Jueves, 17 de mayo de 2007 | Hoy
EL ADIOS DEFINITIVO A UN GRANDE
La cadena británica Currys anunció que cuando termine de vender sus casetes vírgenes, ya no repondrá stock. Así comienza a despedirse para siempre un formato que sólo resistía en el corazón de la nostalgia. Snif.
Por Javier Aguirre
Nadie podrá decir que se trate de una muerte súbita e inesperada. Es, más bien, una lenta agonía. Sin embargo, por más lenta que sea, llega un momento en que se muere, nomás. Kaput. Chauchis. Hasta la vista, baby. Q.E.P.D. A mirar cómo crece el pasto desde abajo. Como dice –sabio y terrible– el Indio Solari, “se apaga el velador”. El muerto es el casete, soporte plástico con corazón de cinta que albergó dignamente a la música durante cuarenta años. Es cierto que la noticia, hace rato, es otra: que la música digital, con sus vedettes Internet, Ipod y MP3, está trompeando a la industria discográfica. Y que en los últimos diez años hablar de industria discográfica es hablar, básicamente, de CDs (y, en menor medida, de DVDs). Los casetes son poco más que un fósil viviente de otros tiempos. Hoy, en las principales disquerías de Buenos Aires, ya no se venden casetes de música grabada: no hay más lugar para ellos en los estantes de Musimundo, por ejemplo. Su década de sobrevida en el mundo digital acaso se haya debido a su capacidad de regrabación: todavía se venden casetes virgen, tanto en disquerías como en negocios polirrubro.
Pero a ese nicho también le queda poco: la cadena de tiendas británica Currys anunció oficialmente que en cuanto terminen de vender su stock de casetes virgen, ya no se repondrá. Es decir: comprá tu casete virgen ahora, o nunca más. Pensar que, sólo en 1989, las disquerías inglesas vendieron 83 millones de casetes...
Aunque la prontitud del deceso casetero es indudable, no puede precisarse con exactitud si le quedan semanas, meses o bien hasta años de vida. Mientras que en algunas casas o en algunos autos aún siga habiendo pasacasetes, el formato no habrá desaparecido del todo. La piratería –acaso el principal aliado actual del formato CD, en desmedro del soporte digital para la música– todavía valora las posibilidades comerciales del casete. Una redada antipiratería, de los grupos tipo SWAT que tiene Capif (la cámara que agrupa a las compañías discográficas), destruyó en marzo de este año un cargamento pirata de 400 mil copias, que no sólo contenía CDs truchos sino también casetes truchos. De hecho, la relación entre el casete y la piratería musical no es menor: aunque hoy esté moribundo, el hexaedro plástico relleno de cinta enrollada quedará en la historia como el pionero absoluto de las copias piratas masivas. Porque permitió que millones de usuarios, durante años, grabaran canciones de la radio (que los sádicos locutores “pisaban” con palabras, a propósito; y de hecho todavía hacen), compilaciones (como en la película Alta fidelidad, sobre la novela de Nick Hornby), o hasta que se copiaran casetes completos gracias a la “sofisticación” que ofrecían los radiograbadores con doble casetera.
Los piratas no están solos: todavía los sellos discográficos editan algunos pocos títulos en casete; en su mayoría son enviados a disquerías del interior del país, donde la carrera del recambio tecnológico hogareño y vehicular parece ser algo más lenta que en la metrópoli. Se trata de álbumes de géneros como la cumbia, el cuarteto y el folklore; o bien satélites de productos televisivos de alto impacto comercial (como la música de Casi ángeles, el programa de Cris Morena con Emilia Attias y Nicolás Vázquez; que fue editada por Sony/BMG).
La otra módica esperanza de vida que alberga el K7 es la misma que estiró la existencia del disco de vinilo: el factor nostalgia. La sienten los propios músicos; por ejemplo, Boom Boom Kid, quien en 2002 se animó a sacar cierta edición especial en casete de su álbum Okey Dokey, ya con un fin de claro corte vintage. “Me gusta mucho estéticamente”, le cuenta BBK al NO. “Tengo muchos casetes de demos y de producciones independientes de aquí y de otros sitios, que guardo como otras personas guardan perlas. Para mí son verdaderas gemas, que jamás han sido pasadas a CD o a vinilo. Antes de la salida del CDR, el papel que cumplía el tape era muy zarpado; mi primer demo fue en tape; por eso, le tengo mucho afecto.”
Sin embargo, el elemento nostálgico al que podrá aferrarse el casete para seguir entre nosotros al menos un tiempito más estará a merced del afán del fan. Los coleccionistas compran y venden casetes, a través de Internet, a un valor promedio de 11 pesos. Y la oferta va desde los títulos originales con olor a retro (Village People, Tina Turner) hasta las rarezas (David Bowie en vivo en Nueva York 1992, edición italiana). Pero fuera de las computadoras con acceso a Internet, Buenos Aires ya no sabe de casetes. Los puestitos de Parque Rivadavia aún venden algunos, pero ya no compran: no quieren renovar stock sino simplemente sacarse de encima lo que les quedó. Y en las disquerías pequeñas son una especie que desaparece: no hay casetes ni regalados. Una cuadrilla de sabuesos del NO rastrilló disquerías del centro porteño en busca de remanentes y, con las excepciones cuarteteras, cumbieras, folklóricas y bizarras (el K7 oficial de campaña de Síganme, de cierto ex presidente), la oferta de casetes de rock y pop es magra: apenas algunos descoloridos ejemplares de The Mission, Beastie Boys, Michael Jackson o Robbie Williams (en una cueva de Lavalle al 900, por sólo 7 pesitos); y unos aceptablemente nuevos de Miranda!, Callejeros ($ 15,90; ¿qué rompimos?) y Ratones Paranoicos ($ 9,50) en el local Musimundo de Lavalle y Suipacha.
Adiós al casete, entonces. Y si bien este suplemento no puede confirmar si los K7 irán al cielo o al infierno, en cualquier caso, saludos al floppy disk.
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