LOS PIOJOS MULTIPLICAN EXPECTATIVAS
En su quinta de Paso del Rey, Andrés Ciro abre las puertas de sus recuerdos para zambullirse en los motivos que lo llevaron a alejarse de los flashes. “Significaba que todo el tiempo había un escenario debajo mío, cuatro tipos alrededor y dos mil kilos de luces arriba.” Pararon por “tiempo indeterminado”, pero armaron una vuelta “determinada” junto a sus compañeros Miki, Tavo, Piti y Rogger: el 22 y 23 de diciembre en Boca.
Por Roque Casciero y Mariano Blejman
–¿Cómo evolucionaron musicalmente en este tiempo?
–La verdad, no tengo muy claro si hay cambios. Eso sí, estamos ensayando tres temas para presentar en Boca. Hay un rocanrol bastante furioso, una canción con aire medio country, y un tema que es una zapada, al que le decíamos Zapada voladora. En su versión original duraba diez o doce minutos, y yo tiraba melodía tras melodía, era una cosa que nunca terminaba de armar. Tenía que recordar esas melodías, estructurarlo, tratar de que no se perdiera la frescura y esas secuencias que nacen en la improvisación. Una de las cosas más difíciles siempre es mantener el espíritu original de algo que nace. Después de muchos años de tocarlo cada tanto, finalmente encontré una temática que me gusta para la canción y la estamos cerrando. Habla de un regreso a El Palomar de mi niñez. Es un tipo que va en un auto: “Un barco vikingo va surcando el Maldonado para allá/ Lluvia negra, lluvia como piedra en la vela de metal”. Es porque yo tenía un Rover y el símbolo es un barco vikingo, y porque siempre agarraba por Juan B. Justo. Entonces llega y se encuentra con un Palomar distinto, como aquel de cuando era chico, y empieza a ver las cosas de la infancia. Pero el tiempo pasa en la letra: la primera novia, otros momentos. Y eso va con lo climático del tema, porque cambian las melodías con las cosas que va contando. Finalmente lo tenemos armado. Dura más de seis minutos, quizá quede así.
–¿Viene de una necesidad tuya de revisar esa época de tu vida?
–Tiene que ver. Y esta situación de haber parado a mí me produjo un gran alivio. En un punto, fue salir a la calle a andar en bicicleta sin nada, como si hubiera vuelto a tener 18 años. O sea, decidimos parar totalmente con la banda: nos juntábamos a hablar, pero no estábamos trabajando. No era una mentira de decir: “Paremos, pero acordémonos que en julio tenemos que hacer tal cosa” o “Aprovechemos para hacer el DVD”. No, yo componía desde mí, sin pensar: “En esto va a estar bueno que tal toque tal cosa”. Fue una sensación nueva, porque nunca habíamos parado. Nunca hubo una crisis de pelearnos, siempre fue pensar en la banda. En un punto, casi es una obsesión. Pero también era sentirme todo el tiempo el cantante de Los Piojos y ser eso para todo el mundo.
–¿Y qué significaba eso?
–Bueno, en un punto significaba que todo el tiempo había un escenario debajo de mí, cuatro tipos alrededor y dos mil kilos de luces arriba. Cuando estás todo el tiempo pensando en algo y sos eso para los demás, cuando dejás de pensar en eso, el otro te lo recuerda. Y el saber internamente que parábamos por tiempo indefinido nos dio otra perspectiva.
–Cuando decidieron parar, ¿se plantearon hacerlo indefinidamente? Porque eso se parece bastante a una separación.
–Podría haber ocurrido, pero en realidad no era eso. Nadie dijo: “Separémonos, dejemos esto y nos vemos dentro de dos años”. Fue un planteo de parar, de retomar incluso con algunas reestructuraciones internas y maneras de manejarnos. Cada tanto nos juntábamos a ver qué sentía uno y el otro. Cuando fuimos a tocar a Santa Fe también hubo un poco de eso, de ver qué química había. Creo que tiene un poco que ver con la realidad de ser independientes: uno puede respetar sus tiempos sin que nadie lo presione, aunque quizás en este tiempo podríamos haber hecho otro disco. De todos modos, no hubiera sido lo bueno que será el próximo que hagamos.
–Y quizás hubiera sido el último.
–Exacto. Quizás hubiéramos terminado mal al pedo. En el año 2004 tocamos mucho. Y además, al ser una banda independiente, discutimos todo, las decisiones se toman en conjunto. No es que vienen y nos dicen: “Ya está, les armé la gira”. Incluso somos bastante cómodos en un punto, no nos rompemos el culo yendo al exterior. Fuimos a España, hicimos unos cuantos shows, pero nos somos afectos a la gira permanente. Conozco a los pibes deAttaque, particularmente al Tucán –porque me dio clases de protools durante este año–, y ellos laburan de una manera terrible. Se van de gira todo el tiempo, no paran nunca.
–Volvamos a la Zapada voladora. ¿Qué necesitás recuperar de ese pibe que fuiste?
