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Jueves, 21 de octubre de 2004

CRONICA Y GUIA DEL BARRIO MAS INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES

Bienvenidos a Once

El suceso de la película El abrazo partido y el reciente estreno de la serie televisiva Mosca y Smith en el Once ponen en el centro de la escena un barrio muy particular, con vida y personajes propios. Donde se hablan muchos idiomas y conviven muchas costumbres: gente, olores, dinero, sabores y soledades. Antes que sea “Once (y algo más)”, conviene experimentarlo tal cual es...

TEXTO: MARIANO BLEJMAN
FOTOS: NORA LEZANO

Un policía empalma su gorra con la mano izquierda, mientras usa la derecha para tocar unos collares de oro que vende un senegalés que hace un año llegó a la Argentina, y ya tiene trabajo: vende oro. Dice que vende oro sobre calle Corrientes, entre Pasteur y Azcuénaga porque cuando llegó de su país sólo conocía a otros morochos como él (que venden oro en Plaza Miserere) y porque hasta que pudo aprender a hablar algo de español, sólo le quedaba dedicarse a lo que sus amigos le ofrecían: vender oro. Pero Nakar así se llama el senegalés tiene un walkman enchufado a su cerebro donde oye mœsica de su país natal. Entonces, su cabeza permanece en otro planeta.
El brasileño de Viamonte y Uriburu, en cambio, está todo el día sentado en la puerta de un locutorio. Nadie sabe bien a qué se dedica, pero ya se hizo amigo de Coco, el quiosquero que durante las noches permanece abierto y oficia de guardarropas de Angelís, boliche gay, travesti y de otros, enfrente a la morgue. La morgue que se llena de movileros y fotógrafos cuando hay alguna muerte famosa que las revistas del corazón deciden cubren con ahínco. Unas cuadras más allá, un ejército subterráneo de mozos viaja de un negocio a otro, llevando no sólo cafés sino también historias de vida. Son los mensajeros del chisme, los amantes de lo ajeno (pero no de lo material, tan sólo de sus sueños), capaces de equilibrar dos tostados, tres cortados y dos medialunas, esquivar tres coreanos y una familia judía con una sonrisa, llegando justo a tiempo cuando la panza pica en la lencería de enfrente.
Antes que sea tarde, el No se metió a recorrer el Once para ofrecer su propia versión turística de lo que ya comienza a ser mirado con otros ojos. Un poco, después de la película El abrazo partido de Daniel Burman (elegida para representar a la Argentina en el Oscar, reestrenada hace unas semanas). Otro poco, con la seria intención de que la visión sobre el barrio más políglota de Buenos Aires no quede sepultada por la llegada de la serie de Telefé Mosca y Smith en el Once, de los publicistas Agulla & Baccetti (los mismos del penal a Dios, la cucaracha de MTV y, sí, la campaña presidencial de Fernando de la Rœa). Resultado: hay cada vez más turistas Átambién en el Once! Un barrio no detenido en el tiempo: porque el tiempo pasa más rápido en el barrio judío, coreano, boliviano, peruano, senegalés, burkinafasino, chaqueño, rastafari, policía, mexicano, sanjuanino, explosivo, del Once.
El barrio viene a ser una especie de aquelarre mal organizado de los mejores sueños o de abrumadoras derrotas cotidianas. Detrás de ese aparente caos hay un perfecto control donde cada papelito tirado en el suelo puede ser el mensaje que otro recibe, donde los rostros piden no ser fotografiados jamás, bregando ser anónimos en ese sílugar lleno de extraños planetas por algœn asunto de migraciones, economías o política internacional. Es curioso: están para vender, pero prefieren ser perfectos desconocidos. Como si la intimidad de la calle o mejor aœn, el bullicio de las veredas fuera el mejor escondite para esas mañas con historia.

Antecedentes
Once es el mejor centro de informaciones de la ciudad para saber cómo marcha el rumbo de la economía. Se llenó de negocios de importación y exportación durante la convertibilidad, y cuando vino la debacle los coreanos y sus puertas importadas se cerraron en menos de una semana. Parecía que el Once iba a morir definitivamente, que la ciudad se correría a Palermo Hollywood (donde fueron muchos de los hijos de la colectividad judía que crecieron en el Once) dejando un vacío, pero en menos de un mes otros coreanos, unos peruanos, algœn argentino, de nuevo los de la colectividad judía, habían abierto tiendas de telas, de cortinas, desábanas, de ropa nacional, o importadas pero truchas, y ya estaban comprando nacional y vendiendo como si nada hubiese sucedido. A pesar de su historia migrante, el Once es sólo presente: hombres que se levantan un día para llegar a la noche, para volver a despertarse al otro día. Además es un barrio móvil. Porque sus negocios son intercambiables: como que las oficinas de viajes están en una galería de Corrientes, o en otra de Castelli. Que las casas de juegos que están por Azcuénaga al 300 a veces están al 200, otras al 400. Que las telas andan por Pasteur, o por Larrea, depende la hora del día. Se van moviendo.

