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Jueves, 27 de diciembre de 2007

ESCLAVOS DE NUESTRAS PALABRAS I > LA INDUSTRIA, LAS MARCAS, EL ROCK

“A esta altura, la independencia es un capricho”

El Indio Solari habló sobre la industria del espectáculo, y desde las productoras musicales le contestaron con fuerza. La llegada de grandes capitales, el reposicionamiento de las marcas, la consolidación de las productoras y el lugar de la independencia fueron tema en 2007.

 Por Mariano Blejman

Siempre es difícil la futurología, pero estando 2008 tan cerca vale la pena intentarlo. El año próximo será recordado como un año de inflexión; el momento en que los planetas se acomodaron de otra manera y el mundo de la música –principalmente en Buenos Aires, capital del mercado rockero de buena parte del cono sur– comenzó a reposicionarse. Muchos músicos han planteado la situación en estos términos: en el post Cromañón (todavía es duro y profundo), ante la ausencia creciente de lugares para tocar y la llegada de los grandes festivales o los espectaculares shows nacionales e internacionales pareciera haberse producido una especie de embudo, un cuello de botella que afecta más que nada a las famosas bandas “pymes” del rock argentino.

En ese sentido, los comentarios del Indio Solari en la entrevista que se publicó en este suplemento hace unas semanas en relación con el momento que atraviesa la industria cayeron como una bomba entre las productoras más grandes de rock. El Indio dijo que está vedado en River, que todavía está pagando cosas de sus shows en La Plata y que le resulta muy difícil manejarse en el mundo de la independencia, sin los flujos de dinero que se manejan en torno del negocio de la música. Opinó también que las bandas chicas “sólo pueden tocar en festivales maratónicos, en donde todo el mundo sólo va a ver las últimas tres bandas”. Desde Pop-Art (quien maneja, por ejemplo, la concesión de River y produjo los grandes festivales del año) contestaron que no es cierto que él esté vedado en River y que hacer un show independiente o sin sponsors –como fue el caso de la Bersuit, que según datos de la productora facturó un millón de pesos limpios para la banda con el show de abril– sí es un negocio posible.

Es innegable la relación que las grandes marcas han tenido con el rock en el último lustro: Quilmes, Pepsi, Personal, Nokia, Motorola y Sony Ericsson, entre otras, han venido coqueteando con la cultura joven por intereses claros y pretenden quedarse en el negocio. Ha sido también proeza de los productores convivir con ellos, haciendo una especie de puente entre los músicos y las empresas. En ese sentido, la aparición en el marco del Pepsi Music del Latin Alternative Music Conference organizado por el productor Tomas Cookman y Pop-Art aparecía como un signo de maduración y entendimiento entre mundos que a veces parecen demasiado distantes: el de los intereses comerciales y el del aspecto creativo, básicamente, el de hacer música, el de tratar al público con respeto. Es un equilibrio que las marcas, las productoras y los músicos deberán buscar si no se quiere afectar el nivel de los espectáculos, la esencia del rock. Pero, a lo mejor, los músicos podrían tener una participación mayor.

A pesar de la llegada de capitales extranjeros y de los cambios en los paquetes accionarios de algunas radios, el panorama de la industria no parecería estar interesado en cambiar demasiado en 2008, al menos en cuanto a cronogramas de artistas nacionales e internacionales. Pop-Art (quien tiene mejor tradición en cuanto a la relación con los “eventos-marcas” sobre todo con artistas nacionales), DG Producciones (de Daniel Grinbank, que este año apostó a los grandes shows internacionales y no pudo terminar de armar el BUE) y la productora Fénix, que no acaba de hacer pie en el mundo del rock (hasta ahora pareciera irle mejor con espectáculos como el de Shakira que con el Summer Fest suspendido en varias ocasiones y el festival Yeah!) siguen peleando por la escena que evidentemente rinde buenos frutos, y ha levantado los estándares de calidad de los escenarios.

La gente de Pepsi Music sabe que el modelo de este festival está agotado. Pero el affaire del Personal Fest suena más a malentendido que a otra cosa, ya que la estampida provocada por un puntazo pareciera ser más bien producto del cambio de público que están viviendo los festivales: un punguista de esta calaña en un recital de La Renga no duraría suelto más de diez segundos. Pero cuando el público que va al festival, va pensando en el celular que se compró y las pelucas azules que le vendieron por la tele en vez de la programación seguramente saldrá corriendo, en tiempos de caza de brujas, ante la primera paranoia colectiva que se le avecine.

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