Ya es oficial: la casona de la calle Membrillar será demolida. La ley que el militante católico disfrazado de legislador del PRO Santiago de Estrada logró aprobar fue publicada en el Boletín Oficial porteño. Miguel “Pancho” Talento, pese a ser kirchnerista, firmó el despacho y apoyó porque tiene una obediencia debida superior a la política: se lo pidió su señora mamá, que es parroquiana de la iglesia de Flores, propietaria y demoledora clandestina del edificio. El jefe de Gobierno porteño Jorge Telerman terminó su gestión con una arrugada típica y no vetó el bodrio que le encajó De Estrada, como hizo en primera vuelta. Es que esta vez el cardenal porteño Jorge Bergoglio tomó el teléfono y llamó a los diputados para que le voten la ley. Telerman arruga pero no es zonzo –en rigor es un virtuoso del cuerpeo de problemas– y ni remotamente pensó en vetar por segunda vez.
Membrillar aloja en su primera cuadra, a metros de Rivadavia, lo que queda de la casa Piana, sede del viejo café La Subasta. La casa estaba protegida por ley como parte de la APH de Flores. El 20 de septiembre de 2003, la iglesia de Flores, que la heredó, comenzó a demolerla de noche, a escondidas, sin cartel ni permiso. Los vecinos se levantaron ese domingo y la encontraron rota y sin techos, pero lograron frenar la piqueta ilegal. El tema fue a juicio y la parroquia de Flores se encontró en un brete, ya que no había manera de ganarlo y el castigo de la débil ley patrimonial es económico: sólo se puede construir una fracción de lo destruido. Allí fue que la curia llamó a su fiel militante, De Estrada.
El legislador inventó de inmediato el proyecto de descatalogar retrospectivamente el edificio, un pastiche legal que a alguien que comenzó su carrera en el primer gabinete –el “gobierno cursillista”– de Onganía le debe parecer de lo más natural. El bodrio era tal que Telerman lo vetó este año, pero De Estrada insistió. Como la cosa no era fácil, Bergoglio en persona comenzó a llamar a legisladores, una gaffe francamente sorprendente en alguien tan hábil en lo político como el cardenal.
Al final, por un terreno en Flores terminó pegado el jefe de la Iglesia Católica Argentina. Suena a mucho: seguramente De Estrada no debe haber recibido felicitaciones demasiado calurosas de su cardenal y referente. El bochorno y la demostración de poder de De Estrada –un hombre de un orgullo luciferino– les costó a los porteños un edificio histórico.
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