–Cuando uno se mueve de la estructura que forma en una actividad constante y única, la estructura cae y uno se reencuentra inevitablemente con lo que existía antes de esa estructura. Con toda la experiencia y lo que fuera, pero vuelve a ver las cosas desde una perspectiva más fresca. La frase “desde lejos no se ve”, que es del ex baterista (Daniel Buira), está bien en un sentido. Pero, en otro, desde lejos sí se ve. Es cuando uno toma dimensión y una perspectiva del lugar en el que estaba parado. A mí me sirvió para darme cuenta en carne propia de que hay otra cosa aparte de Los Piojos.
–¿Por ejemplo?
–No sé, mi vida, lo que sea. Formar otra banda, hacerme solista, o no hacer música y empezar a hacer otras cosas. Digo, ahora sé que me la puedo rebuscar. No soy esclavo de este proyecto.
–Vamos, Andrés, sabés que si te hicieras solista, un montón de gente iría a verte.
–Sí, seguramente. Pero quizás el que lo ve de afuera cree que uno ya está salvado...
–No se trata de eso sino de la relación con la gente.
–Pero a la gente tenés que darle permanentemente algo que la satisfaga. Pueden cantar “Soy Los Piojos hasta que me muera”, pero si te pasás diez años sin hacer nada y recién entonces volvés, irán a verte nostálgicos, pero ya fuiste. Por más que seas quien seas, no tenés nada seguro. Sería un nuevo desafío, buscar algo que suene bien, ver qué pasaría con la química. Pero no me preocupaba cómo me iba a ir. Yo qué sé, tengo mi casa, tengo mis hijas. Mientras pueda mantenerlas y que estén bien, no me desvela. No es que pienso: “Uy, me bajo de Los Piojos y no voy a llenar más estadios, no voy a ser famoso”. La verdad es que tengo muchas cosas que me gustarían hacer –y que en algún momento haré–, como ponerme seriamente a escribir alguna novela o cuentos, o producir biografías sobre gente que conozco.
–Mencionaste que decidieron cambiar cosas. ¿Eso tiene que ver con aceitar el funcionamiento desde la independencia?
–Sí. Hubo planteos y sugerencias de cambios con respecto a la manera de manejarnos, pero era en un marco de cierto cansancio. Y a veces no da... Por ejemplo, si vos y tu mujer están saturados, no te vas a plantear cambiar el juego de living. No es el momento. Lo mejor es tomarse un tiempo y ver qué pasa. Ahora retomamos toda la energía necesaria y pondremos en práctica ciertas cosas: cambiaremos el juego de living, digo. En este parate toqué de invitado de Kapanga, de Bersuit, de los Ratones, de Calamaro, y nunca se me ocurrió decir: “Che, ¿por qué no nos juntamos a zapar?”. No estaba en mi cabeza formar una banda ni nada de eso. Era una situación de cansancio.
–¿Tus compañeros sentían el mismo cansancio?
–Sí, sí. Había que parar...
–Da la sensación de que tu hartazgo era muy grande. ¿Estabas podrido de Los Piojos?
–No es que estaba podrido, no es el término que usaría. La sensación es que a veces uno tiene que correrse del lugar. Hay dos caminos: o encapsularte o tratar de moverte de ese centro y conectarte con las cosas como si no fueras parte de eso. El fanatismo exacerbado es algo que te aleja de la esencia de lo que hacés. Hay un discurso de la gente que es: “Eh, loco, no cambies nunca, sé siempre el mismo”. Y a continuación: “Loco, por favor, dejame que me saque una foto con vos”, y abrazos descontrolados, y son diez y te aplastan. Entonces, ¿querés que sea el mismo, pero me ves en una situación de intimidad y me pedís un autógrafo?
–Durante el parate empezaste a componer, pero no pensaste en Los Piojos, ni en un disco solista. ¿Tenés intención de hacer algo diferente?
–Empecé a pensar un disco solista, pero como en otras cosas que pienso habitualmente, como... estudiar latín. Digo: “Qué interesante sería estudiar latín o hacer trapecio. Cuando esté mejor de las rodillas voy a hacer trapecio”. Pero no moví un dedo. Lo que me resultaría interesante de un disco solista es el intercambio con otros músicos. Son experiencias que tuve este año tocando con otras bandas, frente a otros públicos. Y me gustó vibrar distinto y relacionarse con gente, es un modo de comunicación muy interesante.
–Mencionaste que si no fueran independientes tal vez habrían sacado otro disco. ¿Nunca pensaron en firmar con un sello?
–Lo que pasa es que me rompe soberanamente las pelotas que un tipo que no entiende nada lo que hago me venga a sugerir. Si viene (el productor) Alfredo Toth y me lo sugiere, es una cosa, pero si viene un tipo que no tiene sensibilidad, ni conciencia de lo que componemos, un tipo al que lo único que le importa son los números, a mí me subleva. No me lo banco. Me pasó en este tiempo en el parate, que vino gente a hacerme propuestas. Y lo que me proponían era todo lo contrario a lo que hicimos Los Piojos durante 16 años.
