Jueves, 21 de febrero de 2008 | Hoy
FAVIO POSCA LA ROMPE CON “LOS QUIERO MUCHISSSIMO”
Verborrágico, hilarante, cínico y observador del “comportamiento humano”, Posca pertenece a una generación que cambió la forma de hacer humor en los ’90, pero fue también capaz de seguir inventando personajes que salen del interior de su mirada.
Por Federico Lisica
Es fácil imaginar a Favio Posca (cuyo nombre es con “v” corta, por esos caprichos de la ortografía) del otro lado de la línea telefónica. Locuaz hasta por sus rulos, en estos momentos en su versión Dr. Jekyll, aunque nunca se sabe cuando saldrán los Mr. Hyde, esos que aparecen por las noches en un escenario. Los quiero muchísssimo es la nueva encarnación de la saga de espectáculos en base a monólogos corporales, cuidados juegos estéticos y sonidos varios. Entregado a una gira veraniega, con centro de operaciones en su ciudad natal (Mar del Plata), Posca divide su tiempo entre la obra, su programa radial en Rock & Pop Beach (décimo año tras los micrófonos), la familia y hobbies que no dan descanso (correr, jet-ski, snowboard y parapente, ver recuadro).
Cuando el hombre comienza a desmenuzar su unipersonal, los ladridos de un perro azotan el parlante, casi como si su alter ego más famoso pidiera pista. Posca no se dará cuenta de la aparición mefistofélica del perro. Mejor, por unos minutos estará domesticado. “El Perro a esta altura ya tiene vida propia”, sentencia. “Es como un mito viviente. Ya se caga de la risa de lo que la gente piensa de él, son suposiciones que expone en el escenario. Nadie sabrá por qué le dicen Perro y por qué está hemipléjico. Lo importante es que El Perro está bien vivo.” En las obras de Posca entran en juego las dualidades; no está dispuesto a dejar cabos sueltos, aunque muchas de sus composiciones son un salto al vacío; sus textos están cargados de “bestialidad y cariño, en una búsqueda de la deformidad y las miserias humanas con las modas y la producción bien high”.
Posca es consciente de otra cosa –importantísssima diría–: quienes van a ver sus obras (a verlo) no buscan la versión hardcore de sus personajes ATP en las tiras de Pol-ka. “Sé que compartimos inquietudes, gente que le gusta buscar cosas de otras artes”, analiza sobre lo que repetidamente llama “mi público”. “Y es raro, pero siempre se dio así. Ahora ya vienen padres e hijos. La verdad es que si hubiera querido conquistar un público, hubiera fallado. Y es un público joven, y cada vez más joven, el más difícil de captar.” Si bien surgen abogados paranoicos o travestis que enseñen cómo hacer mamadas, “lo que quieren es viajar con toda la propuesta, aunque con cuatro luces ya me puedo disparar a cualquier lugar del planeta, es algo más bien cinematográfico. En sí, siempre me interesó hablar del comportamiento humano, de ahí parto, sin llegar a sentirme un extraterrestre, pero sí un poco desde afuera, desde los psicológico, lo físico. Pitito, otro de los personajes, hace reír y enternecer desde la psicosis, algo rejodido porque es un estado que implica sufrimiento, y creo que uno puede rescatar cosas del sufrir. Pitito logra reivindicar eso llevándolo a la risa. Y me río con la locura. Nunca de la locura. Por eso pegan. Y supongo que hay algo salvaje y autóctono en esa investigación. Un regreso a lo más básico, a la voz. Van siendo cosas inconscientes que plasmo como un pintor”.
Cada una de sus obras se asocia al concepto de impacto. Como si John Waters, director y guionista de la fundacional Pink Flamingos, pensara monólogos para presentarlos vestido por Martín Churba (quien diseñó el vestuario de su última obra, tarea de la que ahora se encarga A.Y. not dead). Posca define eso como “un show rock teatral”. “Pienso las obras desde la calidad y desde el tempo, pero no desde el impacto sino desde lo que tengo ganas de hablar en cada momento. Y más que por los textos, creo que lo seductor está en la síntesis, desde lo textual, lo sonoro y lo estético. Por ejemplo, en este espectáculo hay doce canciones que canto en vivo. Y creo que el humor es casi un bonus track. Hay tantas capas de lenguajes, que cuando se produce el efecto risa, se experimenta algo liberador.”
