NOTA DE TAPA
No conforman una escena. No tienen idea de modas y tendencias. Pero existen. Levantan las banderas del humor y la teatralidad en el rock. Son desestructurados y altamente eclécticos: en sus shows y discos conviven los más dispares ritmos y estilos y las letras ingeniosas sobre historias insólitas. Estas son las bandas secretas más famosas del rock humorístico teatral.
› Por Juan Manuel Strassburger
Qué hacen: polka idish, milonga dark y chacarera rock con tintes
ecológico-terroristas
De dónde son: Capital Federal
Edad promedio: 25
Influencias: Horacio Quiroga, La Bersuit, Frank Zappa, Pequeña Orquesta Reincidentes, Los Visitantes
Cinco minutos de fama: cobertura y reportaje en Crónica TV por un recital en el zoológico junto a los tigres blancos
No hay un show de Almacén igual a otro. Pueden pasar de tocar en pañales (literalmente, no es broma) a disfrazarse de insectos y alimañas, y bregar por la fauna negada de las ciudades: ratas, palomas y mosquitos. De hacer un recital en la isla de los lemures (o junto a los tigres blancos) en el Zoólogico de Buenos Aires a resistir un operativo policial apócrifo en la boat del Bauen (en alusión a la quiebra del hotel exitosamente recuperada por los propios trabajadores). Son así: lúdicos, locos, desvergonzados. Capaces de hacer una chacarera rock furiosa y acto seguido ahondar en la mística dark rioplatense (tienen un candombe dedicado a “Julio, un mozo uruguayo” y alguna que otra milonga pervertida). De enhebrar una polka idish (en la freudiana Superyo) a sumergirse en la selva guaraní y su sonoridades de yacarés, anacondas, tucanes y culebras.
“El animal representa para Almacén el último explotado de todos. El que no tiene voz. Y nosotros se la damos disfrazándonos y cantando por ellos. Y no cualquier animal o insecto. En plena invasión de mosquitos nosotros reivindicamos al stegomya aegypti, el transmisor del dengue, el más paria de todos”, dispara, provocador, Nabu Prado Mandrick, guitarrista y voz principal de la banda. Y los demás (Fede Wahlborg en bajo, saxo y voz; Gabi Abramovich en teclados, acordeón y voz; Ale Bercovich en batería y percusión; y Juan Pablo Martini en guitarra y voz) aprueban con risas. “Por eso nos gusta tanto Horacio Quiroga: es un ejemplo de ecologismo no barato. Un tipo que se mete en la selva, que acepta la caza de animales y la pesca, y que defiende a la naturaleza a partir de su enfrentamiento con el hombre. Sus cuentos son la esencia de todo lo que decimos y queremos decir de acá en adelante”, proclaman.
El humor es clave en Almacén: “Nos gusta reírnos de lo que todos lloran. Y llorar con lo que todos ríen”, puntualiza Juan Pablo. En las últimas elecciones para jefe de Gobierno, por ejemplo, presentaron a Cándido Argón, “un candidato noble que de tan honesto era un hijo de puta”. Y el slogan propuesto fue: “¿Para qué votar a los corruptos de siempre si podés votar a un fascista honesto?”. La desfachatez también alcanza al menjunje folklórico del que se nutre Real Maraviyoso, su disco debut 2004 (actualmente preparan el sucesor junto a Alejo Vintrob, el baterista de Pequeña Orquesta Reincidentes).
“Si bien alentamos a que la gente se mueva, porque nos copa el agite, a veces pasa que la gente se pone a bailar y de repente se nos queda mirando como diciendo: ‘Bueno, dale, ¡mantené el ritmo!”, dice Juan Pablo entre risas. “Estamos en las antípodas de los que se escucha en la radio. Pero también del indie: no miramos al Viejo Continente a la hora de hacer música”, agrega Nabu.
Se conocieron en el Nacional de Buenos Aires. Pero a diferencia de sus “primos” de Doris (también egresados en 1999), los Almacén transitaron un camino menos meteórico. “Nos llevamos muy bien con ellos. Su álbum Doyle nos gusta mucho”, dice Fede. En ellos se da también una situación bastante curiosa para una banda de rock, y es que entre sus integrantes conviven dos tendencias: los musicoterapeutas Nabu y Gabi, y los economistas Fede y Alejandro (el miembro restante, Juan Pablo, media entre ambas corrientes). “Digámoslo así: los musicoterapeutas incorporamos las rarezas musicales y la tolerancia de las propias habilidades musicales. Y los economistas el precio de las entradas”, chicanea Nabu. “Nada que ver –contradice, rápido, Alejandro–. Nosotros aportamos la solidez macro y el groove.” Y Fede remata: “Evitamos que la banda se vaya financieramente al tacho, y... los boludeamos cuando se ponen a hablar de psicología” (risas). “Lo bueno es que ninguno aprende nada del otro”, tercia, hilarante, Juan Pablo. Y da por terminada una tensión humorística que es una de las claves de Almacén en vivo: la “competencia” por ver quién logra la locura más creativa a puro desparpajo y destreza. Pero sin perder la armonía. En el universo almacenero, eso es rock.
