DIEGO CATAÑO, DANIEL MIRANDA Y DANNY PEREA, EN “TEMPORADA DE PATOS”
La película del mexicano Fernando Eimbecke aprovecha una situación minimalista para disparar acontecimientos desopilantes. Dos amigos, una vecina, un pizzero y una flor de torta.
› Por Mariano Blejman
En un domingo de soledad, en la localidad mexicana de Tlatelolco, puede suceder cualquier cosa. Por ejemplo, que dos amigos de 14 años se queden solos y pidan una pizza, y una vecina golpee la puerta y les pida el horno prestado para hacer una torta por su cumpleaños. Hasta ahí, nada muy sugerente. Pero ese comienzo da paso a una sucesión de eventos en blanco y negro producto de un corte de luz y un ingrediente sorpresa dentro de esa torta. La ópera prima Temporada de patos de Fernando Eimbecke es una de esas películas que pasan furtivamente por los festivales, y uno se queda con ganas de compartirlas con sus amigos. Pues bien, llegó el momento.
Los adolescentes Diego Cataño y Daniel Miranda con 14 años y la encantadora Danny Perea, con apenas 17, fueron tres de los cuatro protagonistas (junto a Enrique Arreola, o Ulises el vendedor de pizzas), elegidos para pasar esa tarde calurosa entre videojuegos hasta que se corta la luz. Así, en un departamento donde no pasa nada, la protagonista parece ser la soledad. “Cuando se va la luz, ellos pueden salirse de los pequeños mundos y del uso de la tecnología, que nos va separando cada vez más”, reflexiona Danny, y sigue: “Tocar la puerta de un vecino y quedarte horneando un pastel, habla de una gran soledad y una necesidad de escapar”.
La localidad de Tlatelolco en México se hizo famosa en 1968 cuando escuadrones del ejército de ese país acribillaron a cientos de estudiantes universitarios para que desalojaran la plaza, porque estaban por empezar las Olimpíadas. Muchos años después se comprobó que los escuadrones no dispararon contra estudiantes parapetados en las instalaciones de la universidad sino que lo hicieron contra un grupo de tareas que se había infiltrado y dio la “excusa” para comenzar la balacera. “Fernando quiso hacer la película en Tlatelolco, que tiene aquella imagen de la matanza, pero la realidad de hoy es otra cosa. Es muy delicado lo que pasó, pero hoy se están entretejiendo otras historias”, explica Danny Perea.
Para ingresar en esta especie de 25 Watts alla mexicana, Danny (Rita) fue convocada unos días antes de rodar. Su padre era actor, director y con ese entorno desde chica ella había salido en la tele. En marzo estuvo en Mar del Plata presentando la película que había estado en Cannes y fue premiada en México con 11 estatuillas Ariel (que no es el jabón). Diego Cataño, en cambio, tenía 13 años cuando fue desde su escuela al casting. Nunca había actuado: “Ni siquiera había estudiado. Nunca pensé que fuera a quedar la película que quedó”, dice Cataño. Daniel Miranda también tenía 13 (ahora tiene 15) y había hecho algunos comerciales. “Me dieron la sinopsis, la leí, está chula la historia, dije. Después, elegimos al pizzero”, cuenta Daniel. Así fue. El director Eimbecke eligió el cuarto personaje junto a sus actores. “Nos quedamos con Enrique, que era pizzero de verdad”, dice Miranda. “Fernando era medio neurótico, pero siempre nos daba libertad para hacer lo que quisiéramos”, cuenta Diego.
Ahora, Diego y Daniel juegan al hockey. Cada uno empezó a practicar por separado después de la película. No es un deporte para nada popular, ni ellos se pusieron de acuerdo. “Es rarísimo”, dice Daniel. Pero es así. Han pasado muchas horas desde que terminó de rodarse el film, y ya están curtidos en eso de encontrar reacciones del público. “Primer pensaba que iba a ser un gran desastre, que nadie iba a verla porque se hacía aburrida. Pero de repente le agarré el gusto”, dice Daniel. “Después de la primera reacción, dije ¡guau, qué trabajo hicimos! Nos aplaudían muchísimo en Guadalajara, Guanajuate, Morelia, Guajaca...”
Algún extraño nervio tocó Temporada de patos en el inconsciente mexicano (y otros países) para obtener esa repercusión festivalera. Después de tantas historias de corte social, marginal y violenta, alguien salió a contar otras realidades mexicanas. Una historia sencilla adquirió una repercusión inesperada. “La peli es tremendamente humana. Tiene puntos de identificación muy fuertes con el espectador”, dice Danny. “Estábamos acostumbrados a los gringos, los coches, las explosiones, pero ésta fueuna historia sencilla que puede llegar a ser profunda”, dice Daniel. Después de todo “lo tedioso del domingo, sin nada que hacer, se puede convertir en algo muy padre. Expresar tu inconformidad”, cuenta Daniel.
Buena parte del film transcurre bajo la influencia de un extraño brownie, elemento narrativo que sirvió para deslizar nuevas conversaciones. “Me preocupaba tener que parecer un poco drogada. Estuvimos jugando, explorando formas. Pero fue muy divertido”, dice Daniela. En cambio, Diego no se preocupó tanto. “Teníamos que reírnos mucho. Nos contaron cómo eran los síntomas. Pero era como si nos drogáramos mentalmente”, cuenta Diego.
Es así: una vecina mayor pero no tanto que merodeando el edificio siempre es un aliciente de ratoneo. “Una, como actriz, tiene que hacer las cosas como su personaje lo dice. Fue algo nuevo para mí. Pero si el personaje de Rita lo necesitaba se tenía que hacer. Diego, el actor de Moko, era chiquito, él estaba como nerviosón, y yo también, pero no tanto. Nos dimos un beso con una energía particular de dos adolescentes.” Por las dudas, Danny asegura que Rita es su opuesto: “Es supercínica, hace las cosas antes de pensarlas y yo me paso de obediente. Disfruté esa parte de Rita, que no me permito ser por naturaleza”.
–A lo mejor te haría falta un brownie.
Danny: –Quién sabe (risas).
–¿Probaron?
Diego: –Probamos unos pedacitos, pero no tenían mota.
Temporada de patos les cambió el rumbo a los tres. A Danny le ofrecen papeles, para ella, subidos de tono. “Es difícil encontrar una historia sin desnudos, ni violaciones.” Actualmente trabaja en el programa Vecinos de Televisa, donde hace un personaje dark, sarcástica y ácida. Diego ni había pensado ser actor, pero ya terminó otra película de Rodrigo Pla, Desierto adentro, filmada en el desierto de San Luis Potosí. “Ahorita hay que seguir nuestra vida normal”, dice. Daniel sigue así como si nada, aunque se quiere ir a vivir a Inglaterra. Allí también hay patos.
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