Jueves, 1 de noviembre de 2007 | Hoy
LA RELACION ENTRE EL ROCK Y EL PRO, VERDADERA COMBUSTION
Cambiaron chapa y pintura, pero el motor sigue siendo el mismo. En los últimos años, el rock sufrió un vaciamiento discursivo: la derecha aggiornada se metió con la cultura joven para buscar votos; y los ganó en la Ciudad. Ahora, con el macrismo en el poder, ¿la cultura será un insumo?, ¿los festivales, un mero contrato?, ¿el ciudadano, apenas un consumidor?, ¿”va estar bueno” rockear?, ¿llega el rock nazional?
Por Federico Lisica
Pasadas las elecciones, y configurado el escenario de la primera década del siglo XXI, el cristinismo lleva agua para su molino. En la Ciudad, el PRO acaba su luna de miel antes de asumir, con un voto que le fue esquivo. Esta vez no hubo banderas amarillas y negras, ni bailes al compás de Miranda! y La Mancha de Rolando para Mauricio Macri, quien poco tiempo atrás, comparsa mediante, destrozaba We will rock you de Queen, en un inefable informe de CQC, casi un mal chiste que parafraseaba a Luis XVI: “El Estado soy rock”.
El cambio de gobierno en la Ciudad invita a preguntar(nos) sobre su repercusión en el ámbito de la gestión cultural, la que tuvo al rock como uno de sus actores principales. Basta con revisar la grilla de algunos de los últimos —y no tanto— espectáculos organizados desde el municipio porteño (Bafim, Bafici, Verano 07, Estudio Abierto, Ciclo Nuevo!). Si bien no es excluyente, el rock se ha tornado la música de fondo, más o menos ruidosa, de estas instancias. Dentro de la efervescencia festivalera, y en las que el porteño muestra la cara más amable del ser ciudadano, se genera una relación —ya no tan— combustiva.
Y justo en un 2007 en que el rock, ser rock, acredita más discusiones sociales que musicales (en realidad siempre ha sido así), y en muchos casos, con el latiguillo del feliz cumpleaños ratificando algo obvio. Ignacio Liprandi, quien iba a ser el referente del PRO en el ámbito de la cultura, responde al NO: “Tras cuarenta años de historia, el rock es un género clave en la música. En el nuevo gobierno tendrá el lugar protagónico que le corresponde, a la par de otros”, aduce quien fue vetado para hacerse cargo del área por la influencia de los sectores más conservadores de la Iglesia. Lo que demuestra que se puede haber cambiado la chapa y pintura, pero el motor de la derecha sigue siendo el mismo. Y a su sucesor, Luis Rodríguez Felder, se lo expulsó antes de asumir. Frases como “a las vanguardias las sostiene el capitalismo”, su desconocimiento de la gestión —justamente el valor que más enaltece la “nueva política”—, llevaron a que desde el PRO se le baje el pulgar.
No hay señales claras, y menos un plan de trabajo, desde el gobierno próximo en lo que respecta a cultura, excepto por palabras y promesas como “intentar revertir la histórica política de discontinuidad que tienen los gobiernos, y continuar los eventos positivos que se vienen desarrollando”. Una línea futura posible: en las cercanías al PRO valoraban la trascendencia del Bafim, aunque se preguntaban el porqué de su gratuidad. Las prioridades señaladas por el vetado Rodríguez Felder sobre “eficacia” y “rentabilidad” eran claras. Si uno de los valores que primó para que Macri llegara a la jefatura fue justamente su “know how” empresarial, hasta el momento sólo hubo indecisiones en torno de quien se encargará de Cultura (de galeristas a editores y recientemente un rancio olor sushi) y declaraciones agrias. ¿La cultura será un insumo?, ¿los festivales, un mero contrato?, ¿el ciudadano, un consumidor más (a juzgar según su perfil)?, ¿”va estar bueno” rockear?
“Somos prostitutos del rock, no tenemos problemas en bailar con la más fea, ni el estómago delicado, somos negritos en definitiva. Lo estatal es seductor, son eventos con mucha prensa, masivos, objetivos, que a una banda under se le hace difícil conseguir”, las palabras de David, cantante de Los Peyotes, grafican un pensamiento bastante común: en un contexto con pocos lugares para ofrecer shows, y con el mainstream cooptando espacios, que el próximo gobierno sea asimilable a la derecha no amilana las posturas menos rockeras por tocar en eventos estatales.
