JOSE MARIA MUSCARI, AUTOR TEATRAL HIPERACTIVO
Revolución productiva
Tres obras suyas resaltan en la numerosa cartelera teatral porteña: las recomendables Derechas y Catch, y el reciente estreno Shangay. El autor teatral más elogiado y activo de los últimos tiempos habla aquí de su nueva criatura, y también de la curiosa experiencia que vivió en Chile.
› Por Eugenia Guevara
El joven director y autor teatral José María Muscari (28) es conocido por obras emblemáticas dentro del teatro off como Mujeres de carne podrida, Pornografía emocional o Disco, así como también en el teatro “establecido” con Desangradas en glamour, Alicia Maravilla o Pareja abierta. En estos momentos, Muscari tiene en cartel tres espectáculos suyos al mismo tiempo: Derechas, Catch y la recién estrenada Shangay, donde debuta como actor en una obra de su autoría. Además de hablar de esta nueva criatura, aquí anticipa sus proyectos para el año que viene: una adaptación personal de la tragedia griega de Electra (Electrashock, que se presentará en el próximo Festival Verano Porteño, en una versión muy fiel a su estilo) y Privacidad, sobre un texto de Susana Torres Molina.
–¿Cómo son tus días con tantas actividades paralelas?
–En realidad, me organizo bastante bien y me dedico sólo al teatro. Me apasiona terriblemente lo que hago, así que siempre busco el espacio para hacer lo que quiero hacer. También aprendí con el tiempo a delegar responsabilidades.
–¿Por qué decidiste actuar en Shangay?
–Había actuado antes, pero nunca en una obra escrita y dirigida por mí. En realidad, en esta oportunidad es algo así como un desdoblamiento. Escribí la obra desde un lugar de sensibilidad muy personal y fui postergando mi actuación por la dirección que me robaba tiempo para poder comprometerme con estar en escena. Es algo muy personal ponerme yo en juego, también es un placer porque armé un elenco de personas con las que me gusta mucho trabajar. Además no estuve solo; hubo quienes desde afuera me dieron una mano con su mirada, como María Urtubey y Ana Katz,
–¿Cómo definirías este proyecto en función a tus obras anteriores?
–Es una instalación plástica, medio kitsch, medio chino del Once. Hay sushi, té verde, una mesa en un bar. La idea de incorporar a los espectadores a los espacios de la ficción es parecida en otras obras mías. Si bien el espectador no participa, está insertado en lo que sucede. También, desde la actuación, es como una continuación del tipo de actuaciones de Grasa, más contenidas, más realistas. Lo que tiene Shangay de particular es que la historia parece ser más sensible, tiene un hilo conductor más claro. Es una pareja a punto de separarse en un restaurant chino, aparece la madre de uno de ellos para evitarlo, pero finalmente pasa. Esta es una obra no festiva. Mis obras siempre tienen algo de fiesta, ésta empieza así y termina tremendamente. Mucha gente me dijo que había quedado angustiada después de verla. Es que Shangay tiene un color y una sensibilidad que mis otras obras no tienen.
–¿Por qué la cultura oriental como trasfondo para la historia?
–Lo de Shangay se relaciona con la fascinación que yo mismo sentí en algún momento con todo lo extranjero, con lo oriental, con esa decoración minimal, con esa comida. Pero esos espacios me llevaban a que me sintiera incómodo, vacío, frívolo. Esto se mezcla en la obra con el tema de lo gay que también está de moda: es cool, es moderno. Tiene un sentido de la estética que está bueno. Digamos que critica el universo de lo gay desde lo chino. Incorpora la cultura oriental desde un desconocimiento, desde una especie de impunidad argentina. En ese restaurant son todos argentinos, una caterva de ignorancias que creen que todos los chinos son tintoreros o que te putean cada vez que entrás al supermercado. Desde lo argentino, me parecía un buen escenario ese restaurant donde la pareja gay, cool, hermosa y perfecta decide separarse.
–¿Qué pasó con Catch en Chile?
–Fuimos muy bien tratados. Llegamos a hacer una función de prensa e invitados. Aplaudieron de pie. Fuimos tapa de los diarios, pero el productor no había sacado los permisos laborales para nosotros. Lo vivimos como una película bizarra y surrealista, desde un hotel cinco estrellas,pero sin un peso. Pudimos, eso sí, demostrarnos que la obra funciona con otro público y en otro lugar. Pero me hacían entrevistas como si fuera un director pornógrafo, así que se les complicó conseguir los permisos. No fue una censura directa. En la Argentina, la obra tiene ribetes muy políticos, pero que causan risa, como lo del travesti que se acostó con Videla. En Chile, cambiamos estos nombres por los de funcionarios de su dictadura, pero fue recibido con tensión. Creo que allá no tienen elaborado, como acá, lo que sucedió en el pasado.