El rock parece supurar en esta obra, multiplicado por las composiciones de Los Látigos, Los Dulces y Fantasmagoria (“podría haber convocado al mainstream, pero preferí reunirme del palo alternativo, más que nada porque son grandes músicos”, clarifica) lo que lleva a indagar sobre sus proyectos musicales. “Es medio raro porque la gente pide que edite los temas que compongo para la radio o para las obras. La música está buenísima, pero por ahora no me veo con una banda, creo que me faltaría algo. Si asumiera el rol de líder de un grupo me sentiría incompleto. Tal vez un día saque un disco, pero no lo presente. Además me gusta esa cosa clandestina de mi música. Nadie tiene la música excepto el que va a ver la obra. Eso es bien del vivo. De lo que uno recibe en un recital o... en el teatro.”
De chico, Posca leía mucho, y recuerda a una vecina, una viejita de noventa años que le daba libros. Además era socio de una biblioteca. “Algo bastante freak para esa etapa de la vida.” Los libros y luego el cine fueron los que le ayudaron, en sus palabras, “a entender desde otro lado el teatro. Como un proceso en el que traduzco visualmente cosas muy naturales”. Con esas inquietudes se mudó a Buenos Aires, en donde pasó algunas temporadas formándose en el Teatro San Martín; conoció a la que sería su esposa (María Luisa Callau, una psicóloga que le ayuda a destripar palabras y significados); y pasó a formar parte de la troupe que cambió gran parte del humor argentino en los ‘90 con De la cabeza.
Así, de la casa a la tele, y del teatro al hogar, fue autoproduciendo obras con títulos, por lo menos, ilustrativos (El perro que los parió, Mamá está presa, Boster Kirlok y Alita de Posca, entre otros).
En todos parece estar librado algo naïf y violento. “Creo que el 40 por ciento de un show es el afiche y su nombre. Ya no puedo descolgarme con cualquiera. Pero también está lo sorpresivo: Alita de Posca surgió en la calle, se me cruzó un pibe en Alem, yo iba en una camioneta, y me dijo ‘¡Ehhh, alita de Posca!’. Y flasheé. En Los quiero muchísssimo está lo más literal, que es el cariño, pero también la frase puede contener mucha locura.” Para descargarse, o acaso sea al revés, Posca hace culto de la vida sana y de ocasionales silenzios stampa, lo que lo transforma en un bicho raro dentro del medio televisivo y teatral. “A veces me critican por lo que hago y cómo lo encaro. Si lo hago es porque creo en eso. Siempre fui muy auténtico con lo que pensaba y sentía. Lo interesante de un artista es desdoblarse y no ser uno solo. Si fuera un zarpado de la noche, sería una continuidad de lo que enseño en el escenario. Pero elijo como vida personal otra cosas. Aunque la familia esté presente en mis laburos. La letra de la canción Los quiero muchísssimo es de mi hijo Rocco, que hizo algo increíble, desde lo salvaje de la niñez. Mi hija Manuela tiene un concepto visual grosso. Y a la vez si no entrenara, no podría bancarme dos horas en un escenario con tal descarga de adrenalina. Aunque lo que escribo, lo que vuelco ahí arriba, esas enfermedades, ojo, también son mías; ése también soy yo.”
El de Favio Posca en la playa es un momento que cataloga como “rocanrolero”. ¿La razón? “Estoy metido en una gira rabiosa. Los fines de semana en Mar del Plata, y algunos días a girar por la costa. Parando en lugares como Santa Teresita, que nadie visita, y el público responde. Es una decisión personal de abrir un poco más la brecha a lo popular. Salir de esta forma me ayuda. Después de tres años con Alita de Posca en La Plaza, quería rodar”, afirma Posca que sitúa Los quiero muchísssimo en su línea de “irrespetuosidad por los cánones teatrales más serios. Quiero jugar con un lenguaje diferente dentro de lo que es el teatro. Y lo teatral tiene que ver con una esencia de mostrarse, en este sentido la gira es muy teatral, pero no teatrera. Nunca me identifiqué con lo más típico del teatro, ni el público que sigue mis obras se ve representado por ese teatro. De hecho los lugares en los que la presento son muy grandes. En Santa Teresita, por ejemplo, creo que esa noche todo el mundo estaba ahí. Y lo rockero aparece desde las canciones a la puesta en escena. Además ahora estoy haciendo instrumentos con la voz, pero no llevándolo al hip hop, que es lo más fácil, sino al rock, un hi-hat, una viola”.
* Los quiero muchísssimo se da los viernes y sábados de enero y febrero en el Teatro Radio City (San Luis 1752). Desde abril en el Complejo Teatro La Plaza.
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