Sáb 03.12.2005
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DANIEL SCHáVELZON: EL ARQUEóLOGO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES

La ciudad invisible

› Por Sergio Kiernan

Daniel Schávelzon debe tener la profesión más rara del país: es el arqueólogo de la ciudad de Buenos Aires. En países de vetusta antigüedad –toda Europa, media Asia, Medio Oriente, México o los andinos, por caso– un título así no asombra. Pero, ¿Buenos Aires? ¿La ciudad de adobe? ¿Esto? Después de una punta de años cavando, clasificando y escribiendo libros, Schávelzon todavía se encuentra con la cara de asombro.

Se lo merece, porque de hecho todo esto lo terminó inventando él. Se supone que la ciudad colonial no es interesante, apenas una Aldea chata que sirve de prólogo para la construcción de la ciudad europea que la barrió como la ciudad norteamericana la está barriendo ahora. Lo que quedó abajo, seguramente, no debe servir para nada.

Pero Schávelzon y su equipo ya nos acostumbraron a exhibiciones de, literalmente, basura: pozos de basura que cuentan historias fascinantes como qué se comía, qué se usaba, qué abundaba y qué faltaba en esta ciudad. Hace años ya que las grandes obras de restauración –y más de una demolición dolorosa– parecen incompletas si no anda el equipo de arqueólogos descubriendo pozos enterrados y sacando a relucir cómo hacían sus asados nuestros ancestros.

En su nuevo libro, Schávelzon cambia de tema y se va más abajo, a los misteriosos túneles porteños. Desde la primera página, Schávelzon ataja ciertas fantasías y subraya un peculiar fenómeno argentino. Lo único de misterioso que tienen los túneles de esta ciudad es que, gracias a la desmemoria típica de aquí, no quedó registro ni memoria de por qué se cavaron tantos.

Es evidente que el que cava un túnel lo hace para algo. Si bien no son obras particularmente complejas, dan un trabajo notable, intensivo, y son caros. ¿Por qué hay tantos? Las explicaciones más comunes son legendarias y no resisten el menor análisis. Los túneles no eran secretos, no se usaban para el contrabando y no eran alojamientos clandestinos de esclavos. Pensar que en una ciudad que iba del Bajo a Callao y de San Telmo a Plaza de Mayo se podían hacer túneles a escondidas es pueril. El contrabando era una actividad abierta y tolerada, aunque ilegal, y sus productos se vendían en las tiendas. Y los esclavos se vendían primero en la misma recova del Cabildo y luego en las instalaciones de las Compañías en Retiro y en Balcarce y Belgrano.

Los túneles eran en realidad parte de una compleja red de infraestructura muy relacionada al manejo del agua. Esto, hasta donde se puede reconstruir, ya que también típicamente se destruyeron casi todos los existentes al hacer cimientos de edificios más nuevos. Aquí se fantasea, pero no se preserva ningún patrimonio.

Schávelzon reemplaza la aventura de encontrar esqueletos clandestinos bajo tierra –jamás nadie documentó ni siquiera uno– por la del descubrimiento científico de estos edificios ocultos y sus posibles usos. Esto da pie a una larga y fascinante sección sobre usos y costumbres porteñas en comidas, baños y basuras, que va formando un catálogo abundante de los túneles conocidos. El que lea este libro ciertamente no verá a Buenos Aires con los mismos ojos, sabiendo lo que hay abajo.

Túneles de Buenos Aires: Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño, de Daniel Schávelzon, publicado por Editorial Sudamericana.

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