Sáb 11.05.2002
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CONTRATAPA

Francés del sur

“Le Monnier, arquitectura francesa en la Argentina” es un libro que rescata la gran obra de un arquitecto seminal. Y que recuerda una época especial del país.

Por Matías Gigli

Cuando Edouard Stanislas Louis Le Monnier ingresó en la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París, no se imaginaba que iba a dejar su marca como arquitecto en tierras tan lejanas como el Brasil y, sobre todo, Argentina. Era el comienzo de una carrera que dejaría edificios seminales y terminaría instalándolo, pasando por el portugués y el castellano, en un estudio envidiable en el último y luminoso piso del pasaje Barolo.
Le Monnier comenzó a transitar esos años de gloria para el proyecto de las nuevas naciones del sur en Brasil. Primero participó del equipo que planificó y llevó adelante el proyecto de la ciudad nueva de Belo Horizonte, flamante capital del estado de Minas Gerais. Después, como acercándose al sur, pasó a Curitiba e intervino en la construcción de la estación ferroviaria de Ponta Gorda, en el estado de Paraná. Desde ahí proyectó el Plaza Hotel de Asunción, en el Paraguay, con un lenguaje neocolonial lusitano influido por el Barroco que domina todavía Minas Gerais.
Le Monnier llega a la Buenos Aires en explosión, la que estrenaba Avenida de Mayo, la que sembraba sus edificios institucionales. Estancias y mansiones urbanas son encargos en los cuales debe recurrir a sus habilidades de gran dibujante y proyectista para volcar todo el academicismo aprendido en su patria.
La casa de Juan Antonio Fernández y Rosa de Anchorena, actual Nunciatura Apostólica en Alvear y Montevideo (1907), el Yacht Club Argentino (1913), el Consejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires (1925), los edificios Bencich sobre la diagonal Roque Sáenz Peña (1927) y sobre Esmeralda y Tucumán (1929) son grandes proyectos que siguen forjando la imagen de la ciudad que tenemos.
Otros innumerables no fueron perdonados por la incomprensión y la brutal especulación inmobiliaria de que fue víctima nuestra ciudad. Por ejemplo, el edificio de rentas en tres plantas y comercio en planta baja en Cangallo (hoy Tte. Gral. Perón) esquina Esmeralda (1901) y las oficinas de la Sociedad de Ahorro Mutuo (1904) en Cangallo y 25 de Mayo.
Los trabajos de Le Monnier pasaron los límites de nuestra capital. La provincia de Buenos Aires cuenta con muchos trabajos suyos en Lima, Monte Grande y Bella Vista, donde el “Cottage Tocad”, casa de campo de los Le Monnier, es la actual sede del club Regatas local.
Su gran bagaje academicista le otorgaba libertad de acción para desarrollar su creatividad apoyada en un profundo conocimiento de las artes aplicadas, la geometría descriptiva y el dibujo. El proyecto presentado en 1912 para el concurso del Palacio de Gobierno de Montevideo es otro de sus trabajos donde los grandes dibujos a lápiz dan fe de su talento. En Punta del Este todavía se puede ver su habilidad en el Hotel British House, de 1910, y la casa de la Media Luna (1920), todavía existentes.
Rosario es otra ciudad en donde perduran obras suyas: el edificio en 4 plantas para renta y comercio en planta baja en Córdoba esquina Mitre (1910), y la espléndida Sede Social del Jockey Club de Rosario (1913).
Toda esta obra rigurosamente estudiada y catalogada por su bisnieto Cristián Le Monnier y por el Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, presidido por Ramón Gutiérrez, obliga a una profunda reflexión sobre nuestro patrimonio, cómo preservarlo y valorarlo. Sin duda que el primer paso es conocerlo.
El Yacht Club Argentino, quizás por ser el primer edificio que tiene nuestra ciudad al llegar desde el río adquiere características especiales. Es un icono que perdura en el tiempo. Magníficamente implantado, los espacios exteriores con galerías, escaleras, terrazas caracterizan de modo singular al club. Liberado de estilos, en este caso Le Monnier se permitedesarrollar un edificio en planta con un considerable perímetro donde los aventanamientos contribuyen a vivir los exteriores. El tema es el agua.
Le Monnier es un símbolo de los años de su carrera argentina, entre 1895 y 1931, donde la valoración y el respeto por el profesional eran evidentes. Las fotos de época muestran a la gente viviendo y disfrutando de sus espléndidos edificios y, como señala Raúl Rivarola, qué mayor reconocimiento puede haber para un arquitecto. En sus cincuenta años entre nosotros, Le Monnier disfrutó de los viajes por América, Africa y Europa, de su pasión por el deporte y por los días a plein air, una vida que merecía ser vivida. No sólo dejó un legado de obra que hoy es unánimemente patrimonial, sino que además fundó una dinastía de arquitectos que ya va por la cuarta generación. n

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