PESCADAS, NARANJOS Y LUMBRE
¿Es posible encontrar libertad creativa absoluta, que no se ajuste a los cánones del mercado y que, además, suene bien? Estas tres bandas son parte de un semillero abierto por Pez, Natas y Gran Martell, generadoras de rock progresivo en el mundo post-chabón.
› Por Cristian Vitale
Nacho llega algo tarde. Viene transpirando autopista desde Haedo y tiene los ojos rojos, a causa de una conjuntivitis trepadora. “Me lavé las manos para saludarlos”, se excusa. También por la ausencia de El Arabe, pluma y cantante: un lunes a las tres de la tarde no es día ni horario fácil para los rockers que tienen que trabajar de otra cosa. El hombre de la guitarra lacerante explica off the record las luchas legales que tuvieron con La Naranja (ex) Metálica –los abogados de la banda inglesa le impidieron llamarse metálica– por el nombre y condensa la historia de uno de los grupos más inspirados del under de acá. “Naranjos es el sueño que queremos hacer realidad desde un espacio de lucha. Desde ahí combatimos para resistir la tempestad que estamos viviendo en todo sentido, sobre todo después de Cromañón. Naranjos es la punta de lanza que tenemos para tratar de cambiar algo, como el yuyo en el adoquín que resiste todo. El espacio creativo es un refugio.”
–Porque es un plus que tenemos, más allá de salir a ganar plata. Para mucha gente, el progreso es salir a ganar plata como sea. No creemos en que al hombre le vaya mejor en función del dinero. Naranjos está afuera de eso. El éxito ya lo tenemos, es ese disco.
Ignacio señala uno de los tres que están desparramados en la mesa del bar. Es Vivrai, el segundo del quinteto. Diez temas movidos por un espíritu desgarrador y genuino, que esquiva cualquier signo asociado al facilismo mental, al parate estético. Música y prosa tratan de descifrar la desesperación del alienado de la tapa: un ser calvo, inexpresivo, de ojos muertos, que trata de asomar por una pequeña hendija que tajea una pared. “Hemos logrado que las letras, la música y la gráfica parezcan la misma cosa”, explica el violero que acompaña a Japi por los laberintos zeppelinianos de la banda. Paisajes oníricos que golpean una y otra vez el tormento de las almas, que acompañan una frase disparadora y vital: “No esperes nada de esta noche / nada bueno puede suceder / fuimos regados con mentiras / sueño inundado de quietud”.
–Se mezclan las particulares con las generales. En mi caso, escucho mucho jazz-rock y música instrumental. También Las Pelotas y Purple.
–Diría que van de todo el rock de los ‘70 hasta Atahualpa Yupanqui.
Tipo raro este Luciano. Primero no se entiende si pide cerveza o café; después, confunde una lágrima con un cortado, ¡y al final termina poniéndole sal a la lágrima! Que encima no era lo que él había pedido. Su despiste da para el disloque. “Y eso que te dije dos veces”, le recuerda el mozo y se lo lleva a desalinizar. Habrá que esperar que todo vuelva a la normalidad para saber de qué va Pescadas. ¿Normalidad? Está por verse. “El nombre salió de un inodoro de un baño de Caseros –dispara el guitarrista–. Irene y Vanessa tuvieron la revelación ahí, y fuimos avanzando de a poco. Siempre nos gustó trabajar la música; si bien era compleja, al ser tres no se complicaba mucho la cosa, no había quilombo de mentes. Lo complejo se hacía sencillo.” La atipicidad arranca desde la formación: es un trío “familiero” de dos mujeres y un hombre (Irene, baterista, es la hermana de Luciano, y Vanessa, teclados y bajo, la mujer de éste) y lo que sale de esa licuadora genética es un rock inexplorado, libre. Quince canciones cortas (la más larga se llama El sol y dura 3.22), pero ninguna está dispuesta a rotar en la máquina automática de alguna radio mata-arte.
