Jueves, 1 de febrero de 2007 | Hoy
EL FENóMENO DE LOS STENCILS EVOLUCIONA
Cuando la costumbre de ilustrar los muros se creía mediáticamente agotada, nuevas y viejas agrupaciones consolidan el arte callejero. De la explosión poscrisis a la exploración estética y la evolución de la técnica, el “street art” se propone como un medio rápido, estético, político y urbano para lograr que las paredes hablen.
Por Federico Lisica
Unas nubes amenazan con transformarse en aguacero. Feder y Valen cargan con enormes planchas y aerosoles. Su idea es dejar un homenaje a los Ramones. Que la tapa de Rocket to Russia con los cuatro punkies neoyorquinos de mirada juguetona y amenazante, permanezca grabada a tamaño real en un baldío de Burzaco. Sólo hay que pasar algunos matorrales y la pared grisácea aparece. “Va a ser un trabajo de algunas horas”, adelantan. No bien la pelvis y el jean de Joey quedan eternizadas en el muro, alguien grita: “¿Qué hacen pintando acá? Váyanse”. Con algunas palabras logran apaciguarse los ánimos. Mientras se emprende la retirada, con el ánimo alterado y la frustración entre los dientes, otra voz surge. “Vuelvan chicos, terminen su trabajo. Mi hijo no sabía lo que estaban haciendo.” Una señora de unos sesenta años, al parecer amante del stencil, da el visto bueno para que la obra quede eternizada. La decisión final es la de volver al taller. “No vaya a ser cosa que enemistemos a madre e hijo”, dicen, entre risas, los Burzaco Stencil.
Hace dos años atrás, la edición del libro Hasta la victoria Stencil! se asimilaba a la presentación “oficial” de un movimiento que había comenzado a manifestarse tímidamente, aunque sin pedir permiso, a finales de los ‘90 en Buenos Aires, que tuvo su auge y explosión dándole figura al imaginario colectivo acompañando la crisis del 2001, y se colaba en cada resquicio de una Buenos Aires hambrienta de entender y, de algún modo reírse, pensar, molestarse, en fin, no ser indiferente a lo que pasaba en su cuadriculado urbanístico —y mental—. Pero ese título, cual stencil, regalaba un guiño —entre mordaz, utópico y cruel— sobre el mismo movimiento en sí. En cuidado packaging se le estaba dando —no sin cierta pompa— bienvenida y augurando un futuro incierto. “El stencil ya fue chicos”, afirmaba el cartel que sostenía un monito impreso en las paredes. Demasiadas muestras en espacios privados, oficiales y auspiciados por gente de la que se solía desconfiar. Demasiada atención mediática. Demasiada apropiación por su costado más “trendy” (Heineken llegó a regalar planchas con su logo para pintar en la calle; John Foos usó pintadas de murales como locación joven; Lee lanzó un concurso para crear una colección de ropa intervenida).
Pero el simio se equivocó. A Doma, Bs. As Stencil, Burzaco Stencil, Vomito Attack y Run Don’t walk, se le han sumado Dardo Malatesta, Cucusita, Pum Pum, Nasa, Fase, Kid Gaucho, Niña Guadaña, Punga y muchos más seudónimos y alteregos ligados sobre todo al “street art”. De estar en Palermo y San Telmo ya pueden verse en toda la ciudad, aunque aún persista la importancia de algunos recorridos sobre otros. Artistas internacionales vienen, se asombran y dejan sus impresiones. Se han multiplicado las formas de canalización de este arte-diseño-oficio-vocación. Y además el fenómeno se ha federalizado (de Piquete Way en Rosario a A.P.I.O en Chubut). ¿Qué pasó en el medio?
“La mirada hace algún tiempo era más fuerte porque no se veía tanto. Luego se masificó y pasó a ser algo cotidiano. Desde lo visual para quien los observaba, hasta para quienes los hacían. Es una forma muy económica de lograr un comunicado, político o de otro tipo, desde promocionar una banda de rock, hasta intervenir una señal modificándole el concepto. Es algo simple de realizar y que causa un fuerte efecto por estar en la calle”, sintetiza el porqué del stencil Mariano del grupo Doma (conformado también por Julián, Orilo y Matías) quienes irrumpieron hacia 1998 con sus trabajos, y en cierta medida, son reconocidos por haber encendido la mecha. Evolución es la palabra que define su hacer. De stencils básicos pasaron a complejas intervenciones urbanas, que no sólo puede asimilarse con el llamado “Street Art” (concepto generalizador en el que se incluyen graffitis, murales, tags, y demás acciones estéticas), sus diversificaciones en el diseño los lleva a crear su propio mundo animado.
