FERMIN MUGURUZA, EMBAJADOR NATURAL DEL PAIS VASCO EN ARGENTINA
Cabeza dura, cabeza parlante
El hombre lideró dos grupos clave del punk rock radical, Kortatu y Negu Gorriak. Tiene amigos y público argentino fieles. Cultiva un perfil internacionalista propio de su postura ideológica. Llegó a Buenos Aires para tocar esta noche, pero antes produjo dichos y hechos.
Por Roque Casciero
En la Argentina, los vascos tienen fama de cabezas duras y Fermín Muguruza, como buen vasco, no paró de hacer contactos y cuentas hasta que pudo volver a Buenos Aires. Es que el cantante decidió que si iba a presentar su nuevo disco, In-komunikazioa, la Argentina tenía que figurar en las etapas de su gira. La relación de amistad viene de larga data, desde que llegó junto a Manu Chao para trabajar en un disco de Todos Tus Muertos. En aquella época, Muguruza todavía lideraba Negu Gorriak, casi la continuación natural de su época al frente del hardcore comprometido de Kortatu. Con el tiempo, el cantante se alejó de ese estilo y se volcó al reggae y sus derivados. In-komunikazioa, el disco que presenta esta noche en El Teatro, toma al dub como base para condimentos jazzeros o hip hoperos, por ejemplo. Muguruza llega con una banda de doce músicos (vientos, DJ, coristas, acordeón diatónico vasco) para mostrar un presente de amplitud estilística que define como un resumen de sus veinte años de trayectoria. “La verdad es que hay muy poco de hardcore, pero sí que en algunas canciones todavía le damos a la velocidad”, asegura. “El repertorio está basado en los tres discos firmados con mi nombre, pero también hacemos algunas canciones de Negu Gorriak y de Kortatu. El hardcore es lo que quizás más apartado está, aunque hay un guiño a todos los estilos musicales que me han influido, porque sigo visitándolos. Mi grupo favorito eran los Bad Brains, que mezclaban hardcore con reggae. Y las dos escenas siempre estuvieron muy conectadas.”
–¿Cómo se dio tu alejamiento del hardcore y tu acercamiento al dub y al reggae?
–Fue una cuestión de adaptación musical. Una vez acabado lo que hice con Negu Gorriak, hice una colaboración con el grupo Dut (en el ‘98 tocaron en Buenos Aires, en la última visita de Muguruza), y luego comencé a trabajar una línea musical alrededor del reggae, que era la constante que había estado desde el primer disco de Kortatu. A partir del 2000 empecé a meterme más con el reggae, creo que por un encuentro natural: era el único estilo que estaba presente en todos los discos que grababa. El nuevo dancehall con Anthony B, Sizzla y Buju Banton fue lo que volvió a agarrarme. Más allá de que no me haya arrimado tanto a esa corriente, gracias a su aparición fue que decidí ahondar en el reggae. Quizás me meto más con un reggae electrónico, donde al ralentar los ritmos me da mucha más profundidad y puedo introducir nuevos componentes musicales. Siempre con el reggae como cadencia, como constante sonora.
–La otra constante es que cantás en euskera (lengua vasca). O sea que mezclás el reggae con tu cultura ancestral...
–Pues sí. Es una de las cosas de las que más orgulloso me siento, porque son muy pocas las bandas que pueden cantar en su lengua de origen y así presentarse en tantos países distintos como puedo hacerlo yo. Y además de ser un orgullo, eso me da fuerza para seguir adelante. En este momento en el que la gente se da cuenta de lo que supone la homogeneización cultural que propone la globalización, que cantemos en un idioma que sólo hablamos 800 mil personas y que podamos presentarnos en cualquier parte del mundo, es algo muy importante no sólo para nuestra cultura sino para todas las otras culturas del mundo que están en riesgo de extinción. Estoy trabajando en un programa para que todos los inmigrantes que llegan tengan la posibilidad de aprender gratuitamente el euskera. Porque si encima del desarraigo cultural y la precariedad laboral no pueden entendernos... La nueva generación de gente que viene de otros países está en las escuelas con el modelo de enseñanza en euskera. Es bien bonito ir a recoger a mis hijos a la escuela y ver que gente que viene de Africa, de los países del Este o de América latina están hablando entre sí en euskera. Es una lucha cultural que llevamos adelante por la defensa de nuestra identidad como país, que siempre hemos basado en la difusión de nuestra lengua. Y sigue dando sus frutos por esa convicción que tenemos los vascos.
–¿También en el País Vasco se da el mestizaje cultural que hay en ciudades como Madrid o Barcelona?
–Sí, sí. Cada vez está viniendo más gente y eso produce un movimiento migratorio muy interesante, porque nos aporta la cultura de otros países. Por ejemplo, produje aquí el disco de una cantante de Guinea Ecuatorial que canta en euskera, pero que tiene un bagaje de música negra. Se están produciendo fenómenos muy interesantes, con la música como vanguardia, de lo que son los encuentros entre diferentes culturas. Ya tendríamos que empezar a hablar de multiculturalidad. Por supuesto, ciudades como Madrid y Barcelona son multiculturales, con los riesgos que eso conlleva. Pero también con la grandeza y la riqueza que implica tener muchos mundos en un mundo solo.