Fernando Bellver, de Hamacas al Río, arriesga un pensamiento: “Uno tiene que abstraerse de cierto plano político partidario, ya que tenés en el horizonte la música. Si bien no debés perder tu posición política y ética respecto del bien común, sería paradójico callar un medio de expresión por razones partidarias, y sostener a la vez la necesidad de que sean fomentadas por el Estado”. María Ezquiaga, de Rosal, es taxativa: “El hecho de tocar en un festival organizado por el gobierno no implica estar alineado. Este debe hacer llegar la cultura a la mayor cantidad posible de gente”. Con un poco de ironía, demasiado filosa, Lucas Martí dispara: “Por favor, derecha o izquierda, estamos todos locos. Trabajo y respeto por la gente, basta de mafia. Pensar en izquierda o derecha tira muy para atrás. Es quedarse en palabras. Acción y hechos concretos. Que la gente apague la TV, deje de pelear en la cancha y vaya a trabajar”.
Las Manos de Filippi, banda de conocida filiación con el Partido Obrero, tienen una actitud diferente: “El Estado hoy fomenta la privatización en todos los ámbitos, y el rock entra en la volteada. Que una empresa decida quién toca, ahí ellos; pero que lo haga el Estado, está mal. Telerman y Macri son dos bolicheros. ¿Alguien realmente se puede creer que no va a haber negociados con Macri en el poder?”, dicta Hernán Cabra, quien compuso para su nuevo disco, Control Obrero, un reggaetón llamado Cromañón. “Es una canción que conjuga los vaivenes actuales en los que la gaseosa y la cerveza mandan, y el Estado funciona como una subsidiaria”, destila Pecho, trompetista del grupo.
“Imagino que sólo se apostará al rédito asegurado y relativamente inmediato”, analiza Fósforo, de Pez, con prédica batalladora. Este es uno de los pocos pensamientos comunes a las bandas. Para el bajista, además, “es muy probable” que algunas bandas decidan no presentarse en un festival del Estado por el gobierno. “Si pretenden que nos sumemos a una idea de empresa macrista, o si vemos que en la calle no se respetan los derechos humanos y otras barbaridades que suceden con la centroderecha, no tocaremos, será nuestra manera de mostrar inconformismo”, advierten desde La Mocosa.
Una postura, la de tocar o no tocar, la de hacerlo y quejarse, la de generar acciones de otro tipo, que se conjugan con aquello a lo que se refería Paul Simonon cuando señalaba a The Clash como una banda política, lo suyo era una política con una p minúscula, personal. Los Aztecas Tupro desandan esa clave: “En 2000 participamos en una movida estatal y, en parte por lo que vimos, decidimos no hacerlo más. No había el mínimo interés en producir un desarrollo estructural, era sólo una vidriera de propaganda utilizando al under”. ¿Su opinión sobre el futuro gobierno? “Macri repartió púas con el logo del PRO, pero en la banda no le cree nadie. Hoy el under se está muriendo como tal, con su genuinidad, y desde el Estado se favorece esta situación en un contexto en el que las grandes productoras copan todo. No se generan respuestas a los problemas que atraviesa el sector más chico, las bandas independientes, y el circuito que se fomenta es muy elitista. Con Macri creo que sólo se va a acentuar este fenómeno.”
Pablo Montiel (quien coordinó los eventos principales del Verano 07) descree de los principismos en el rock: “Los únicos que siempre se han mantenido al margen de lo estatal fueron los Attaque 77”, señala. “Y ahora puede haber algún berrinche. Pero sólo será una hipocresía desde el discurso. Porque les conviene para mantener un marketing determinado”, y explica el porqué del interés estatal: “El rock es un acercamiento a los jóvenes masivo y políticamente correcto. Hoy es la música del poder. Lo demuestran la industria musical y los megaeventos. Y la alianza entre rock y Estado se da acá, en el DF, en Barcelona. Ya no molesta. Toda su fuerza contracultural se perdió. Y más allá de esta discusión, seguimos viviendo lo legado por Cromañón. El resto es relativo”.