Dice el hombre enrulado: “El grupo empezó con Vane e Irene. Tocaban un Farfisa en la casa de mi vieja y empecé a zapar con ellas versiones de The Doors y Ramones, cualquiera. Hasta que me incorporé y las zapadas e improvisaciones comenzaron a transformarse en temas”. O, mejor dicho, convivieron en tensión, porque el disco transpira vetas sonoras inhabituales, ruidistas, inclasificables. Nunca terminan de cerrar: poco canto (dos temas en castellano y dos en inglés) y un resto librado al azar del experimento. “Puede ser –acepta Luciano–, pero las improvisaciones ya son establecidas. Hay necesidad de hacer algo distinto; mucha gente está en la búsqueda y hay que ocupar ese hueco. Hacer algo popular significa agarrarse de una moda. Nosotros no pensamos en escenarios gigantes, ni en vivir de esto, porque si te ponés a pensar en eso, te empezás a enfermar y tu música va para atrás.” La influencia que señala Luciano es el Genesis de Gabriel (es lo que me hacían escuchar mis tías cuando yo era chico), pero no cree estar haciendo algo relacionado con Trespass, por ejemplo. “Es un disco que escucho mucho hoy, pero no creo haber hecho algo por ese lado.”
–(Risas) Mirá qué cosa. Lo conocimos y lo invitamos a tocar nuestro Farfisa. Ya nos vino a ver dos veces y aceptó; lo que pasa es que no queremos llevarlo a un Tabaco, viste. Y hoy no hay mucho para elegir.
Lo primero que detona la atención de Lumbre son los títulos de las canciones. El track uno no se lo venden a nadie: Las antenas, las ondas electromagnéticas y nadie. Buen signo. El sexto (Quizás nada) se subdivide, a la usanza floydiana, en cuatro partes: A) Lentamente hacia una pared invencible, la ceguera. B) La alienación del hombre (la insensibilidad). C) El odio. D) El choque. “Son pensamientos y sentimientos nuestros; cosas que queremos transmitir. Humildemente, nos parece que tenemos pensamientos que no son el común de la gente. Está bueno ver qué se piensa cuando lo decimos. Hay mucho mensaje amor-odio; tristeza-nostalgia; todo sin censura”, arranca Elvio, bajo, voz y pluma.
El disco debut del cuarteto se llama Bajo la avenida hay un río y respira, globalmente, un aire que remite a lo más arriesgado del primer Syd Barrett –antes de la locura– y la psicodelia beatle. “Nuestra música no es tan común, solamente porque nos sale así. No es que decimos `vamos a hacer tal o cual música’. Nada que ver. Sale y listo. ¿A qué suena? No sé, ni me importa. Vamos para adelante.”
Lumbre se inició en 2003 como trío y hoy es un cuarteto que hace lisa y llanamente lo que se le antoja: ningún tema da para seguir el ritmo pisando tucas con el pie derecho, pero todos dan para despegar del planeta. Elvio reconoce como musa a los Radiohead, pero también al Color Humano de Edelmiro Molinari. “Acá sólo no se les da tanta bola a ciertas expresiones; mirá afuera: Flaming Lips o Radiohead, que está haciendo algo muy loco hoy y tiene su lugar en los medios. Hasta los ‘80 siempre hubo un referente argentino de alguna movida extraña: Color Humano, si querés, era algo surrealista, brillante. Edelmiro Molinari es único, pero hoy no veo algo así.”
–¿Desde dónde componen ustedes?
–Lo único que nos guió siempre fue si los temas tenían “algo”. Yo dudo de la fórmula del éxito: soy incapaz de hacer esa música y que suene bien. Nos movemos en el campo que nos sentimos confiados, en lo que sabemos hacer. Igual, hay que ser grosso para hacer temas pegadizos.
–¿Por ejemplo?
–Ponele Calamaro. El tiene pasta para hacer una melodía que pegue, siempre con los mismos acordes.
* Naranjos, el sábado 18 en Unione e Benevolenza (Perón 1352) y Pescadas, el 21 de septiembre en un festival en la plaza de Retiro.
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