–El término globalización se usa para un modelo cultural impuesto, cuando en realidad globalización debería significar multiculturalidad, ¿no es cierto?
–Claro, fíjate cómo se ha utilizado la palabra “globalización” de manera muy canalla. Es un robo, un rapto de palabras que siempre ha utilizado el conservadurismo. Hay una pugna dialéctica, pero “globalización” para ellos es un término sólo económico que habla de la consecuencia del neoliberalismo. Es decir: ningún control para la expansión del capitalismo salvaje.
–¿Cómo se gestó la gira Jai Alai/Katgumbi Express que compartiste con Manu Chao?
–Con Manu siempre habíamos colaborado en conciertos y en discos, pero alguna vez teníamos que hacer una gira formando parte de un mismo proyecto musical. Cuando la teclista de mi grupo quedó embarazada –del bajista–, decidimos retrasar un año la presentación de In-komunikazioa. Entonces coincidí con Manu en una fiesta de apoyo al zapatismo que se hizo en Madrid y él me dijo: “Pues, si no vais a hacer gira el año próximo, es el momento justo en el que tenemos que armar algo juntos porque yo también estoy libre”. Nos fuimos a Barcelona y empezamos a mezclar canciones suyas con otras mías, a recuperar canciones de los repertorios antiguos de cada uno. Fue un experimento muy interesante, porque nuestras energías son diferentes, pero se complementan. Fue una experiencia increíble. Empezamos en locales pequeñitos y terminamos en salas para 20 mil personas.
La gira se convirtió en polémica cuando se cancelaron tres shows (en Madrid, Valencia y Huesca) por la participación de Muguruza en el partido nacionalista Herri Batasuna, proscripto por el gobierno de José María Aznar con apoyo parlamentario, por ser considerado el ala política de la organización terrorista ETA. Fermín recuerda la controversia: “El Partido Popular (el de Aznar) tiene una obsesión con todo lo vasco, pero especialmente con dos personas del mundo de la cultura que hemos defendido nuestras ideas y no nos hemos arrodillado ante ese rodillo implacable de pensamiento que se había impuesto: Julio Medem (director cinematográfico) y yo. Entonces, cuando actuamos en Madrid con Manu ante 15 mil personas, además de un concierto era una denuncia de las grandes mentiras del Partido Popular, en especial la que estaban armando alrededor de la guerra de Irak y con la política de confrontación en el País Vasco, que incluso llegó al cierre del único periódico en euskera. Entonces el PP dijo: ‘Hasta aquí habéis llegado’. Me usaban a mí como chivo expiatorio y presionaban a Manu, porque también se convertía en una persona muy incómoda. Incluso llegaron a ofrecerle que hiciera los conciertos si yo no tocaba. Imagínate la respuesta que les dio... Quisieron suspender el último concierto, en Barcelona, y llegó a llamar el ministro del Interior diciendo que yo no podía subirme al escenario. Pero en Cataluña hay otra clase de peso político, entonces pudimos tocar. Ellos siguen al ataque, porque los fascistas son perseverantes. Se la han tomado conmigo y me han cancelado cinco conciertos en esta gira, pero seguimos adelante porque nosotros somos todavía más perseverantes, como buenos vascos”.
–¿Qué te pareció la reacción del pueblo español por el manejo de la información durante los atentados de 11 de marzo en Madrid?
–Desde el primer momento se sabía que no había sido ETA y sin embargo, incluso después de que hubo una reivindicación de una brigada de Al Qaida, seguían diciendo que la única línea de investigación era ETA. Antes hablaba de esa nueva inquisición que armó el Partido Popular contra mí y contra Julio Medem (quisieron prohibirle la película Pelota vasca, pero la solidaridad del mundo del cine lo impidió). Entonces, la gente empezó a dudar porque se daba cuenta de que éramos objetivo de la ira del fascismo. Dentro del mundo cultural, hasta Pedro Almodóvar sufrió la ira del Partido Popular, que es la continuación del franquismo. La derecha siempre ha tenido una obsesión con atacar a la gente de la cultura, del libre pensamiento y la libertad de expresión. Ellos intentaron decir en todo momento que había sido ETA porque eso les podía dar unos rendimientos políticos. En la gente había una especie de escepticismo generalizado, que cuando se empezó a descubrir la mentira se transformó en democracia participativa. La gente quiso saber la verdad y lo que hizo fue echar al Partido Popular del gobierno. La única manera que había era votar al Partido Socialista. Y éste ha tomado buena nota de lo que es la democracia participativa de un Estado español en el que la gente ha despertado y sabe que, si se siente engañada, puede voltear un gobierno.