Sáb 01.10.2005
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NUEVAS PEATONALES CENTRICAS

La lógica de las veredas

Ensanches y peatonales nuevas están cambiando la fisonomía y el movimiento del Centro porteño. Detrás hay un plan para hacerlo más atractivo como lugar para invertir y para vivir.

› Por Sergio Kiernan

Entre rezongos y maitines, los porteños que van al Centro están viendo cambios urbanos concentrados en ciertas calles de circulación masiva y en pasajes de tránsito apenas marginal. Buenos Aires está en proceso de tener dos nuevas peatonales –o calles de tránsito restringido, para ser exactos, ya que vecinos y repartidores pueden entrar aunque con mucho cuidado– y sobre todo está experimentando un drástico ensanche de ciertas veredas. Hay una lógica general en estos trabajos al parecer aleatorios: que haya menos autos en el centro y que este sector no se degrade.

Buenos Aires es de las pocas ciudades del hemisferio que sigue manteniendo un área central viva, con actividad económica y social y buscando nuevos perfiles de utilidad. Donde podría ser como el de San Pablo, una zona muerta de noche y un peligro de día, nuestro Centro sigue siendo más downtown neoyorquino, con intensa actividad real y también con vida nocturna. Es notable, ya que los golpes se acumulan –la transferencia de la recreación a los shoppings y a Barrio Norte, la moda por tener sede empresaria en Puerto Madero– y el Centro sigue perdiendo población y cada vez muestra más espacios vacíos.

Como lo pinta Margarita Charrière, subsecretaria de Planeamiento porteño, nuestro Centro está como en un punto de inflexión. Lejos de estar muerto, sin embargo le cuesta atraer a una nueva población que, la experiencia demuestra, suele ser joven. Es lo que pasó por ejemplo en Madrid, que tras años de anomia y demoliciones a tontas y locas, terminó remozando su área central y logró tornarla en un atractor de jóvenes solos o en pareja, contentos de vivir “cerca de todo” y sin las preocupaciones del matrimonio con hijos. Cuenta la arquitecta que el nuestro muestra una rotunda población de señoras de tercera edad con recursos, digamos, limitados. Lo que explica entre otras cosas el estado calamitoso de tanto edificio.

Las obras de vereda y peatonal encaran lo que Charrière y su equipo identifican como uno de los factores que espantan del Centro, la congestión de tránsito. La primera lógica del plan aplicado es priorizar al peatón sobre el motor, y al transporte público sobre el auto particular. Para eso se hicieron cosas como el cantero central de la 9 de Julio, que ayudan en la tarea casi suicida de cruzar esa avenida, y se midieron las mayores concentraciones de peatones del Centro. La sorpresa fue que las encontraron en Tribunales, por lo que ahora se están terminando de ensanchar rotundamente las veredas de Lavalle arriba y de Uruguay entre Córdoba y Corrientes. Lo notable del asunto es que estos ensanches no se hacen a costa de carriles de tránsito, pese a lo que dicen algunos taxistas, sino de los muchos estacionamientos “privatizados” que mordían esas calles: órganos oficiales y entes de todo tipo se habían hecho con los años de pedacitos de vereda para sus coches. Excepto por alguna embajada sobre Uruguay, estos espacios fueron devueltos con buena onda a la ciudad.

Corrientes, que hoy aparece caótica por el desorden de toda obra, simplemente va a tener ahora el mismo ancho entre Callao y el Obelisco que tiene de Callao para arriba, pero con veredas que van a alcanzar para caminar. Un rincón sórdido de la ciudad, como la cuadra de Diagonal Norte entre Cerrito y Libertad, ya parece otro: tiene luz, es usado por mucha gente como un estar al aire libre, tiene bares que abren hasta más tarde, nuevos rubros comerciales y hasta un conato de limpieza de sus fachadas.

Como Charrière opina que “las peatonales calman” –una buena frase– y que “un lugar bien cuidado, limpio y equipado con tachos mejora el comportamiento de la gente”, nacen obras como la transformación en peatonales del pasaje Santos Discépolo y la corta Tres Sargentos. La de arriba, que corre en forma de S sobre el viejo tendido ferroviario entre Callao y Lavalle y Corrientes y Riobamba, apenas tenía movimiento y era también una especie de parking informal. La del Bajo es otro estilo, parte de un circuito de pubs profundamente animado que es muy posible que se estire sobre sus dos cuadras ahora en obra. El conjunto incluye algunas fachadas notables, un edificio de la Chade, la vieja caballeriza presidencial y la sede final del Bar o Bar, y los vecinos ya se andan organizando para mejorarlo y movilizarlo.

Las siguientes etapas rodean a Plaza San Martín. Por un lado, va a cambiar el final de la calle Florida, que hoy termina en una nada peatonal: es imposible llegar en línea más o menos recta a la plaza porque uno se encuentra con el pobre de Echeverría rodeado de, nuevamente, autos estacionados más o menos en orsai. La calzada elevada se va a estirar, dejando la subida de Marcelo T. de Alvear con un recorrido más lógico y con un cruce a la plaza más cuerdo y breve.

El Círculo Militar, que tiene un parking de verdad frente a su estupendo palacio, lo cedió de buena gana para lo que va a ser una nueva plazuela urbana, con todo y árboles. La fachada va a conservar una suerte de senda vehicular donde hoy hay una calle, porque necesita acceso de proveedores y porque en verano allí estacionan equipos externos que el palacio no tiene, como aire acondicionado, y que sus celosos restauradores se niegan a admitir en forma permanente.

Justo del otro lado, en el Palacio San Martín, desaparecerá otro estacionamiento callejero, el de la Cancillería, que no sólo aceptó la idea sino que hasta pidió que el frente de su sede histórica –hoy ceremonial– sea peatonal. Por la cantidad de colectivos que pasan por Arenales, no va a ser posible, pero la obra incluye repavimentar a nivel, de modo que Palacio y plaza queden al mismo nivel.

Con más espacios para caminar y menos para los autos, con la ley de reciclado de edificios que tratará alguna vez la Legislatura y con un Plan Urbano Ambiental también a tratar en el futuro, el Centro puede dar pelea contra sus competidores y contra sus propios vicios. No es excesivo pensar que su notable patrimonio edificado pueda recuperarse y revaluarse con una nueva población y nuevos usos. El Centro es, después de todo, todavía el espacio común de todos los porteños y también de los muchísimos bonaerenses que cada día usan la ciudad.

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