Qué hacen: historias musicalizadas con surrealismo de conurbano
De dónde son: Haedo, Ramos Mejía, Zona Oeste
Edad promedio: 30
Influencias: Jorge Lazaroff, Tom y Jerry, Miguel Abuelo, Stravinksy, Frank Zappa, Eduardo Mateo
Cinco minutos de fama: gira cromática por Córdoba y la Patagonia
El boca en boca es concluyente: se trata de una de las bandas “más locas” que existen hoy en el país. Sin parangón en la escena actual, ni siquiera dentro de este informe. Dueños de una mística sólo remitible a la experiencia comunitaria de La Cofradía de la Flor Solar o aquellas lejanas fiestas donde se hacía presente el espíritu estrambótico de Patricio Rey (de hecho tienen buena onda con el Piojo Avalos, ex baterista de Los Redondos). Tanta fama no es casualidad: sus shows son una rara mezcla de espectáculo circense, teatro barrial y viaje psicodélico. Con canciones que pueden ir del folklore andino y el jazz de los ‘30 a los instrumentales tipo Frank Zappa y los audios de dibujos animados y series de los ‘80.
“Cuando era chico grababa la música de Tom y Jerry y flasheaba. Para mí era todo un descubrimiento poder llevar el universo de la imagen a la música. La típica escena del ratón corriendo y el piano detrás. Concepto que ya había desarrollado Stravinsky, pero que nosotros tratamos de recuperar desde otro lado”, cuenta Botis, cantante-guitarrista. Y artífice de la banda que fundó durante un viaje por Latinoamérica. “Salí de Buenos Aires con cincuenta centavos –recuerda–. Y terminé haciendo en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia una obra de títeres que iba escribiendo en un cuaderno.”
En ese mismo cuaderno, el cantante compuso las primeras canciones que después darían inicio a La Manzana. Y que estrenó él solo con una guitarra a su regreso. “Al poco tiempo se sumó Christian, el baterista. Y después otros amigos que se entusiasmaron con la idea. Por eso, yo digo que La Manzana y el disco que sacamos (El Tren de La Vía Láctea, de 2006) son la decantación de un grupo de gente que antes de músicos fue amiga.”
Hoy varios de ellos integran la galería de extraños personajes que dan forma a La Manzana Cromática: Arghul, el ex combatiente del Triángulo de las Bermudas, en percusión; Albondigón, el hombre albóndiga, en batería; Lúpitor, el niño pochoclo, en bajo; Sr. Pelele, el hombre marioneta, en teclados y acordeón; y Menócles, el marroquí autoexiliado, en guitarra eléctrica (completan I-Man en trompeta y trombón; Forceps Bravo en saxo soprano y flauta traversa; y Pinino Bravo en flauta dulce y clarinete). “Evidentemente, que haya una persona mutando en el cuerpo de una plancha tiene cierta exageración. Pero los personajes se generaron con surrealismo. Llevando al grotesco lo que cada uno ya tenía”, describe Botis con cierta alucinación en la mirada. “Jamás diría que hacemos teatro –aclara–. Es simplemente jugar. Romper estructuras y barreras, y darle rienda suelta al niño.”
En “Primal” canta: “Principio primogénito primordial/ primaba primate primo primal/ prevalecía prehistóricamente presidente primate/ privatizó”. Una letra malabarista que hace estallar de risa cada vez en los recitales. Lo mismo que “Duplex”: la enroscada historia de dos matrimonios que viven uno al lado del otro, se llaman igual, y les suceden las mismas situaciones, pero al revés. “La puerta que más me gusta abrir de la música es la puerta compositiva. Flasheo mucho componiendo”, asegura Botis. Y al rato confiesa: “Muchas veces siento un sinsentido total. Todo el tiempo el mundo etéreo y el mundo concreto se biconfrontan en mi cabeza”.
