Jueves, 19 de octubre de 2006 | Hoy
LECHOS DE AMOR NO CONVENCIONALES
Gracias a la flamante Ley de Educación Sexual se supone que la instrucción llegará a las escuelas de manera paulatina. Puesto a reflexionar sobre el asunto, un cronista del NO salió a preguntar (ahora que ya todos vamos a saber más) extraños lugares donde aparearse.
Por FACUNDO DI GENOVA
Aprobada la Ley de Educación Sexual, y mientras se discuten los contenidos básicos que serán enseñados a partir del 2007 en todos los niveles de estudio, el NO intentará realizar un aporte desinteresado al nuevo contexto nacional educativo. Por fin, después de tanto batallar contra el clero, las escuelas van a enseñar a cuidarse, a defenderse, a decidir, a planificar, y —por qué no— a coger mejor. Para cumplir con tan noble fin, y con el objetivo de enriquecer los cuadernillos docentes que verán la luz hacia fin de año, aquí van algunos apuntes sobre los mejores y más imprevisibles, cuando no irregulares y prohibidos, lechos de amor no convencionales.
* * *
—Para, no, por favor...
—Dale... no pasa nada.
—No, así no... están tus viejos en la otra pieza,
estás loco...
—No te preocupes que ni se enteran.
—No... en serio... vamos a otro lado...
¿dale? Acá no puedo.
Cansado de escuchar los susurros de su novia y quedarse con las pelotas doliendo, Santiago E. pensó que lo mejor sería buscar ya un lugar tranquilo, que no sea lejos, esté resguardado de miradas voyeuristas y tenga seguridad. “Entonces empecé a garchar de muy a la noche en el palier del edificio, sentado en la escalera o de parado”, dice como quien dice “era eso o me tiraba por el balcón”. Los dos le tomaron el gustito a eso de concretar dentro del edificio, lo investigaron bien y encontraron en el garaje del subsuelo la covacha ideal. “Habían unos colchones viejos en lo que era un lugar muy oscuro, tipo baulera, en donde se guardaban cosas sin uso. Lo hicimos muchas veces ahí. Era arriesgado porque daba justo a la puerta por donde se entraba a buscar los coches. A veces pasaba la gente muy cerca, pero ni nos veían.”
* * *
Tener sexo en un boliche es un clásico, y más si son boliches como el Swinger Club para intercambio de parejas, donde todo es muy explícito, tanto como América, que es predominantemente gay y lésbico, aunque nunca falta el y la heterosexual con ganas de encontrar nuevas sensaciones. De todas formas, la mayoría de los reservados de todos los boliches son bastante aptos para tal fin, y el lector sabrá por qué lo digo. Y si no, que lo averigüe. Pero si hay mucha luz, el muy infeliz del patovica empieza a molestar o si directamente los reservados se han convertido en reducto de personas muy importantes, todo se complica. Leo F. la resolvió bien. Sucedió en una fiesta de egresados en New York City (La City), cuando intimó con una chica que venía cotejando y que hoy mismo es su novia. “En el final de la pista, entre la barra y el decorado existía una despensa que por casualidad esa noche estaba sin cerrar. La puerta no cerraba bien así que recuerdo tener una mano sobre las nalgas de mi novia, que llevaba uno de esos vestidos con telas que dan picor (quiere decir que en ese momento y aún después le picó mucho la tararira), y con la otra sostenía la puerta. Los temas que sonaban eran La isla del sol y Pechito con pechito, muy apropiados para el encuentro.”
Otra que a veces se torna muy difícil de resolver es cuando salimos bien acompañados de alguna fiesta en bar o boliche. “¿Adónde vamos?”, es siempre la misma pregunta, siempre tan urgente. Si no se vive solo y nuestra pareja está en la misma que nosotros, ya tenemos un problema. Y peor si los treinta pesos para el telo significan ¡los viáticos de toda la semana! Es cuando se complica encontrar lugares para intimar nuestras partes más sensibles sin que a la mitad de tan intenso y pasional momento se escuche un toc toc e inmediatamente una voz que dice: “Nena, ¿te sentís bien?”. Y eso si el familiar tiene la delicadeza de golpear la puerta y no es un hermano mayor celoso, que en una de esas la abre directamente y si está con llave la derriba y se encuentra con, cómo decirlo, dos almitas en pleno apareamiento.