Para Maxi Martina, de Error Positivo, no se trata tanto de un problema ideológico: “La política ve en el rock una posibilidad de marketing en sí mismo. No hay voluntad de estimular el crecimiento de la movida rockera como cultura sino que se usan esos espacios para sublimar la música sin mucha creatividad. Creo que se está más pendiente de pensar ‘qué nombre le ponemos al ciclo que organizamos’ a intentar ser creativos en la programación”.
No deja de ser llamativo que para Alejandro Gómez (al frente de Buenos Aires Vivo en la época de Fernando de la Rúa, evento que, según él, terminó por legitimar el rock en la cultura) uno de sus mayores problemas fue quebrar la reticencia de los convocados. Hoy es distinto. “Los músicos no son tontos. No se van a sacar una foto con alguien que los quiera usar. Aunque se estilaba hacerlo”, recuerda quien hoy dirige el Centro Cultural Artilaria. Un fuerte precedente había sido el de los Fabulosos Cadillacs, quienes decidieron “no sentarse en la mesa” junto a Jesús Rodríguez durante un festival organizado por la UCR, por la promoción de la ley de Obediencia Debida y Punto Final. Finalmente tocaron, pero su postura fue consecuente: “Toco, pero alerto”.
Si el statu quo previo volvía más simple y amable la tarea de presentarse, ahora —aunque ninguno lo permita “con la bandera del partido atrás”— parece no haber muchos replanteos sobre hacerlo en un contexto cuyo jefe de gobierno será un empresario de pasado condenatorio (ver perfil aparte).
Lo que genera más incertidumbre es la llegada al municipio de un gobierno de sesgo administrativo. “En campaña, Macri se mostró cerca del rock, esperemos que no haya sido justamente eso, sólo para la foto. Y si las cosas cambian, que sean para que todas las bandas tengan lugar en lo que organiza el Estado”, aporta Juampi, cantante de La Mocosa. Sebastián Rubín es menos optimista: “Creo que cambiará. Tradicionalmente la derecha persigue más la eficiencia. Sin embargo, si se dieran cuenta de que la cultura es en sí misma un activo importante para la Ciudad, un atractivo turístico además, y algo que los porteños apreciamos muchísimo, deberían continuar con esta política. Sería una grata sorpresa. Pero lo dudo mucho”, apuesta el ex Grand Prix, músico que en el primer Bafim participó de una variante atractiva que se viene operando desde lo público: cruce de géneros (en su caso fue con Satélite Kingston) con miras a romper moldes.
Una de las primeras señales de “gestión” cultural del PRO fue anunciar el cierre del canal Ciudad Abierta por bajo rating y, en consonancia con ese perfil, desde su página web el partido advierte: “Asumir la cultura como inversión y no como gasto. El Estado como promotor de industrias culturales y no sólo como productor de espectáculos”. En una solicitada vía mail, con respecto a la situación del canal, se responde con estas palabras: “Es responsabilidad de todos los que creemos que las múltiples expresiones de nuestra forma de ser son la resistencia más acabada contra la enajenación del dinero y los intereses voraces de quienes viven y vivieron de hacer negocios con el Estado”. ¿Y en cuánto atañe eso a las bandas? “No serán utilizadas para movilizar multitudes sino que el rock será reconocido por su importancia”, se defiende Liprandi. Aunque no ofrece detalles sobre cómo serán evaluadas, cuáles son los eventos positivos, los descartables, los no redituables.
Alejandro Gómez no comparte esas opiniones: “En el ambiente de la cultura joven hay una sensación térmica de que viene la derecha, el no progresismo, otro palo, que va a discontinuar todo lo hecho”, señala quien además estuvo a cargo de la programación del escenario en Parque Sarmiento en Verano 07. “Y creo que se equivocan. Ya hubo discontinuidad de eventos, resultado de la mediocridad de la clase política. Todo lo que no sea fundacional se clausura”, remata.