El “lío mental” se nota en varios de los tópicos únicos (y por ende efímeros) a partir de los cuales se organiza cada show: El bosque estrambótico (la historia de dos espermatodroides en un universo inter uterino), El todopoderoso watercloss (un homenaje al inodoro), El regreso del patacón (una historia ligada a la realidad del momento, con Mister Patacón rescatando a la moneda de un peso) o la última velada en Niceto en que la banda presentó La evaporación de Vaporín, la mujer plancha. “Los caminos que tomamos son medio extremos y poco convencionales en un punto. Por ejemplo el hecho de que en su momento le diéramos prioridad al micro en vez del disco.”
–¿Se sienten sapos de otro pozo?
–Mirá, cuando empezó este año junté a los chicos en una placita y les propuse irnos a vivir a Córdoba. Muchos ya tenemos hijitos, nos regimos por un reloj biológico distinto. Y no es que esté mal vivir acá. He aprendido a vivir en la urbe y su idiosincrasia. Pero las veces que fui a lugares como Marcos Sierra, me replanteé mucho.
Qué hacen: café concert punk
De dónde son: Lomas de Zamora, Zona Sur
Edad promedio: 30
Influencias: Monty Python, Olmedo, Ramones, Hiperhumor, Kids in the hall
Cinco minutos de fama: Su tema “En Escalada no hay nada” fue hit y polémica en Internet por parodiar la oferta cultural y de salidas estimulantes de Remedios de Escalada.
Destrukcovers es un trío integrado por Norman, un payaso judío que trabaja en una conocida cadena de fast food; Tom Bill, un rockstar venido a menos que viste pantalones de cuero, tachas, botas y camisa abierta; y Doris, una maestra primaria del interior, que debe su nombre a la admiración conjunta que sus padres tenían por Moris y los Doors. Una mujer muy educada, “pero que de repente se saca y pide que le hagan el culo”, revelan sus compañeros Bill y Norman. “Y lo decimos en serio.”
Por supuesto, nada de lo anterior responde a una cruda verdad sino a la novedosa utilización, al menos en el rock, de la modalidad del café concert. “Tenemos más de 550 sketches (!)”, alardean Norman, Tom y Doris, sin largar prenda sobre su verdadera identidad. Sólo aceptan revelar que provienen de un grupo de teatro de Lomas de Zamora. Y que un día, más por placer que por otra cosa, decidieron escindirse y formar un banda de rock. O, mejor dicho, arrancar canciones de una guitarra algo desafinada y seguir el ritmo con una batería elemental. “No somos músicos. Conocemos cinco acordes cada uno”, sostiene Doris, con una voz bastante masculina. “Si te fijás, todos nuestros temas están en sol, la o re. Porque de otra forma no sabemos componer ni queremos aprender. Aunque, eso sí: estamos al tanto de cuáles son los que más pegan”, disparan cínicos.
Como no podía ser de otro modo, tanto desparpajo y sencillez dio como resultado un show y una colección de temas que brillan por su frescura y contundencia. La sensación de estar frente a un grupo que no sabe mucho del oficio de hacer canciones, pero sí de la fuerza que puede tener la música si se la utiliza con vocación provocadora. ¿Ejemplos? “El escracho” (“un tipo que tiene todos los defectos y a la vez es un winner total”); “Tango”, sobre un guapo del 900 que decide conquistar a una mujer en un cibercafé; y “Mirna”, el desencuentro total de dos tipos enamorados de la misma mujer.
Pero sin duda el gran hito del grupo es “En Escalada no hay nada”. El tema que se difundió por la web a partir de su letra altamente identificatoria (“Adrogué tiene el boulevard/ donde se puede ir a comprar/ Temperley tiene un hipermercado/ y tiene unos bares bastante agitados/ Lomas de Zamora tiene por lo menos/ dos o tres McDonald’s/ en Banfield hay cosas para hacer/ se puede ir a La Mascota/ o hacer café concert/ ¡En Escalada no hay nada!”). Y de la polémica que inmediatamente suscitó: “Muchos se tomaron en serio el tema. Lo discutieron en foros, nos insultaron y hasta llegaron a amenazarnos por teléfono –cuenta Doris, todavía incrédulo–. Se ve que los escaladines son muy patriotas.”
–¿Qué mirada tienen sobre el rock actual?
Doris: –Siento que está repitiéndose a sí mismo. Fuimos a ver a Soda Stereo y vimos una cosa vacía totalmente. En un momento me encontré saltando a dos metros de la valla. Y me dije: qué carajo hago acá. Prefiero estar en Cemento viendo 2 Minutos.
