Sáb 24.09.2005
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El Grand Bourg y la ortodoxia

› Por Sergio Kiernan

El edificio Grand Bourg está prácticamente terminado y su silueta domina la subida de Figueroa Alcorta, asomando por encima de sus mediocres vecinos. De vocación francesa, el nuevo emprendimiento de Costantini puede definirse como un uso en altura del lenguaje neoclásico francés, que es lo más cercano a una tradición propia que tiene Buenos Aires. Es una linda torre, original en su desfachatada cita al gran estilo, con herrerías y modillones pero con amplios balcones, una planta baja visualmente abierta y la última tecnología de confort y comunicaciones. Tiene además un lado divertido: es un pito catalán a la ortodoxia ideológica de la arquitectura moderna.

La ideología moderna en arquitectura tiene sus artículos de fe y los defiende con la misma pasión y los mismos dobleces que otras sectas. Uno es plantear sus ideas como si fueran leyes naturales, afirmar que las cosas son así y listo, dejando al que no está de acuerdo en el lugar del pavo. Un ejemplo: la ornamentación en edificios está mal, es una antigualla, ya no se puede hacer, y el que ornamenta una superficie es derivativo, copia a los antiguos.

Los modernos se las arreglaron para crear una ruptura tajante, un antes y un después. Antaño, los arquitectos –y los diseñadores, y los ebanistas, y los pintores– se paraban sobre sus antecesores y desde ahí creaban. Lo nuevo tenía continuidad con lo anterior. No más: con estupenda desfachatez, los arquitectos copiaron a los plásticos y decretaron la muerte y la inferioridad de todo lo que los precedió.

En buena medida esto fue un suicidio cultural y tuvo el resultado de desvalorizar a la arquitectura, que era considerada la madre de las artes, la más compleja actividad posible para el alma humana. Cuando uno plantea como dogma absoluto que un edificio tiene que mostrar su estructura y no disimularla, ahí se va por el desagüe el Partenón. Y la complejidad de la profesión.

Todo este andamiaje ideológico está en crisis hace rato y hay pocos que todavía se lo creen. El “ismo” moderno se las arregló para matar el viejo canon que hacía que países como Argentina se poblaran a la largo y a lo ancho de casas bien construidas, bonitas y coherentes entre sí. Hoy lo típico es la pila de losas cerradas con lo que esté en oferta en el corralón (la modernidad prende porque es barata).

El Grand Bourg discute esto. No es que Costantini y sus arquitectos se plantearan una polémica intelectual. El empresario, que para su Malba fue impecablemente moderno y con los mismos arquitectos, vio que el cansancio con los planteos modernudos creaba un mercado para un edificio con clase y estilo, y la pegó plenamente. Que el Grand Bourg se haya construido y vendido a toda velocidad muestra que nadie se cree ya los dogmas modernos. De hecho, existe una curiosa tensión intergeneracional: los muchachos no le dan mucha bola a la ortodoxia moderna, que es defendida a rajatabla sólo por usuarios de Gerovital que sienten que la biblioteca nacional es un opus magnum. El estilo internacional sólo se usa en grandes presupuestos institucionales, pero a la hora de hacerse su casa, por ejemplo en un country, nadie lo usa.

Al que le interese el tema no tiene más que darse una vuelta por esa cuadra de Alcorta y mirarla por un minuto. Verá al Grand Bourg alzarse muy por encima de sus vecinos. Luego podrá mirar a los vecinos, que son un conjunto de edificios de departamentos aburridísimos pero modernos, sin ornamento alguno, caros en plata por su ubicación. ¿Cuál es mejor arquitectura? Como dirían en el cercano Palermo, gana el Grand Bourg de orejitas paradas.

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