Martín Mercado, generador de eventos varios y cabeza visible del sello Estamos Felices, analiza: “Creo que sí hubo una continuidad de políticas. Y el PRO va a reforzar lo que se llama PPP (Políticas Públicas Privadas). Buenos Aires quiere ser polo cultural en la región, como lo es San Pablo, y van a fomentar eso para que vengan las inversiones, reforzando la relación entre las empresas y el Estado por medio de desgravaciones fiscales, subsidios... El Bafim se hizo así, y el rock es otra de las caras visibles de la emergencia creativa, como lo es el tango. Acaso hagan cosas más populares, un poco menos de presencia rock en festivales. Y algo de federalismo capitalino, descentralizando, con música a los barrios”. Su análisis sobre la postura de las bandas es determinante: “Son apartidarios, apolíticos, lo que les interesa es tocar”. ¿La política rock pasará sólo por eso? ¿Tocar y sumar con un discurso acorde con lo que espera el público? Preguntas que el nuevo signo de los tiempos estimula.
El rock, uno de los campos privilegiados de la cultura joven, evidencia la dificultad institucional de acercar el Estado al ciudadano. Contra ello atentan la superposición de programas, acciones mirando el reloj electoral, la falta de comunicación y la reticencia participativa. Aunque existen líneas que conjugan propuestas más allá del megaevento, como lo realizado por la Dirección de Juventud con “Estudio Urbano” (un centro de enseñanza gratuito con oficios relacionados con la música); el Observatorio de Industrias Culturales; y planes como Cultura Suma Desarrollo. Todo eso existe. Aunque cuando se conocen casos como el de Diego Abregó, cantante de Exocet (quien iba a ser llevado a juicio por organizar un concierto gratuito y solidario en plaza Constitución sin tener el permiso correspondiente) se tornan evidentes las dobleces estatales.
“El rock genera sus propios espacios, los chicos son inquietos y siempre va a sonar un riff —destaca David Peyote—. Está en nuestra esencia ser corrosivos. Si te dormís esperando algo, tocaría cuando me den el carnet del PAMI.” ¿Y el PRO aceptará esa corrosividad del arte callejero? Por lo pronto puede decirse que el generar parece una buena receta contra cualquier achanchamiento. Así lo cree Martín Mercado: “A mí, me interesa que se generen cosas más allá de quién esté en el gobierno. Y pensar en marcos más abiertos. Los imaginarios urbanos que tiene un pibe de Lugano a uno de Recoleta, creo, no son los mismos. Y hay que hacer. Tocar. Como lo que vi hace poco. Fui a Ciudad Oculta a un recital gratuito que organizó Resistencia Suburbana con Riddim y otras bandas, y estuvo buenísimo. Y eso también es Capital”. Luis Alfa, de ese grupo de reggae, dicta: “Para serte sincero, me importa un carajo por qué el Estado hace festivales o para qué los hacen, y si hay bandas que dependan de lo que se haga con ellos o hacia dónde van orientados. Lo lamento por los grupos, llevo 14 años tocando y jamás me preocupó qué haga o no el Estado en cultura porque ésta y el arte van más allá de cualquier organismo. Está en cada esquina, en cada calle, en cada corazón”.
“Supongo que la gente que se ocupa de organizar eventos no es la misma que decide una política persecutoria —analiza Manza de Valle de Muñecas—. Igual hay que decir que el arte siempre encuentra maneras de sobreponerse. De hecho, la imposibilidad de tocar fomentó el aspecto creativo. Y, de a poco, surgen lugares para tocar. Eso es mérito del rock y de nadie más.” El gran tema, apuntan todos. Desde el PRO, atajándose, responden: “El tema de los locales no es pertinente al área de Cultura. Creo que el crecimiento de eventos de la actual gestión vino a paliar la merma de opciones para tocar”.
Entretanto, la Unión de Músicos Independientes realizó una presentación judicial para declarar inconstitucional la normativa vigente. Desde la agrupación Músicos Unidos por el Rock llevan esa propuesta a nuevos terrenos: “Hay que exigirle al Estado que contrate bandas nuevas, no sólo a las que están chupándole las medias al circo; y que se haga responsable de su inoperancia por la masacre de Cromañón, se generen mejores condiciones para que toquen. Está claro que si el Estado no lo tomás vos, lo toma la otra mugre”, dicen Las Manos de Filippi.
