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Jueves, 13 de mayo de 2004

MELISSA P., ARREPENTIDA DEL SEXO OCASIONAL

La niña santa

La joven escritora italiana que escandalizó y vendió por miles relatando toda clase de hazañas sexuales en su libro, se sale del estereotipo de lolita zarpada. “Conseguí escapar de la torre del ogro”, dirá una vez liberada del desbande la carne sobre carne.

 Por Julián Gorodischer

La zarpadita no es como se esperaba: ni una bomba sexy, ni una pantera. Uno la leyó vestida con sus bragas, probando con la chica, el travesti, la orgía y el viejo verde, como se cuenta en su libro Cien cepilladas antes de dormir. Pero, en persona, se ve a la que nunca se separa del marido, volcada a la vida monogámica, estable, porque “tiene más encanto”. Melenita carré, tono suave y monocorde, dispuesta a dar algunas aclaraciones: se redimió después del último flirt, por fin en el terreno de lo que siempre buscó, el Amor Verdadero. Melissa P. (su apellido Panarello no figuró en el crédito por ser menor de edad) es la chica de los records: un millón de ejemplares vendidos en Italia, una decena de tipos antes de los 16, relaciones narradas con extrema crudeza. Lo tuvo: colmó el auditorio de la Feria del Libro, su libro se tradujo para 25 países y hasta recibe saluditos por la calle: ¡es una estrella! Pero, ¿es verdad lo que cuenta? Ella dirá que es lo que menos importa para la novela. Pero dónde si no en su valor testimonial está el valor de la obra de Melissa P. No en sus forzados giros para nombrar el pene (lanza, flecha, falo africano), ni en el romanticismo de la novela rosa. “Un 90 por ciento es cierto”, concederá con displicencia. Escribió: “Me puse sobre él y comencé a cabalgarlo, con ardor, a golpes dulces y rítmicos alternados con golpes secos, duros y severos; lamiéndolo, lo sentí gemir”.
–¡Cómo te gusta mandar!
–Dominantes y dominados: así es la vida. Pero a mí me gusta como recurso mental, no tan llena de objetos y disfraces como escribí en mi libro.
“El gemía debajo de mí, gritaba, y su orificio se ensanchaba, y yo lo veía rojo de tensión y de sangre” (La nena se “aviva”).
En el fondo, cuesta encontrar en Cien cepilladas... el tono de la adolescente. Entra en el target “junior” por edad y fisonomía; vende como joyita del pedófilo y el voyeur, y lo sabe bien. “Muchos hombres solos, muchos que perdieron ya la lozanía...” Pero la que narra es una que no duda ni cavila, no siente miedo ni se está iniciando. Es una experta desde las primeras páginas. Nunca deambula para ver y probar sino que ejecuta el proceso inverso: estar de vuelta. Melissa, en pocos meses, lo probó todo y con todos, sin miedo ni daño, jamás aconsejada, en acting de “especialista” que le quita dimensión a la lolita. De hecho –dice Melissa–, nunca leyó a Nabokov. ¿Y cuál es, entonces, el destino de Melissa P. en la ciudad de las camas rápidas? En su fábula, propone un retorno a la niña después de la vida loca, ya pasado el affaire multiforme (orgía, cybersexo, sadomaso y entre chicas). Este es el engañoso tránsito: recorrer los detalles de la cosa sexual pero para entregar, en el final, el sermón: “Y terminé en el castillo del príncipe árabe... que me dio las ropas de una princesa”. Buscó la moraleja –dice– para no ser considerada “banal”. En el título se resume la búsqueda del lema: cien cepilladas nocturnas que sintetizan la inocencia de la niña que se arregla. Así queda ubicada en la vereda opuesta a las criaturas adolescentes del cineasta Larry Clark (Kids, Ken Park), alejada de otros diarios de noches salvajes como los de Catherine Millet, Ciryl Collard o el argentino Pablo Pérez, Melissa P. propone un proyecto de evangelización: la promoción del “sexo sólo con amor” y la consagración de sí misma como figura espiritual: “¡Amor! Sólo quiero amor!”.
“Me toqué hasta la exasperación, experimentando miles de orgasmos” (Ella vive “todo a mil”).
–Quedaste hastiada
del sexo ocasional...
–Mi libro es una fábula, y allí siempre hay un juicio. Lo moral está al servicio de una estrategia narrativa. Pero yo no juzgo las relaciones ocasionales, si son placenteras.
–Pero el personaje nunca siente placer.
–No hay placer físico porque no vive con alegría ni felicidad. El pensamiento bloquea el disfrute.
–¿Y si el libro reforzara la visión
del mundo de los sectores más
conservadores?
–No va a pasar; los detesto.
–¿Sos una excepción entre
tus amigas?
–Los adolescentes tienden a identificarse con el proceso interno...
–...
–Digo con lo que siente el personaje.
–El catálogo de prácticas
es variadísimo.
–Era así en realidad, como si me los fagocitara de manera bulímica; eran relaciones sin sustancia, y en el fondo una no es distinta de las otras.
–Con cinco hombres
o vendada, ¿nunca dudaste?
–Yo dominaba la situación, tenía el control de lo que sucedía, era el perno en la rueda...
–¡Tan madura! Y ahora serenada.
–La experiencia extrema se puede volver muy rutinaria, te lo aseguro. La vida simple es la que más te da.

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