Sábado, 4 de febrero de 2006 | Hoy
MáQUINAS AGRíCOLAS NACIONALES
Las máquinas agrícolas Roland son un ejemplo de diseño industrial criollo: prácticas, duras, baratas, de bajo consumo, le ganan en performance a más de una importada.
Por Sergio Kiernan
Hubo un chanta llamado Lisenko, biólogo él, que hizo carrera convenciendo a Stalin de que la ciencia podía ser ideológica. El chanta se autoconvenció y luego convenció –fácilmente– a su dictador de que la evolución no se daba por la selección natural, idea burguesa, sino porque las formas de vida “aprendían” y fijaban conductas y actitudes nuevas. Esta teoría de los “caracteres adquiridos” indicaba que se podía construir un hombre nuevo. Era cosa de crear el ambiente adecuado, con la educación adecuada, para que los caracteres socialistas fueran adquiridos.
Lisenko terminó en el ridículo como responsable de haber atrasado la ciencia soviética por décadas, pero a veces uno se encuentra con personas y actividades que parecen darle la razón. Por ejemplo, la incontenible pasión de los cordobeses por los fierros, la industria, el soldador. Hace algo más de medio siglo, Córdoba era todavía la Docta, productora de burritos, abogados y peperina. Luego se industrializó y enseguida se convirtió, en apariencia, en provincia de mecánicos, hogar de empresas que nacen en garajes y de chicos que sueñan con ser ingenieros o pilotos. Lo que se dice, un carácter adquirido.
Los Rolandi son un caso. Hace décadas comenzaron una industria local de maquinarias agrícolas, al comienzo un taller para la fabricación de los “trompos” de mezcla internos y luego cosas más complejas, con lo que va naciendo la marca Roland. La segunda generación de estos cordobeses industriosos empezó a fabricar unas cortadoras de césped pensadas para terrenos chuzos y difíciles, y para clientes de tierra adentro. Se hacían de a una, a mano y por encargo, en el taller de Villa del Dique, con alguna que otra venta esporádica en la Capital o el Gran Buenos Aires.
En una de esas entregas porteñas, que se hacían en camioneta, hay un accidente grave: uno de los hermanos Rolandi se mata en un choque. El hermano sobreviviente, Roberto, roto de tristeza, viaja a Chile y se queda a vivir por allá. Como es cordobés y tiene los caracteres adquiridos, comienza una producción industrial casera y pequeña, aprendiendo y experimentando.
La vuelta al pago es en 2002, a una Argentina en crisis y sin respuestos para todo tipo de máquinas y equipos que súbitamente están cortados de su cadena de mantenimiento internacional. Roberto vuelve a arrancar con Roland, y su primera máquina es la cortadora de pasto más dura, simple y práctica que se haya visto, realmente –y ya sin bromas o metáforas– un aparato que parece una de esas motos soviéticas irrompibles.
Las Roland “carne ‘e perro” tienen un par de innovaciones de diseño simplísimas que las hacen especiales. Un video de la compañía las muestra pasando por encima de ladrillos, fierros y troncos tirados en el pasto, sobreviviendo sin drama a la peor pesadilla del jardinero o el desmatador. Un secreto es que todas las correas del aparato están arriba y no abajo o al costado del chasis. Otro es que la máquina no tiene hojas de corte, como una convencional, sino un disco giratorio que tiene abulonadas tres chapas que giran libremente. Cuando el disco gira a velocidad, las chapas quedan duramente hacia afuera, por la fuerza centrífuga, con lo que cortan lo que sea. Pero en cuanto golpean algo duro, giran sobre su bulón, con lo que no se rompen.
La tercera gran idea es que las máquinas no cortan “desde arriba”, como una cortadora de césped convencional, sino desde adelante. El operador simplemente encara el paso de frente, como si usara una aspiradora, con lo que estas Roland no tienen el menor problema en atacar yuyales de más de un metro de altura, por lo que se usan tanto en un jardín como en un campo crudo, para abrirlo. Incluso sirven para deforestar, porque se cargan sin problema arbolitos de ocho centímetros de grosor, que no resisten el durísimo disco central.
Como se puede ver en la foto, el modelo básico tiene en realidad tres ruedas. Sentado en el almohadoncito de atrás, el operador simplemente gira la manivela que hace girar la única rueda trasera, por lo que la Roland gira sobre sí misma, muy práctico para cortar alrededor de los árboles en un solo movimiento.
Esta línea de máquinas está pensada para ser usada en medio del campo, donde no hay un taller en la esquina. Los motores son Villa, lo más común en el país, las correas son estándar, las bujías son comunes, el armado es simplísimo y se hace con cualquier herramienta a mano. Donde algunos ponen un buje, las Roland traen un rulemán, simplemente porque duran más. Donde algunos carters necesitan una llave especial para abrirlos, las Roland tienen un tornillo normal.
Además de que los precios son incomparables con cualquier importada, las máquinas son multiuso. Cada una es capaz de arrastrar 300 kilos, con lo que se les puede agregar un carrito batán para llevar herramientas o retirar el yuyo cortado. La cordura del diseño industrial aplicado a estas máquinas hizo que el tallercito se transformara en una serie de fábricas cada vez más grandes –ya van por la sexta– y en exportaciones a todo el Mercosur. Ya hay tres modelos de cortadoras, tres tamaños de carrito, ocho desmalezadoras de arrastre y el primer tractor, anunciado como “un laburante de fierro” y con accesorios para que la yugue de retroexcavadora, pala, moledora de ramas, desmalezadora y, claro, cortadora de césped.
En su manera sencilla y sin grandes filosofías, estas carne ‘e perro se ganaron su sobrenombre y ofrecen un rico ejemplo de diseño industrial adaptado a la realidad: máquinas utilitarias, duras y rústicas, que hacen exactamente lo que prometen y les ganan en performance a competencias importadas más sofisticadas, con bajos consumos y nulos insumos.
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