Para evitar este tipo de inconvenientes, Federico F. quiere recomendar un lugar que conoció en cierta noche de lluvia primaveral. “Yo lo hice de parado en el río de Vicente López”, dice. “Fuimos a un bar con un amigo que ya andaba con una y había llevado a una amiga. Nos sentamos, tomamos unas cervezas y ya la mina me empieza a tocar los tobillos con la punta de sus zapatos. Te juro que es verdad, parecía una película. Bueno, nosotros no teníamos auto y muy poca plata, pero la mina de mi amigo sí, entonces salimos a dar unas vueltas y ya en el viaje y con unas pocas palabras estábamos tocándonos en el asiento de atrás. Llovía un montón y paró cuando llegamos al río. No daba para quedarnos los cuatro en el coche, entonces nos bajamos con la piba ésta que no me acuerdo ni cómo se llama y nos fuimos hasta las piedras, adonde está la orilla, justo había una topadora que hacía de telón. Teníamos los pies llenos de barro hasta los tobillos. Y bueno, pensé que de unos besos y unas tocaditas no iba a pasar, entonces tampoco hacía mucho esfuerzo, pero en un momento y mientras la tocaba por atrás la mina me dice al oído, medio en susurros: ‘Vos no me querés coger, sos un pelotudo’. Terminamos haciéndolo de parado, tipo cucharita, atrás de la topadora y con mucho barro. Fue mágico. Lástima que no la vi más.”
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La juventud y la pasión sin frenos van de la mano. Y cuando pinta el amor, no importa donde sea, no importa nada. En este punto tendrán que trabajar y mucho los docentes de Educación Sexual. Pero si encima ese encuentro sexual deriva en un espectáculo de corte netamente exhibicionista, tanto mejor para la platea desprevenida (¿qué dirán los cuadernillos de Educación Sexual sobre este punto?). Como les pasó a varios empleados voyeuristas de Tribunales (esto lo cuenta Santiago, un ex alumno del colegio ILSE de la calle Libertad) cuando, en horas de oficina, vieron, muy sorprendidos, a una parejita de colegiales en una situación de franco intercambio carnal. El, pantalones medio bajos y medio culito al aire; ella, que lo abrazaba con sus piernas a la altura de su cintura, el jumper subido, la bombachita presumiblemente corrida. ¿Dónde estaban? ¿En la plaza de Tribunales? No. ¿En un aula? Tampoco. ¿Dónde entonces? ¡En el patio! Que en realidad era la terraza del colegio y se veía desde todos los edificios cercanos al Palacio de Justicia. De todas formas, y a pesar de que el rumor del hecho tan ardiente como húmedo llegó hasta los despachos de las autoridades, no pasó a mayores y es coherente con los ejes cardinales de esta institución centenaria que dice “promover y respetar los más altos valores éticos en un clima de libertad, democracia y responsabilidad”. Lo que se dice predicar con el ejemplo.
¿Cómo abordarán los cuadernillos de Educación Sexual el tema del sexo en el trabajo? Son moneda corriente los casos de enlaces entre jefes y secretarias, supervisoras y telemarketers, relaciones clandestinas, relaciones paralelas y abusos sexuales (entre otros abusos de poder). La anécdota de Matías V. es un poco menos complicada. “Mirá, yo la verdad que siempre cogí en la casa de mis viejos, pero una vez me pasó una que cada vez que me acuerdo me caliento, y te hablo despacio porque no quiero que me escuche mi novia”, suelta del otro lado de la línea y empieza a narrar en tono confidente. “Yo estaba trabajando en una empresa de máquinas expendedoras, haciendo un laburo temporario. Apenas empecé ahí, ya había pegado onda con la recepcionista. Pasó una semana, charlamos, había miradas pícaras, después me entero de que tenía novio, igual me tiraba onda. Un mediodía que no había nadie porque se iban todos almorzar me acerqué a chamuyarla. Transamos. Quedamos re calientes. Al otro mediodía nos matamos cogiendo en el baño. Yo medio sentado en el borde de la bacha, ella arriba mío, estuvo bárbaro. Después cada uno salió como si nada y siguió con su vida como estaba antes. La mina se casó y todo.”
Y todo. ¿Habrá sido la fantasía de toda su vida y quiso finalmente concretarla? ¿Habrá estado justo ese mediodía en estado de plena efervescencia ovulativa incontrolable o simplemente se llevaba a cada nuevo empleado al baño para darle una capacitación soñada por cualquiera? Sólo la recepcionista lo sabe.
En esto de cumplir fantasías que todos sueñan pero muy pocos concretan, aquí viene el testimonio (si se quiere un clásico aplicado a los tiempos que corren) de Nina Moris, a quien entrevisté en un cine de Belgrano y no precisamente para hacer lo que ella está a punto de contarme. “Lo más difícil de resolver es cuando en una sola noche la pareja se ilusiona con realizar dos planes y el presupuesto sólo les da para uno”, se empieza a excusar Nina. Y más si esos dos planes son el cine y el telo, habría que agregar. El problema es cuando todavía no es tiempo para decir “olvidate del cine y vamos al telo que te parto al medio”. Nina, esta rica morocha que promedia los 20, la piel oscura, los ojos color miel, unificó los tantos. “Hacer un plan completo en época de vacas flacas es todo un desafío y lo digo para justificar que tuve sexo en el cine un domingo a la noche”, arranca Nina, muy decidida, y pasa a cronicar: “Ese día la entrada es alta y multiplicado por dos llega a un número importante. Como la película era mala me agarró la ansiedad de aprovechar el dinero en otro sentido. Miramos para asegurarnos de los pocos testigos ahí diseminados y nos tiramos al piso entre las butacas de una de las últimas filas”. Nina recuerda que, mientras el film avanzaba, los diálogos se mezclaban con los suyos y los de su compañero, como si el sonido hubiera sido doblado del inglés al sistema de gemidos o ese idioma universal del entendimiento humano. “Fue rápido, susurrante, rasposo (debido a la alfombra) y lleno de pochoclos y chicles. No sé de que se trataba la película, la mía estuvo buenísima.”
