QUIENES PREPARAN EL CATERING PARA LOS MUSICOS
Dime qué comida tienes detrás de escena y te diré qué lugar ocupas en el escalafón rockero. Esa máxima descubrió el No un día que uno de nuestros cronistas se equivocó de puertita y terminó en la verdadera cocina del rock.
POR MARIO YANNOULAS
Seguramente la cocina del Luna Park no es mucho más grande que la de tu casa, pero ahí se prepara la cena para cien personas hambrientas y sedientas por el furor del trabajo. Amontonadas en el fondo, las bebidas esperan por el saqueo progresivo que suelen sufrir cuando a una banda de rock se le antoja pisar el estadio. Sin que muchos lo sepan, cuando aún nadie llegó y sólo el viento da vueltas por el lugar, la cocina del rock ya está en marcha desde hace rato. El servicio de catering se convirtió en símbolo de status y condición anímica de las bandas. El Mono de Kapanga, por ejemplo, advierte que si les dan a elegir prefieren no comer pizza. “Estamos hartos, es la comida típica de la banda en ascenso”, aclara el músico, dueño de una pizzería. Claro, no es lo mismo comprar algo en el quiosco de enfrente que recibir un plato casero en el propio camarín. La comida es otro de los tantos detalles que marcan diferencias y delimitan territorios dentro del rock local.
“Nosotros somos la cocina del rock”, dice Alejandro Villanueva (Villa) mientras corta unos quesos para la picada. A la tardecita de un viernes, recién están abriendo las puertas para lo que será el debut de Los Cafres en el Luna Park. Villa y “El Gallego” Fernando Mirás son dueños de Viga, la empresa que prepara el catering para la mayoría de los grandes eventos rockeros de Buenos Aires. Tienen que darle de comer al staff de la banda de turno, incluidos técnicos, asistentes y plomos. Por eso preparan el servicio desde las once de la mañana y se quedan a dormir en el estadio si hay que ahorrar tiempo.
La comida artesanal que preparan es como la de una madre para una ocasión especial. La idea es complacer a todos los miembros de la gran familia que, dicen ellos, es el rock argentino. Además de cocineros, los dos socios también son músicos. “Conocemos a la mayoría de las bandas, hacemos las cosas con cariño”, comenta Villa, que cambió un lugar arriba de los escenarios por la elaboración de un buen pollo a la mostaza. Cuenta que en los ‘90, cuando lideraba Abejorros, fue telonero de Paul McCartney: “Lo vi bailando con un tema nuestro y justo se me desenchufó la guitarra”.
Mientras aguarda la llegada del Gallego, que todavía cierra los últimos detalles en el supermercado, Villa corta pacientemente distintos tipos de quesos. Hay reggianito, cheddar, Mar del Plata y algunos embutidos: longaniza, calabresa, salamín y lomito horneado. A las siete de la tarde salen las primeras picadas para los camarines. Dos horas después, con los dos socios en la cocina, el menú empieza a tomar forma. Confirman un pollo con salsa de puerros y prometen bondiola y colita de cuadril con salsa de vino. El Gallego recomienda una botella entera. Mientras tanto, entre chiste y chiste, por la cocina desfila personal de seguridad, músicos, productores, bailarinas, plomos, fabricantes de remeras, y hasta socorristas que buscan hielo para los lesionados.
Entonces Milton, un baterista brasileño con poca experiencia en catering pero mucha voluntad, trae brotes de soja para un chop suey, opción ideal para los que no comen carne. “Quizá si trabajamos con Divididos o A77aque preparamos más vegetales”, explica Villa. Guillermo Bonetto, cantante de Los Cafres, habla de Tomás Pearson, su guitarrista: “Siempre tiene problemas por ser vegetariano. Muchas veces en las giras nos dan de comer en restaurantes, y si nadie les avisa preparan carne para todos. ¡Tratan de conformarlo con una ensaladita y se quiere matar!”, revela entre risas.
Después de las 21.30 se escucha a lo lejos un griterío intenso. “Ahí salieron”, avisa Diego, el hermano del Gallego, mientras amasa un pan de pizza. Empieza la cuenta regresiva para el fin del recital. Hay vino, cerveza, fernet, energizante, agua, tequila, gaseosas y champagne.
Se recomienda a los cantantes no consumir bebidas con gas antes del show. Algunos rompen la teoría. “Antes de cantar tomo cerveza y durante el recital me la paso eructando”, confiesa el Mono de Kapanga. Bonetto aconseja comer poco para no achancharse, evitar el cigarrillo y el alcohol por lo menos una hora antes del show. “Antes de salir tengo el estómago cerrado y quizá me como una fruta; después me agarra hambre cuando ya no queda nada”, se lamenta. El Mono dice que alguna vez se comió un plato de ravioles con estofado a punto de subir al escenario y que los efervescentes digestivos pueden salvar situaciones.
En la cocina, sólo las vibraciones del bajo recuerdan que afuera hay vida. Sobre la medianoche, las sartenes provocan con un crujido sostenido. “Faltan cinco temas”, avisa alguien. Lo más importante es que todo esté a punto y a tiempo, porque a pesar de algunas exigencias, la mayoría de los músicos locales no abundan en excentricidades. Sin embargo, el buen tiraje de la parrilla del Luna permitió agasajar a Andrés Calamaro con un asado durante su última presentación solista. “Tiene que haber palitos, papitas y esas cosas tipo cumpleaños”, pide el Mono, mientras Bonetto exige alcohol: cerveza, tequila o whisky. Pichu Serniotti, guitarrista de Cabezones, se suma a los pedidos con empanadas, sánguches, fiambres, aceitunas y bromea: “Si no hay vino, no tocamos”.
El Mono sintió que el grupo había crecido cuando disfrutó de su primer catering argentino hace unos meses, en Obras. “Es gratificante, tocás con otra predisposición”, define, y Pichu remata: “Esos gestos demuestran la importancia de un show y nos hace sentir mimados”. Bien pasada la medianoche, los picos de vértigo sólo dejan pocas pulsaciones. Pero en unas horas hay que darles de desayunar a los técnicos de Catupecu Machu, ¡a las ocho de la mañana!, y luego almuerzo, merienda y cena. A las 4 de la mañana, el viento frío vuelve a recorrer solitario las paredes del estadio. “Siempre nos vamos últimos”, lanza Villa, y cierra. Al fin y al cabo, el rock siempre tuvo hambre de gloria.
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