–¿Por ejemplo?
–Me proponían estudios de televisión para hacer unplugged, como si fuera la gran cosa. Como si fuera “ahora sí” o “lo tuyo va a llegar”. Y a mí me parece una cuestión totalmente lejana al espíritu esencial. Por supuesto que queremos llegar a un montón de gente, vender y poder vivir, pero nuestras creaciones nunca fueron hechas en función de vender. Nunca. En cambio, a veces nos planteábamos ridículamente: “Che, este estribillo es muy sencillo”. El estribillo de El farolito dice: “Dame un poquito de tu amor/ para el corazón”... Lo hice en cuatro segundos. El tema sonaba bárbaro, apareció esto y me encanta cantarlo, porque hay una comunicación concreta y directa con la gente cuando uno dice eso. No hay que hacer intelectualizaciones ridículas, la música es más sencilla.
–Pero a la vez tiene un trasfondo.
–Claro, pedirle a alguien un poquito de amor cuando uno está necesitado no es poca cosa. Pero nunca repetimos un modelo de hit. A veces uno ve un tema y dice: “Uh, éste va a pegar a full”. Y después pasa que el tema que a uno mucho no le gusta se impone solo.
–¿Con cuál te pasó?
–Con Como Alí, que empezó a gustarme después de ver el video. Creo que es un mazazo. Es concreto. Me gusta cómo quedó la letra, que es bastante ácida. Pero nosotros teníamos todas las fichas en Guadalupe. Sin embargo, nunca dijimos, como las multinacionales: “Ahora hagamos Como Bonavena”.
–En función de lo que pasó en este año post-Cromañón, ¿te planteás algo distinto para los shows de Los Piojos?
–No. En realidad, salvo en medidas un poco más estrictas de parte de la municipalidad, no hubo grandes cambios de nuestra parte. La situación de Cromañón tuvo que ver con un crecimiento inesperado para la banda (Callejeros).
–A ustedes también les pasó de crecer de golpe en un momento.
–El crecimiento fue cuando llegamos a Obras e hicimos dos. Pero, en lo particular, es más una cosa de sentimiento de lo que uno vibra y de cómo ve ese momento del show... No es que Pocho (el manager) dice: “Ahora sí, pongamos seguridad”. Si hacés un estadio con miles de personas, hay un montón de cosas que sí o sí existen. Lo que pasa es que hay un nivel en el que al Estado le chupa un huevo más soberanamente, que es el de los reductos rockeros. “Y bueno, qué carajo me importa lo que hagan ahí adentro, me llevo la cometa y chau.” Después pasás a un nivel de exposición en el que hay cosas de seguridad que son inevitables. Incluso, en un estadio las bengalas están a cielo abierto. Igual son una cagada,hemos parado mil veces. Pero tampoco es cuestión de salir ahora a pontificar sobre eso, aunque no es algo que nos resultara maravilloso.
–El Indio dijo que le costaba resignarse a perder el folklore de las bengalas y en sus shows se prendieron varias.
–A mí me parece que una bengala remite a algo muy doloroso. Aunque en un estadio abierto no provoque más que algunas chispas, remite a algo terrible. Es como un símbolo. A mí me daba más una cosa interesante en las filmaciones, todo ese humo y las banderas, pero en la situación particular del momento no era algo muy agradable, porque veías cómo la gente se corría por el miedo de quemarse. Pero en ese momento, cuando el tipo venía con la bengala, si el riesgo era que alguno se quemara un cachito, no era para ponerse a despotricar. Hubo un momento en que sí, que paramos y dijimos: “Se van a lastimar”. Pero también, viste, “hacé tu show ahí, nosotros estamos acá y es nuestra historia”.
–Una de las medidas en Capital es que no haya banderas. Y cuesta imaginarse el final de un show de Los Piojos sin eso.
–Y, porque acá todo pasa de un extremo al otro. De todos modos, para nosotros, grandes cambios nuestros no hubo, salvo una sensación de que si antes quería a mi público, ahora lo quiero más. Tengo una sensación de mortalidad muy fuerte. Todo momento se valoriza más, un show se valoriza más. Se trata de un momento de fiesta, de relax, no de “mirá cuánto aguante que tengo”. Hay cosas mucho más importantes.
–Resulta curioso que te opongas al “aguante”, porque se dice que ustedes hacen “rock del aguante”.
–El principal aguante pasa por aguantarse la vida; tratar de hacer lo más dignamente posible el rol que a uno le toca. Ese es el gran aguante. Pero el rock del aguante tiene que ver históricamente con una respuesta de los suburbios al rock capitalino glamoroso. En ese sentido me parece que se relaciona estilísticamente con el blues y el tango. Eso no quita que porque tengas aguante cualquier cosa que hagas esté buena. Porque, por más aguante que tengas o falopa que tomes, no necesariamente va a estar bueno.
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