Qué hacen: bolero retro, cuartetazo beatle, cumbia de salón y pop a secas.
De dónde son: Córdoba Capital
Edad promedio: 33
Influencias: El Trío Los Panchos, La Bersuit, Tita Merello, Almodóvar, Lucha Reyes, Los Beatles, Lía Crucet.
Cinco minutos de fama: nominación a los premios Gardel 2007 y presentación del disco en La Vieja Usina, el Obras cordobés.
Como un capítulo de Los Simpson en blanco y negro, o la banda de sonido de una calesita del futuro. La música que hacen Los Cocineros encierra una extraña mezcla de pasado y presente, tecnología de i-Pod con fritura a púa. Empezaron rescatando boleros, milongas y viejas rancheras de los ‘20 y ‘30. Esas que escuchaban nuestras (bis)abuelas en la vereda o en la cocina; entre el aroma a puchero del conventillo y los gritos del canillita a la mañana. Y ahora, con Platos Voladores (2007), llevan sus viñetas ácidas y teatrales a otra dimensión, un universo donde conviven el pop beatle y la música de orquesta. “Mezclamos los ingredientes para hacer un plato con sabor propio”, sostiene Sol Pereyra, trompeta, voz y guitarra del quinteto cordobés.
Sin duda, en esa identidad juega un rol clave la voz de su cantante principal, Mara Santucho. Al punto que, después de la primera escucha, es prácticamente imposible no quedar inmediatamente maravillado con su timbre histriónico, cinematográfico y chillón. “Es un diamante en bruto, una voz de ducha”, suele decir de ella Alfonso Barbieri, acordeón, voz y guitarra de la banda. Y es que a nosotros, demasiado acostumbrados a esas voces femeninas que de tan dulces y suaves a veces se vuelven sosas, la voz de Mara nos sorprende con todo lo contrario: se prende a tu sensibilidad como una garrapata cordobesa. “Me gustan mucho las cantantes latinoamericanas: Lucha Reyes, Astrid Hadad, Nelly Omar...”, cuenta la propia Mara con más premura que arrebato. “Sobre el escenario puedo ser muy histriónica, pero abajo soy bastante tonta y tímida”, confiesa, humilde. Y la modestia cae bien, pero es injusta, su voz es cosa seria: ¿hace cuánto que una mujer no conmovía así con su canto?
Largamente reconocidos en Córdoba y varios puntos del interior, Los Cocineros todavía son un grupo de culto en Buenos Aires. Pero ellos, en vez de resentirse por la situación, no paran de sacar discos (van por el quinto en cinco años) y de contar una historia en cada canción. “Me resulta atractivo escribir haciendo foco en detalles desopilantes de la realidad. Estar todo el tiempo con un ojo filmador”, cuenta Sol, responsable de la mayoría de las letras. Que pueden ir de un réquiem a Popis (un taciturno perro que se deja morir, apesadumbrado por el trato que le da su dueña) a un “cabeza de edificio” demasiado habituado a la urbe. O pequeñas viñetas cotidianas como la de la mujer que se siente avergonzada porque un hombre, a lo lejos, la ve nadar perrito “sin estilo”.
Como casi todas las bandas de este informe, Los Cocineros tienen actividades artísticas paralelas. Sol y Mara son actrices (Sol, además, es directora de teatro e integra el grupo La Negra). Y Alfonso es emprendedor musical (cuenta en su haber con un disco solista y durante los ‘90 integró varios grupos de rock cordobés) además de pintor: el año pasado tuvo sus cinco minutos de fama personal en CNN cuando un grupo de fanáticos lefebvristas (cristianos extremistas que no reconocen las reformas del Concilio Vaticano II) irrumpió en una muestra de sus cuadros al grito de “ésta es la sangre de Cristo”, enojados por el contenido crítico de la obra. “Fue lamentable. Rompieron toda la galería”, recuerda el acordeonista. Lo cierto es que ante tantas inquietudes paralelas, no es extraño que los shows de Los Cocineros sean reconocidos por su interacción y la buena vibra en el ambiente. “No nos gusta que el público esté ahí sólo para admirarnos –reconoce Sol–”.
–¿Sienten que le está faltando humor al rock argentino?
Alfonso: –Sí, ni hablar. Aunque los videos de Miranda! lo tienen. Bersuit y Kevin Johansen también.
Sol: –Para mí es importantísimo que haya humor en nuestros shows porque en todo lo que fue trágico en mi vida mi manera de superarlo fue a través del humor.
