Sábado, 15 de julio de 2006 | Hoy
INAGURACION DE BERRETíN CONSTRUCTIVO
El Museo Nacional de Arte Decorativo inauguró una linda muestra sobre ese berretín constructivo, el de coleccionar. Fino o demótico, un panorama que va de las motos a la porcelana, con rincones cómicos y románticos.
Por Sergio Kiernan
Debe ser un homenaje inconsciente al palacio que lo anida, pero el Museo acaba de inaugurar una muestra sobre la locura que lo justifica y lo hace existir. Que el Arte Decorativo haga una muestra sobre “Coleccionables y Coleccionistas” lleva a pensar directamente en los Errázuriz, cuyo palacio es sede del Museo, y que fueron ávidos e incansables coleccionistas de arte y antigüedades. Y también a pensar en mucho de lo que contiene y hace al Museo, colecciones de locos de antaño que donaron sus tesoros. Sea, entonces, un chapeau a esos fundadores y una mano en el hombro a los que continúan con la pasión de juntar con sentido cosas de todo tipo.
El MNAD y su Asociación de Amigos tuvieron un éxito con la idea de crear una Feria de Anticuarios, pero a partir de este año la realizan en años impares, con los pares dedicados a exhibir colecciones particulares en casa propia. La idea surgió, como explicó la vicepresidenta del museo Elizabeth Boote, del sorprendente eco que tuvo el año pasado una pequeña exposición de cajas de té. Fue, en cierto modo, un paso corto para dar, ya que el MNAD tiene colecciones de arte a lo grande, colecciones de arte decorativo, colecciones de fragmentos constructivos antiguos y colecciones de objetos finos, delicados y de uso cotidiano que no son exactamente arte. Digamos, como los cofres para el té.
Lo que se puede ver en la muestra tiene, literalmente, dos niveles. En los salones de estilo de la planta baja se exhiben las colecciones más anticuarias y añejas. En las salas blancas del subsuelo, más modernas y neutras, se exhiben los conjuntos más informales y recientes. Así, arriba se pueden ver figuras de marfil alemanas y francesas del 1600, 1700 y 1800, vasos y cajas de rapé ingleses, porcelanas chinas en forma de tomates, bastones, piezas de opalina, abanicos, piezas de carey, cajitas de rapé con forma de zapatitos o botitas, tabaqueras de plata, figuras de madera napolitanas del 1700, cristales de Bohemia, porcelanas de Sèvres, vidrios “de Pekín”, candeleros, pájaros y animales en bronce y porcelanas. Y una serie de objetos que parecen abanicos pero tenían un uso ya olvidado: son pantallas para proteger la cara del calor, cosa de sentarse cerquita de la chimenea pero no arruinarse el cutis.
El subsuelo está dominado por las formidables motos de una colección privada, que incluyen una rarísima Sunbeam de los años cincuenta. Para seguir con el tema del transporte hay unos triciclos tan bellos y simples que uno se pregunta por qué nadie los fabrica hoy; juguetes de hojalata como trenes y aviones; y una Bugatti Type 52 a escala, un auto para chicos pero con un motor real, extravagancia diseñada por el mismo Bugatti hacia fines de los años veinte como divertimento.
El subsuelo también exhibe una notable colección de herrajes de bronce franceses que fueron destinados al palacio Devoto, que nunca se completó. Son verdaderas rarezas, ya que nunca se usaron, y son tantos que forman un catálogo de estilos. También hay aldabas del siglo 19, binoculares de teatro, armas, alcancías y objetos rituales y assegais africanos (lanzas cortas de combate cuerpo a cuerpo). Una nota especial se merecen algunos objetos de la vida cotidiana coleccionados por gente paciente y apasionada. Por ejemplo, las botellas de agua caliente en cerámicas pesadas que se usaban para calentar los pies en esas noches en que todavía hacía frío en este país. Son todas inglesas, pero algunas exhiben marcas argentinas porque fueron realizadas especialmente para tiendas de por aquí. O las migueras inglesas del siglo 19 en papier maché, pares formados por bandejita y cepillo, decorados con chinoiserie o heráldica, que se usaban (y se usan) para limpiar la mesa antes de servir el postre. También hay una cálida colección de potes de miel y una serie de “calienta cucharas”, otro objeto en desuso, que consiste en cuencos de plata que se llenaban de agua muy caliente y servían para mantener tibios los cubiertos de servir, cosa de que en esos caserones helados no enfriaran la comida. El que pise ese sótano debe dedicarles un buen rato a las piezas arquitectónicas chinas de una colección privada, que son simplemente únicas. Son cerámicas que formaron parte de tejados en construcciones de estilo tradicional y lujosas, de las que en la misma China no quedan tantas. Básicamente tejas, se destacan por sus figuras míticas o naturalistas y su notable manufactura. Las piezas mayores, las acroteras, son realmente impresionantes: dragones furibundos que protegían de rayos y otras desgracias en un sistema simbólico de arquitectura. Cómo se usaban estas piezas se puede entender fácilmente por gigantografías que muestran este tipo de edificios en ilustraciones de época, colocadas junto a las cerámicas.
Para inaugurar la muestra se usó la colección de dedales premiada por el Banco Galicia, sponsor de la exhibición, en su concurso de jóvenes coleccionistas, un sano aliento a las manías. Los dedales son de María Soledad Jorge, que compartió la inauguración con Juan Ignacio Pinedo Allerand, que obtuvo mención en el concurso porque a los seis años de edad ya colecciona caracoles.
* Hasta el 3 de septiembre en Libertador y Pereira Lucena, de martes a sábado de 14 a 19. La entrada vale ocho pesos, cuatro para jubilados y estudiantes, y es gratuita los martes.
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