza y un poco de antióxido en sus partes metálicas.
La obra en San Fernando va a ser cara y tomará su tiempo, e incluye dejar el templo en estado original, sin aventuras, iluminado como se merece por dentro y fuera, y equipado. En la movida puede incluirse el entorno, ya que la plaza Mitre es dueña de una buena arboleda y está rodeada de varios edificios de valor patrimonial, incluyendo dos gloriosos bancos públicos y una municipalidad italianizada que ocupa el solar de la vieja iglesia. Por desgracia, la cuadra más degradada patrimonialmente es justamente la que ocupa el templo.
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