Juegos de luz
Dos casos de restauración con vitrales como
protagonistas: la
desconocida capilla del Hospital Warnes y la
gloriosa sede del Banco Nación en La Plata, que vuelve a la vida después de décadas de abuso.
Por Sergio Kiernan
Hablemos de un fenómeno que va de una punta del siglo XX a la otra. En aquel entonces, se alzaban vitrales en edificios y más edificios de este país, adoptados como elementos de gran lucimiento y destaque. En este nuevo comienzo de siglo, hay un entusiasmo particular por restaurar, mantener, limpiar la obra de aquellos artistas en aquellos predios. Es una reapropiación del patrimonio y una devolución a todos de un toque de belleza irrecuperable. Uno de los casos es parte de la recuperación de una capilla poco vista por parte de la Ciudad. El otro es la joya de la corona de la restauración integral de la sede matriz del Banco Nación en La Plata.
En los últimos años el Nación comenzó a cumplir un programa de recuperación del formidable patrimonio que recibió de las generaciones pasadas y que no siempre supo mantener. Desde este suplemento se polemizó por ciertas adaptaciones realizadas, por ejemplo, en la sucursal de Santa Fe y Azcuénaga. En La Plata no hay nada con qué discutir: hay una perla de edificio emergiendo de décadas de maltrato, intervenciones nefastas y agregados embarazosos. Con rigor historicista, con cordura para el nuevo uso de una sede bancaria y con un afecto que se nota, la creación del arquitecto-ingeniero uruguayo Arturo Prins, inaugurada en 1917, recuperó gran parte de su valor.
El edificio está en pleno centro de La Plata, a metros del pasaje Dardo Rocha, y por afuera no es particularmente llamativo. De hecho, sus dos fachadas en esquina y su acceso por la ochava casi disimulan las verdaderas proporciones del lugar, que sorprenden al entrar con su vastedad y altura inesperadas. Es uno de esos edificios que, en estos tiempos, cuesta creer que se construyeran como locales institucionales. Los escalones de la ochava llevan a un hall de entrada de particular gracia: a cada lado se alzan dos juegos de columnas pareadas, sosteniendo pasajes del entrepiso. Por bajo las columnas, a la izquierda, se accede a una elegante escalera que lleva al primer piso, espacio de oficinas. Alzar la vista significa encontrarse con una bien proporcionada bóveda con cuatro lucarnas ovaladas con vitrales decorativos. Todo el conjunto respira aplomo, elegancia y tradición.
Del hall se entra al amplio espacio central, de triple altura y circular. Es un círculo perfecto sostenido por grandes pilares decorados con pares de pilastras. A media altura, una gran balconada rodea el espacio, creando la ilusión de una segunda campana, como la que corona el salón central y en la que brilla un estupendo vitral, calzado en un anillo sólido y sabiamente decorado. No se sabe el origen del vitral de 12 metros de diámetro. Se asume que es francés, por detalles de su técnica, y es evidente que fue realizado por encargo para Argentina, por el escudo. Su motivo es típico, una marcha neoclásica hacia la prosperidad, con motivos agrarios y del trabajo. El colorido es perfecto, una paleta armoniosa y un estupendo manejo del gran cielo, que cubre mitad del vitral sin alivianarlo en absoluto. Un anillo con guarda vitruviana decorada con motivos vegetales le da equilibrio. Después de pasar por las manos de la familia Sebastiani, es difícil admitir que el vitral se estaba desplomando sobre el público: hubo que poner una red para evitar que los vidrios lastimaran a alguien. Ahora, hasta la claraboya que le da luz fue minuciosamente reparada y sellada.
La crisis económica paró en seco la restauración de esa bella sede del banco y puede verse, literalmente, dónde paró el pincel. Lo que se completó es gratificante: maderas añosas recuperadas, pátinas en las columnas que recuperaron su esplendor, bronces aplicados brillando, espacios restaurados y despejados de atrocidades como las luminarias con tubos fluorescentes que colgaban pesadas y la losa con la que algún vándalo mochó la doble altura del hall de entrada para ganar unos pocos metros cuadrados. El cambio de circulación que, cuerdamente, se respetó, no tiene fecha: el salón original tenía en el centro un círculo con los empleados bancarios adentro y el público caminando alrededor. Hace mucho, probablemente en los años 40, se abrió el círculo y el público lo usa para acercarse a las cajas de atención, que se ciñen al perímetro, cerca de los arcos. De paso, esto permite embobarse con el vitral a gusto.
Según los encargados de la obra, la planta baja estaba arrasada. Más mérito todavía entonces, porque hoy se ven los sistemas de molduras, pedimentos y decoraciones en perfecto estado. Y es una alegría recorrer el edificio y encontrarse con algunos viejos apliques originales de bronce, impecables y luciendo el antiguo monograma del banco. Es una oportunidad de estar en un espacio francamente bonito, pese a la obra sin terminar y a que no se pudo instalar el nuevo sistema de luces que le de relieve a sus características.
El otro vitral, más modesto, fue reparado en Buenos Aires como parte del programa de la Ciudad para su recuperación. Se trata de la capilla del Hospital Psiquiátrico Warnes, un edificio muy poco conocido en el antiguo complejo hospitalar de Chacarita. La capilla está siendo lentamente restaurada y sólo se completaron, justamente, sus ventanales discretos y elegantes, con alegres motivos florales. Los cerramientos estaban a la miseria por los años de abandono y el uso constante que hacían de ellos los pacientes como blanco para descargar agresividades a piedrazos. Protegidos, todavía hay que buscarlos entre andamios internos que intentan reparar la graciosa estructura románica, una excepción en un típico “hospital de llanura” argentino, de pabellones largos y estilo criollo italianizante.
En resumen: dos obras muy diferentes que nos devuelven parte de lo que se salvó del vandalismo de épocas en que lo viejo era eliminado.