Si se presenta intempestivamente una oportunidad de mantener un encuentro íntimo con tu pareja o compañero ocasional y el encuentro se trunca o por lo menos se pospone porque no hay preservativos, no hay muchas alternativas. A todos nos habrá pasado alguna vez; y al que no, mejor que esté prevenido. El que no estaba muy alerta fue Martín alias Chatrán, quien ya bien ebrio emprendió viaje desde el boliche hasta su domicilio con señorita bien dispuesta. Y habría que agregar responsable, pues fue ella quien se negó a realizar nada sin condón. No tenía en su casa. No había quioscos cerca y los de lejos estaban cerrados por la hora. Era temporalmente imposible ir a una farmacia de turno y encima aún no se había aplicado la Ley de Salud Sexual y Procreación Responsable, que hoy obliga a distribuir preservativos gratuitamente en todos los hospitales públicos del país. ¿Qué hizo Chatrán? Fue hasta la cocina, manoteó el rollo de papel film que su mamá usa para envolver vaya uno a saber cuántas comidas, vistió su muñeco con no más de dos vueltas hasta que luciera como una longaniza de exportación y entonces los dos no hicieron más que seguir con lo que había empezado. Chatrán dice que estuvo bueno y que funcionó bien, pero que si ahora le dan a elegir prefiere vestir su muñeco como Dios manda: con un condón, diseñado a medida.
Las relaciones carnales dentro de un automóvil son tan clásicas como peligrosas, sobre todo si durante el intercambio pasional uno se clava la palanca de cambios o el freno de mano. Si sorteamos este inconveniente y no nos asalta la policía, o no hay algún onanista con cara de sátiro mirando desde afuera, podría decirse que la diversión está garantizada. Sin embargo, hay que tener auto. El NO recogió dos testimonios en donde el auto sólo fue lo que verdaderamente es, y nada más. Marina tiene 24 años y no olvida una noche en que apenas era mayor de edad y salió con un chico y su coche, que sólo sirvió de apoyo. “Tuvimos sexo en plena calle, ¡sobre el capot del auto!”, recuerda esta muchacha de ojos profundos y redondeces sugerentes. “La noche era casi perfecta, cielo oscuro iluminado por las estrellas, fue una de esas veces que no te olvidás... yo tenía una pollerita muy cortita, eso facilitaba todo. Tenía que ser rápido, ya empezaba a amanecer... él era un demente como yo, un loco lindo. Son esas cosas que ya no se repiten, no sé si porque la adolescente inconsciente que era quedó atrás o porque con los años uno se va reprimiendo.”
Sumarle aventura al sexo lo transforma en un momento doblemente sexy. Es el caso de María Julia, muchachita nacida y criada en Puerto Madryn, quien se mandó una a todas luces memorable con quien hoy es su amigo de siempre. “No queríamos que fuera en el auto, como de costumbre”, dice María Julia, la mirada pícara, la sonrisa inocente. “Siempre pasábamos por un edificio en construcción para un hotel cinco estrellas (N. de la R.: se refiere al único y monstruoso edificio de la ciudad que quedó varios años a medio construir). Pensamos que hacerlo en lo alto de ese edificio sería lo más. El asunto era que había un sereno y un perro. Frenamos el auto detrás del edificio. Eran las 5 am. Empezamos a subir por la escalera de servicio, ¡eran más de 13 pisos a oscuras! Yo con una pollerita y tacos, él ayudándome a saltar los muros. ¡La adrenalina a full! El me llevaba de la mano y yo pensaba que eso era vivir a pleno. Escuchamos al perro que ladraba, vimos luces y linternas, casi morimos del miedo. Pero el cuidador no buscó demasiado. Subimos hasta la terraza, la vista era impresionante: se veía el golfo nuevo, toda la ciudad, estaba amaneciendo. El mar estaba tranquilísimo y nosotros felices por la epopeya. En fin, la hazaña ameritaba el festejo y ahí nomás nació el amor y bueno, entre los escombros y con las rodillas peladas, sucumbimos a la lujuria total.”
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