Dos casos en cuestión
Dos casos que involucran obras de maestros modernos muestran cómo se discute el patrimonio en un contexto en el que ya hay desarrollada una suerte de militancia. En el ignoto pueblo de Cloquet, Minesotta, acaba de salir a la venta la única estación de servicio diseñada por Frank Lloyd Wright. Construido en 1958, el local fue una especie de favor para un cliente, Ray McKinney, aficionado a la arquitectura moderna que acababa de encargarle una casa a su autor favorito. El cliente vivía en Cloquet y decidió invertir en una estación de servicio, como negocio. La que le diseñó Wright costó el triple que una convencional, pero debe ser de las más bellas jamás construidas. El edificio siguió en la familia estos 45 años y es el hijo de Ray el que la vende ahora, esperando que “alguien la mantenga abierta como estación de servicio, o haga una reutilización sensible”. La estación está en perfecto estado y sin la menor alteración, con su hall vidriado y su torre futurista. Y hace muchos años que está en el Registro Nacional de Lugares Históricos.
Casi en la misma página de esa lista debe estar la casa Farnsworth, en Illinois, diseñada en 1946 por Ludwig Mies van der Rohe y una de sus obras más famosas. Completada en 1951 como casa de fin de semana en las afueras del pueblito de Plano, la Farnsworth está perfectamente integrada al paisaje y muestra en plena madurez el paisajismo que preparó Mies. El 12 de diciembre, la propiedad será rematada en Sotheby’s de Nueva York, con una base de seis millones de dólares. El temor no es que se la demuela –nadie destruiría algo tan caro– sino que la casa o su esencial parque sean alterados, o que simplemente el edificio sea desarmado y transportado a otro lugar para ser revendido.
¿Alquien se imagina este nivel de preocupación por los detalles entre nosotros?
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