Alfonso: –Tratamos de no caer en el cliché de ser “una banda de humor”, sino ofrecer una mirada ácida y hasta oscura del asunto.
Qué hacen: teatro rock con momentos de ska, salsa, reggae, tarantella y folk gitano.
De dónde son: Olivos, Zona Norte
Edad promedio: 30
Influencias: El Chavo del Ocho, Kusturica, Cha Cha Cha, Fabulosos Cadillacs, Los Twist
Cinco minutos de fama: cierre del Festival de la Carcajada ante mil personas
¿Cuánto cuesta el primer beso aunque ya hayas pasado largamente la veintena? ¿Por qué nos volvemos tan aparatos cuando nos gusta alguien? Esa chica que se obsesiona con un nerd, ¿es una genia o está loca? A primera vista, el último show de La Morocco Topo Gipsy Band (que presenta la historia de amor entre Alfredo, el nerd, y Claudia, la neurótica) puede ser confundida con otra de las tantas obras de teatro que incorporan música a sus espectáculos. Dos o tres actores al frente, una orquesta acompañando detrás, un poco de humor, algo de improvisación, y listo. Pero no. Esa impresión empieza a derrumbarse cuando, al promediar el show, los actores toman los instrumentos, los músicos actúan y todos forman un colectivo sin fisuras que no tiene pruritos en mezclar lo mejor de ambos mundos (el rock y el teatro) para sorprender y hacer reír.
“Tenemos una pata en cada lado. Algunos somos más músicos y otros más actores, pero todos tocamos y todos actuamos”, le dicen al NO. Y la propia dinámica de la obra –con sketches delirantes que dan paso a popurrís eclécticos– lo confirma. “Buscamos esa unión”, sostiene Facundo Distéfano, violín, acordeón, teclados y uno de los ocho músico-actores que integran la banda. Y junto a él, Gonzalo Alfonsín –percusión y voz cantante de Alfredo, el nerd– asiente y agrega: “Nos vemos como banda de rock desde la actitud. Por ejemplo, cuando en algunos shows decimos (imita una voz metalera): ‘¿Quieren rock?’ Y largamos con una cumbia” (risas).
La mayoría de los Morocco Topo (completan María Laura Bordalejo en trompeta y voz, Lucas Loschi en guitarras, Santiago Blomberg en bajo, Guillermo Pérez Vachini en batería, Nicolás “el hombre misterioso” Wio y Federico Menzano en saxo y coros) se conocieron en el San Nicolás de Olivos. Y tras integrar distintas bandas de la zona y/o participar de giras teatrales juntos se dieron cuenta de que no podían hacer un ensayo sin que surgiera un monólogo. “El estilo se fue dando naturalmente. Pero de entrada sabíamos que queríamos hacer algo que combine teatro y humor.” Los primeros shows fueron en la terraza de la Casa Ortúzar: tiempos de happenings y libre albedrío que cimentaron la fama de “raros” o inusuales de La Morocco en el circuito teatral. Y que exacerbó el juego a dos puntas. Con presentaciones en salas de la dramaturgia under como El Galpón Ve o El Taller. Pero también en lugares del palo junto a bandas rockeras hechas y derechas.
“Una vez tocamos en El Condado con Pampa Yakuza y fue buenísimo porque al principio la gente como que dijo: ‘Ah, ¿no es un show de rock?’ Como que les costaba entrar en el código. Pero al final nos terminaron aplaudiendo a full. No llegaron al pogo, pero casi”, cuenta Gonzalo con una sonrisa. La referencia no es casual: hace dos años, la banda cerró el Festival de la Carcajada (tradicional en el ambiente del teatro) con el cantante llevado en andas por el público: “La gente se desquició mal –recuerda Gonzalo–. Me llevaron durante varios minutos por un gimnasio de básquet”.
–¿Sienten que son pocas las bandas que meten teatro y humor en el rock?
Gonzalo: –Quizás en las más conocidas no se ve mucho. Pero existen grupos con humor. Por ejemplo los que aparecen en este informe.
Facundo: –Lo que pasa es que muchos tienen miedo de ser confundidos como no serios. Y entonces ves que no te tiran ni una sonrisa sobre el escenario. En ese sentido, Los Cadillacs fueron un ejemplo: eran grosos, sonaban como nadie y a la vez se cagaban de risa.
Gonzalo: –Cuando ni siquiera pensábamos que íbamos a hacer shows con sketchs y teatro, teníamos claro que íbamos a usar el humor para no caer en solemnidades. Y creo que lo logramos.
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