Jueves, 15 de marzo de 2007 | Hoy
EL NO EN EL XXII FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA
Dos directores norteamericanos bastante contestatarios. Unos cuantos peronistas, y un show con espíritu a nueva escena. Casi nada, pero bastante.
Por Mariano Blejman
“O te sacás esa remera, o te vas de acá”, le pide en tono cortante uno de los jóvenes integrantes de Analog Days a su compañero. A priori, la discusión parece banal, pero va subiendo de tono: la remera en cuestión tiene una cara de Beck, y lo que le critica este personaje es la hipocresía del cantante que gana millones de dólares haciéndose pasar por un perdedor (“a looser, baby”). El otro lo mira asombrado por la virulencia (“Beck is cool”, le dice) en la película Analog Days que muestra la vida cotidiana de un grupo de jóvenes de Los Angeles empapados de apatía adolescente, e incapaces de saber a dónde van. Es una típica discusión de los estudiantes de la izquierda norteamericanas que llevan las conversaciones al paroxismo de convertirlas en idiotas. “La idea es mostrar discusiones de la juventud de izquierda, que hablan de cosas que terminan siendo idiotaso trilladas. A mí me gusta Beck, pero, claro, es fácil estar deprimido con todo ese dinero”, cuenta al NO Mike Ott, director del film y dueño de un sello discográfico casero.
El film narra la relación entre jóvenes de un instituto de Los Angeles en un contexto donde el racismo y la violencia son imágenes cotidianas. En ese sentido, Ott adelanta que entre todos los personajes no hay otra cosa que distintas partes de sí mismo. “Todos salen de mi interior”, afirma. No deja de ser una rareza —en esto que muchos ven como un negativo de John Hughes— encontrar un film que pretende reflexionar sobre el interior de la izquierda norteamericana, y también sobre la derecha.
En otra incómoda escena de Analog Days (días análogos, o días demasiado parecidos, o para nada digitales), un profesor incita a los alumnos a realizar trabajos sobre el racismo; y frente a una propuesta documental de un alumno que palizas de skinheads, una de las alumnas presenta un trabajo naïf (una alusión idiota a Jean-Luc Godard) donde un negro y un blanco juegan al tenis, y una voz en español dice durante varios minutos: “Blanco, negro, blanco, negro”. “Yo fui a una escuela artística y vi muchas películas de ese tipo, y cuando mostré un documental algunos dijeron: ‘No creo que sea realmente interesante, no creo que la gente quiera verlo’”.
Ott cree que los movimientos juveniles no tienen en claro contra qué luchar; y que la cultura general norteamericana es nula: “Según una encuesta que hicimos donde doy clases, el 90 por ciento consultado entre 18 y 40 años no conoce quién es Dick Cheney [por las dudas, es el vicepresidente de Estados Unidos, que se acaba de salvar de un atentado en Afganistán]”. En esa línea contestataria, Ott creó un sello discográfico para fomentar proyectos musicales que luchen contra la apatía generalizada. “No encuentro nada demasiado interesante. Muchas bandas nuevas dicen que quieren hacer un sonido ‘Rolling’, o ‘Beatles’, pero esas bandas ya existen. Es mejor escuchar a los Rolling en vivo. Eso no tiene demasiado sentido.”
No tan lejos del humo de los personajes de John Cassavetes, el director Andres Bujalski recupera en Mutual Appreciation el espíritu intimista de D.A. Pennebaker que en Dont Look Back usó en 1965 para perseguir a Bob Dylan por un tour en Inglaterra. En verdad, la cuestión es solamente en las formas, porque el contenido del film del director —que también actúa en su peli, y que pronto estrenará en Buenos Aires Funny Ha Ha, su primer largo— dista bastante de aquel registro documental que inauguró el concepto de clip con el propio Dylan cantando frente a cámara, y pasando cartelitos.
Pero, de hecho, la cita a D.A. Pennebaker no es casual: Justin Rice —nombre real del personaje central del film— es un fan declarado de Pennebaker, y “es parte de la razón por la cuál comencé a escribir este film”, cuenta el mismo Bujalski. La historia está basada en el carisma —también real— de Rice para encarar a un personaje, quien junto a otros dos amigos entienden al rock como una forma de escape a la abulia cotidiana. La reseña del catálogo del festival dice que el tono uniforme —que usa el blanco y negro como una manera de resaltar los bordes— es una mezcla entre Jim Jarmusch y Richard Linklater, donde las palabras avanzan tímidas, incómodas, y cada gesto se expone, pero el propio Justin encarando su personaje, se despacha con un temazo en vivo, y demuestra por qué todo a su alrededor recobra sentido. Hasta parece un chiste que la novia de Justin sea una mujer oriental (¿alusión a Yoko Ono?).
Bujalski —notoriamente más peludo y más gordo que en el film, en su paso por Mar del Plata— dice que decidió producir así porque tenía “urgencia en filmar”, y además el bajo presupuesto le permitía hacerlo rápidamente. Es más: que decida actuar en sus películas tiene que ver con la química que él tiene con el protagonista, y de paso abarata costos, dice. También Bujalski (como lo hace Mike Ott, ver otra nota) realiza un análisis de la escena musical norteamericana —al fin y al cabo es el contexto de la película— intentando explicar cómo es que la generación de sus padres odiaba la música de sus abuelos, y él escucha la misma música que sus padres; y que es muy probable que sus hijos también lo hagan. “Escuchamos la música de nuestros padres. No sabemos qué pasará en el futuro, pero es algo raro, se supone que tenemos que oponernos a ellos, y no seguirlos, pero lo hacemos”.
—Para muchos el rock ya no es más antisistema.
—A lo mejor nunca lo fue.
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