“Hay que situarse en la realidad del mundo de la gente que implementó el stencil. El stencil es una técnica más del street art. En los ‘80 había aparecido como una moda tímida, pero había graffitis. En los ‘90 tomó más fuerza. En el 2000 explotó. Pero desde hace mucho hay tags y murales. Como Doma no sólo hacemos street art, ahora realizamos videos, libros, instalaciones. En cierta manera el stencil nos permitió diversificarnos”, remarca Matías. Orilo suma: “Es progreso constante. Si bien no lo utilizamos más, el stencil es súper versátil y se potenció. Nosotros los hacíamos a un color, máximo a dos. Ahora vienen los pibes con unas cosas buenísimas e hiper trabajadas. Ahora, con el street art buscamos darle un nuevo aire estético a la ciudad, pero la técnica usada varía en cada artista”, remata Matías.
G. G de Buenos Aires Stencil clarifica desde el nombre: “Nosotros somos Buenos Aires Stencil, y hacemos eso: stencil. No nos vamos a cambiar nombre a Bs. As. Tonner”. Para este artista, que prefiere como tantos otros mantener el anonimato, el afianzamiento del stencil tiene que ver bastante con lo ignífugo. “Prendió, prendió. Primero éramos diez, luego veinte, cincuenta, cien... Luego dejó de salir un poco en los medios, pero seguía habiendo gente interesada. Y, ojo, los que lo empezaron nunca lo hicieron pensando en el boom”, describe, con ánimo crítico. Su compañero N.N. se suma “¿Y porqué no? Tarde descubrimos la pared. No sé si hay que preguntar por qué sigue, sino por qué tardamos tanto tiempo en hacerlo.”
El primer comando no capitalino, Burzaco Stencil, le agrega a la primera efervescencia componentes socio históricos: “Se iba De la Rúa, los cacerolazos, todos estábamos con una actitud ‘hay que moverse’. Y esta herramienta era ideal para expresarse”, dicen, armando la oración entre sus dos integrantes. “En el 2001 no había otro lugar para decir cosas más que en la calle. Las ideas a mostrar, la instauraron como medio de comunicación, y lo más importante es que los jóvenes ya la tienen como propia”, opina Boris de Vómito Attack, quien llegó a Buenos Aires desde Nueva York tiempo después del atentado a las torres y sentía la necesidad de manifestarse “como un vómito, justamente, y el stencil era la herramienta más práctica para hacerlo”. Según Tester de Run Don’t Walk: “En toda revuelta histórica las paredes fueron las que hablaron”. Federico, parte del mismo colectivo, parece volver al principio: “Nos aprovechamos de la simpleza, porque tal vez no somos muy habilidosos con el arte ni con el diseño. Tenemos el ojo entrenado. Y sabemos si una imagen te puede funcionar o no. Es tosco, directo y fácil de reproducir”.
Tanto la muestra en el Centro Cultural Recoleta en 2004, como la cesión de un subsuelo de la casa de la Cultura del gobierno de la ciudad, significaron un momento de inflexión para todos los grupos. Su motor autogestivo se encaminaba al reconocimiento masivo, la apropiación estatal y del mainstream. “Se daba una instancia rara. Nos estábamos perfeccionando en nuestra técnica y hacíamos cosas mejores. Pero a la vez estábamos indignados. Recibíamos críticas, ‘estos se vendieron’, y demás. Pero los trabajos de los diseñadores y artistas estaban buenos. Querían aparecer por mérito propio. Tuvimos que bajar un poco la cabeza y aceptar lo que hacíamos”, apunta Valen. Para Vomito Attack fue aún más conflictivo “Veías los auspiciantes de esas muestras y te querías matar. Llegamos a pintar ‘esto es una mierda’ en una de ellas. Había contenidos interesantes pero en un marco medio podrido”, destila con algo de bronca Boris.
“Después de esa muestra no quería saber nada con el stencil. Además, ¿cuánto hubiera durado haciendo solamente stencil? Llegué a regalar todas mis planchas. Ahora la sigo usando, por lo urgente de salir y pintar. Si algo no te gusta de tu entorno, modificalo. El arte callejero es así. Siempre ando con marcador, aerosol y trincheta.” El último 24 de marzo cuando se conmemoraron treinta años del comienzo de la dictadura: “Hice treinta ‘Nunca más’ y no me importaba cortarlos con la mano. Quería hasta erradicar la estética”. “El tema es que las paredes se sigan pintando. No dejar de hacerlo porque ya no se hable de boom”, apunta N.N.