El ex ciclo Molotov del Centro Cultural General San Martín (reconvertido en el Ciclo Nuevo!) fue uno de los influjos para el reverdecer de la escena “indie”, a un peso la entrada. Y que, a su vez, cumplió una doble función: fomento y remache de aquello que el mercado deja afuera. Fósforo explica: “El verdadero reverdecer pasa por ahí; la esponsorización, la publicidad al palo, la pertenencia a una escudería ganadora”. Lo cierto es que sostuvieron ciertos estilos y bandas cobijadas desde el Ciclo Nuevo!
“Lo bueno es que se genera en el público la costumbre y las ganas de ver música en vivo. Como negativo, hay un espectro amplio que no encuentra su lugar, y esto genera resentimiento”, advierten desde Valle de Muñecas. Martina, de Error Positivo, lo explicita: “Parece que ya no existe más el pedal de distorsión, me cansé de ver banditas con acústicas haciendo folk, mostrando una cara del rock bastante lavadita y muy digerible para los turistas que vienen a dejar dólares en Palermo. Sería bueno que las bandas decidan no tocar repetidamente”.
David Peyote utiliza la misma acepción para calificar a los estilos privilegiados. “Nunca vi una banda stone o punk tocar en el Planetario. Hay que abrir más el juego. Igual se ve que hay buen gusto en los programadores, las bandas convocadas están buenas y eso es para celebrarlo.” Con ánimo combustivo, Lucas Martí promueve: “Es verdad que hay cierta preferencia, pero mejor. ¿A quién vas a poner a tocar? ¿A la bengala? Todos los grupos que están ahí se están rompiendo el culo. No sé tanto de estilos, creo que hay cierto perfil, pero tiene más que ver con música personal y con tener constancia en los proyectos”.
Managers más insistentes, privilegio de paladares, desconocimiento informacional de ambas partes, la ecuación suma otro componente: “No tener público problemático. Como gestor vas tratando de abrir, pero no tenés mucho margen, porque ya hubo muertos en los festivales del Estado”. Pablo Montiel recuerda a los dos chicos electrocutados en B.A. Vivo III en marzo del ‘99, durante un recital de Divididos. “Cuando convocamos a A.N.I.M.A.L. tuvimos un par de reuniones previas porque a algunos ya los asustaba el nombre”, relata Alejandro Gómez.
A Mauricio Macri no le gusta que le recuerden el pasado. En este 07’, lo más nuevo del “presidenciable” (con un interés que no va más allá de Barrio Parque a Casa Rosada y oportunas visitas a La Boca) fue remodelar su discurso al paladar volátil del porteño medio, que esta vez prefirió omitir que durante la dictadura su familia fue una de las que más vivió a costas de lo colectivo (la estatización de la deuda privada fue una de las más notorias). Que en la democracia siguió bebiendo de la misma fuente, con negociados turbios como los producidos con Manliba, en la facturación de ABL e impuesto automotor, las concesiones de autopistas a lo largo del país, por mencionar sólo algunas. Que no fue una mera figura decorativa sino un gestor (vicepresidente de Socma hasta 2003). Que en la década del ‘90 fue procesado por contrabando en la empresa Sevel. Que por esa misma empresa en 1993 tuvo otra causa por evasión impositiva. Un poco menos por recordar a Osvaldo Cacciatore (intendente durante la última dictadura militar en la cual, vale recordar, desaparecieron 30 mil personas y “tapó” el centro clandestino El Atlético con una de esas autopistas que tanto le gusta recordar a Macri) como el último gran hacedor en la ciudad.
En cambio se aferra a la idea de ser “un hombre de empresa” y que no tiene que pedir disculpas por haber acrecentado su fortuna. Y menos le molesta que se lo asocie al éxito por comandar, a base de muchos campeonatos, el club más popular del país. Se afirma en el “hacer” con mucho marketing y fanfarria mediática de por medio. Ese será el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Al fin y al cabo, alguien que siempre estuvo viviendo del Estado, y que ahora, con cierta lógica, lo percibe más (pro)pio que nunca.
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