LOS ULTIMOS DIAS DE KAPANGA EN EUROPA
El Mono viajero
Seguimos viaje. Nos movilizamos en una Van Mercedes con DVD, CD, dos camas y lugar para el backline y los equipajes. Vamos muy cómodos. El chofer se llama Mike, es alemán y no habla en español, sólo inglés y alemán. Tiene 30 años, está lleno de tatuajes y de piercings, es vegano y straight edge. Maneja muy bien. Igual las autopistas son un billar y no hay que pagar peajes en ningún lado (igual que allá). Estamos en Alemania. Fulda: el lugar que tocamos se parece a la Caverna de Liverpool. Una fan de un metro noventa por un metro sesenta, 120 kilos, se acerca a saludar al camarín y destapa una cerveza con una navaja escondida entre sus ropas. Igual no nos mata, seguimos viaje. Gracias, Helga.
Checoslovaquia, Praga, Plzen (los peores colchones del mundo, el público muy loco), Graz (arriba del escenario terminamos siendo unos veinte cantando El mono relojero). Nos vamos para Croacia, nos espera Zagreb. Los croatas son los más argentinos de todos los europeos: hasta nos curten con las entradas. Pero nos quieren, acá sirvieron de mucho las armas ilegales del Turco ante el acoso serbio. Vamos para Aflenz, Austria. Tocamos en una fiesta del equipo austríaco de surf (?) Sí. De surf. Hacemos culipatín con unas bolsas de consorcio. A la ruta otra vez. Hoy estamos en Chemnitz, es domingo y se extrañan los asados y las pastas con la familia. Nos quedan seis shows: uno en Erfurt, la ciudad de Mike (a esta altura un amigo para siempre, un ángel de la guarda... Pero antes que la música que escucha es mejor el ruido de una motosierra).
Conclusión: después de 43 shows en 58 días, 6 países, más de 15 mil kilómetros en Van, un par de neuronas menos, cargando, armando y tocando, durmiendo un día en una casa con 11 monos, otro día en un hotel, otro en un boliche. Tocamos en todos lados. Con sonidos buenos y sonidos malos. Con poca gente y con mucha gente. Una experiencia musical y humana inolvidable. Con buenas y malas como es “en la vida misma”, pero siempre adelante. EL MONO
PD: Como diría el filósofo de Don Bosco, Rulo Sposito: “¡A la Argentina no hay con qué darle!”.