Los Doma además de “progenitores”, “referentes”, “los primeros” (según acotan RDW y Bs. As. Stencil), también abrieron el camino a la diversificación. Así transitan y producen, murales, instalaciones, animaciones, motion graphics y diseño de juguetes. Vomito Attack, además de pintadas, está realizando audiovisuales, música, participará de una película con cartoneros, y hasta el mismo Boris juega a ser performer: dio una charla en una universidad norteamericana simulando ser un preso de Guantánamo. Run Don’t Walk y Bs. As. Stencil fundaron su posbar en Palermo (el 2 de febrero se inaugura “Chicas, chicas, chicas”, una muestra femenina de street art). Otro es el caso de Pum Pum, además de poblar de flequillos rubios la ciudad, customiza zapatillas.
Si existe alguna correlación entre el cambio del sarcasmo stencilero por murales de corte naïf, y el traspaso del caldeado post 2001 al reacomodamiento social, es menos incógnita que una cuestión de costos y humores. “Cansó un poco lo del palo siempre a alguien. Y además... ¿A quién se le iba a ocurrir hacer un mural cuando la lata de pintura costaba una banda?”, piensa Orilo de Doma. Las intervenciones en murales aportan un dato más para entender el fortalecimiento del street art: el trabajo en co-colectivos que, por otra parte, implica no hablar mal de la obra ajena. Cuidar la agrupación, básicamente. Una larga lista de motes que pueden hallarse en el completo foro de Internet y punto de encuentro SMNR (www.smnr.com). “Lo cooperativo pasa por pintar con otra persona más allá de las diferencias estilísticas. ¿Porqué vas a tapar lo que ya pintó otro?”, afirman desde RDW. G.G suma: “Tiene que ver con jugar con lo que otro ya pintó, establecer una suerte de diálogo. Finalmente pintar en la calle te hermana”.
Hay otro punto de concordancia, la conflictividad que supone el comerciar con algo que más que vocación es pintura, nombre y persona. Dice G.G. “Yo pinto en la calle. Y quienes me conocen saben que empecé pintando en la calle. Y de ahí a hacer cuadritos... no da ¿Voy a venderlo porque hay gente que me lo quiere comprar? No todo está a la venta y en la cabeza de la gente esta la idea que sí.” N.N. es menos dogmático: “No me molesta que se hable de comercialización cuando nos referimos a estampas. Reproducciones que tienen un valor”. El equipo de RDW puede diferenciar los tantos al concebirlo como trabajo: “No es pintar lo que hacés por placer. Cuando una marca acude a vos te contrata como peón. Lo peor es cuando se apropian de lo que vos hacés y que está en las calles. Eso me parece horrible”.
Desde Vomito Attack son abiertos a las decisiones personales: “Eso queda a cargo de cada uno. Todos somos un poco putas. A Swoon, una artista muy grosa neoyorquina y que le vendió dos obras al MOMA, ahora a algunos de sus trabajos en la calle le pintan: Vendido al MOMA. Y no está bueno, porque todo lo reinvierte en su obra. Además... ¿De qué va a vivir? Es mucho mas válido que estar esclavizándote en un laburo de porquería”.
Hasta los Doma deciden insertarse en la discusión: “Utilizar nuestros recursos para trabajar a nivel comercial. Ese es un mambo bastante conflictivo. Yo sé que no estoy vendiendo mi arte. Yo estoy utilizando un recurso por el que me contrata el boludo éste. En un caso con una campaña le dimos laburo a quinces pibes. Y está buenísimo”, asegura Orilo. “Hicimos cosas con Nickelodeon y MTV. Pero ahí no fuimos a vender nuestro street art”, afirma Matías. “En otros casos saben que sos pillo conociendo la calle y es una forma muy barata de llegar a la gente.” “Esos casos se consideran cada uno por separado”, cierra Matías, el espinoso tema.
Y si de ligar estéticas “street art” se trata, muchos asocian al stencil con la iconografía punk. Lo nuclear del graffiti para el hip hop. Y hasta la electrónica se suma, de hecho una de las primeras muestras dedicadas al stencil sucedió en El Dorado. “Ahora podés titular, el stencil y el drum & bass”, se ríe Fede de RDW. Por eso no es tan raro que, mientras en un baldío grisáceo de Burzaco pueda distinguirse la pelvis irresoluta del cantante de The Ramones, en un mural sobre la calle Bonpland —tierno, colorido y pop—, los de Doma escucharon, mientras pintaban unos enormes muñecotes, a un nene que decía: “Papá esto es el futuro”.
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