Dónde comer
El legado de haber sido barrio plenamente judío hasta los ´80 no es en vano. Además de la AMIA, las sinagogas, los templos, los clubes y los teatros sobre todo los fines de semana, se suele ver a las familias judías más religiosas paseando por estrechas veredas en busca de esos lugares donde comer aprobado por los rabinatos. Por Viamonte entre Pasteur y Azcuénaga hay un par de restaurantes kosher sólo basta chequearlo en la página www.todokosher.com que tiene información bastante actualizada sobre los vinos aprobados por los cuatro rabinatos. Existe una variada gama de restaurantes al paso, sobre todo los que valen un peso. Un peso, al paso. Todavía no se le ocurrió a nadie. Es fácil encontrarlos a pesar de la sobreabundancia de oferta visual del barrio. De la mítica Perla de Once, donde Tanguito compuso La balsa que cantó Litto Nebbia (y que anunció, como en un mantra, Javier Martínez en la grabación original de Tango), quedan sólo recuerdos más o menos sucios.
El œnico momento donde queda clara la convivencia de las comunidades es el domingo al mediodía: sólo quedan abiertos lugares para comer, sólo van a comer aquellos que trabajan como perros durante toda la semana. O aquellos que se toman la tranquilidad del barrio para encontrarse con los suyos. Pero los lugares también están escondidos: podría decirse que de calle Rivadavia hacia el sudoeste es zona peruana y boliviana de bares, mientras que hacia el sudeste se encuentran los coreanos, y sus consiguientes laveraps, aunque se distribuyen bien con los mercaditos.

Dónde dormir
El hotel tiene vista a la plaza, confort asegurado, buena atención de una madama con acento español, algo de limpieza en sus escaleras de mármol, aunque no se puede hablar bien del asunto del ruido: enfrente se detienen prácticamente todos los colectivos de Buenos Aires. Exactamente 31. También llegan los trenes, los camiones y las vans en que viajan ilegales hacia Morón y Moreno. En frente están los gatos subidos a un monumento que casi nadie sabe qué conmemora. Es por la batalla del 11 de septiembre de 1852, donde los martes un grupo de evangelistas o tan sólo un evangelista con megáfono rojo rezan plegarias y cuentan experiencias personales donde conocieron a Dios, pero no pudieron arreglar nada. Ese es el contexto para alojarse en el Hotel Once (sobre Rivadavia, frente al Centro de Jubilados), un arruinado albergue que presume de un pasado ampuloso y que cobra unos veinticinco pesos la noche, veintiocho si es fin de semana o feriado. Sobre la calle Pueyrredón está el Hostel Pueyrredón. Lo raro es que su entrada no existe.

Dónde comprar
Hay un secreto jamás contado: ¿cómo conviven tantos negocios parecidos en una misma cuadra? Pues, no todos los negocios que parecen ser iguales son realmente iguales. Para comprar una cortina y sus accesorios hay que recorrer por lo menos tres de ellos. Uno para la tela, otro para el barral, un tercero para las terminaciones. Un local de la galería de Corrientes al 2451 ofrece: “Traiga a toda su familia con confianza yseguridad” para viajar por Jovicar Tours hacia el Perœ. Se puede ir a Lima y volver por 175 dólares, en avión cuesta 280 dólares. En la puerta, una señora petacona de rulos está comiéndose un sandwich mientras ofrece dólares (compra a 2,96 “mejor que en las casas de cambio”), y en la pared un cartelito ofrece entradas para la “Gran Pollada” que la comunidad peruana realizará próximamente en el Club Italiano. La pollada es eso: un gran lugar donde se va a comer pollo, con sorteo.
También en la galería se venden celulares por 70 pesos, sin promoción del Día de la Madre ni nada. “Usted puede convertir a tarjeta cualquier teléfono móvil posible”, invita un hombre desde la puerta. En el fondo de la galería, una peluquería atiende con fotos derruidas e invita a sentarse. Sólo peruanos están sentados allí, cortando sus esperanzas de a poco, rogando que no sean canas azules lo que sale por atrás. Los peruanos han recreado su mundo, amparados entre ellos. Hasta montaron estudios jurídicos donde asesoran ante problemas legales.
Un grupito de manos tristes juntan unos platos de arroz y comen en las cabinas de unos locutorios de madera que venden la tarjeta La Peruanita, una versión de la Hable Más, que por cinco pesos comunica con Perœ y Áhablás más! Porque en Corrientes 2451, el imaginario está puesto a miles de kilómetros de distancia: en Lima. Es una economía dentro de otra economía, colapsada por países colindantes (como Bolivia o Paraguay), pero también influida por economías más lejanas como la china o coreana.

Qué visitar
La plaza de Once (en realidad, Plaza Miserere) tiene un Centro de Jubilados, cuyos miembros juegan todos los días al tute y a las bochas. He aquí una revelación: ¿notó alguien que Plaza Miserere tiene una lujosa cancha de bochas en el medio de la plaza? Como sea, ninguno de ellos estaba cuando, en 1799, fray Damián Pérez, religioso franciscano, recibió un terreno donde más tarde se levantó una capilla dedicada a Nuestra Señora de Balvanera, la que durante mucho tiempo proveyó las necesidades espirituales de los escasísimos vecinos del lugar. Segœn una versión, el nombre de Miserere proviene del vocablo latino Misserere que significa “ten compasión”, por la matanza de animales en la época del Matadero del Oeste. La plaza fue importante escenario durante las invasiones inglesas y desde allí don Santiago de Liniers intimó la rendición del general William Carr Beresford. Por cierto, se llama “Once” por la fecha de la batalla de Pavón, el 11 de septiembre de 1852.
Alejados del bizarrismo que percude cualquier visualización del barrio, los recordatorios de los 85 muertos que dejó el atentado terrorista a la AMIA están incrustados en las baldosas de Pasteur desde el 500 hasta el 800. Son baldosas con nombres que los vecinos pisan sin querer, que hasta podrían pasar desapercibidas pero están ahí, como testigos frescos que explican los motivos que llevaron a los ¿œltimos? cambios ergonométricos del barrio: cada institución judía tiene sus consabidos pilotes. Hay tensión evidente cada vez que alguien pasa, o se detiene.

Cómo llegar
El suizo llega a visitar Buenos Aires. Está asustado porque leyó en Internet que hay un robo cada cuarenta y cinco segundos, y se cree que todos van a ser para él. Entonces su primo local decide llevarlo a dar una vuelta por el Once, por la estación de trenes y sus oscuros pasadizos a las seis de la tarde, cuando todos se vuelven para el lejano Oeste, donde (dicen) está el agite. El suizo se guarda las manos en los bolsillos mientras un verdadero enjambre de viajeros lo empuja. Hacia adelante o hacia atrás, o hacia los costados, o lo dejan quieto y lo empujan a una casa de electrodomésticos y entonces el suizo se compra un walkman con radio AM, como para que no digan nada. Pero no le roban. La mejor forma dellegar al Once es a través de las líneas ferroviarias que vienen desde el Oeste. Puede ser para meterse en el corazón gris de Buenos Aires, en ese mismo lugar donde alguna vez los ingleses tuvieron que escaparse, cuando invadieron la ciudad en 1806.
Y ahí enfrente está la Plaza. Hay una historia que ya no se sabe si es mito o realidad. Pero varias personas confiaron a este cronista que, en una de las esquinas de Plaza Miserere, un inmigrante iraquí vende tres pares de medias por seis pesos. El iraquí llegó escapado en avión y cuando arribó a estas pampas tenía listo su microemprendimiento de venta de medias. Algunos dicen que el iraquí contó que era ingeniero nuclear y había trabajado para el mismísimo Saddam Hussein, y dice que Hussein tenía armas de destrucción masiva y que Bush no sabe buscar bien. Hay un argentino que se llama Marito que vende incienso fuerte (de esos gorditos que tienen un nombre raro) con forma de habano. “¿Se fuman?”, pregunta algœn paseante. “Sí, se pueden fumar. Pero no pegan”, confía Marito. “¿Vos estás siempre acá?” “A veces acá, otras más allá y otras estoy en cana.” Porque viene la policía a realizar controles incontrolables y se lo lleva. Pero Mario y todos los demás vuelven, como hormigas predestinadas a acercarse a su comida de siempre.

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