RECORRIDOS SOBRE “EL FINO ARTE DE LA VENGANZA” DE LOS ALAMOS
En esta larga conversación con la banda neofolk, que acaba de editar su segundo trabajo, se repasan algunas de las bases del rocanrol, se recupera algo del cinismo perdido por el medio y se apuesta a una manera de concebir el trabajo como contexto para hablar de un disco notable. Este es el año en el que Los Alamos van a despegar: disco nuevo masterizado afuera, gira por América latina y por Europa, y todo sin doblarse.
› Por Mariano Blejman
Peter: –Un hotel, un autoservicio, o un rent-a-car... También es un grupo de amigos que hace música y se lo toma en serio. ¿Es una respuesta medio MTV, no?
Poly: –No somos una raza extraña, hay un montón de gente que piensa como nosotros.
Peter: –Pero estamos orgullosos de nuestras plantas, de nuestras raíces. Lo que sí, tenemos nuestra propia parcela. Tenemos una escena de amigos, estamos con la gente que nos gusta y en lo que hacemos tratamos de concentrarnos en que sea nuestro. Es autocultivo para consumo personal, no para vender ni para que la gente copie. ¡Eso es para la THC, eh!
La puerta del Café del Sur, a unas cuadras de Constitución, se abre sola a pesar del intento de cada integrante de Los Alamos por cerrarla. ¿Hay algún truco para agarrar bien la puerta, maestro?, pregunta este cronista al dueño del lugar, que acaba de servir un cortadito por cuatro pesos, sólo para dos de los varios presentes. El hombre responde con la soberbia propia de quien se sabe dueño de algún secreto, pero no pretende entregarlo: “Así, no más, fuerte”, dice, y empuja el marco con la mano derecha, y a los dos minutos se vuelve a soltar. Cada una de las veces que se va a abrir esa puerta durante la larga conversación del NO con Los Alamos, ante la flamante salida de su magnífico disco El fino arte de la venganza, pareciera simbolizar el empecinamiento con el que esta banda se ha tomado el trabajo de edificar su carrera: a los golpes, con la tenacidad del que se supone dueño de alguna verdad, pero sabiendo que tarde o temprano –si no se persevera– la puerta se va a abrir de nuevo, y va a entrar el frío, y... lo que es peor, alguien va a tener que volver a levantarse. Como sea, Los Alamos tienen algunas características impropias para los tiempos que caminan en la escena rockera argenta: son buenos músicos, tienen buenas ideas, y dicen lo que piensan. Cualquiera de estas tres características darían por separado motivos para festejar.
El ejercicio propio de quien propone armar su vida en función de la música implica entrar en una cadena de responsabilidades, que sólo se corta cuando se separa la banda. Si no, siempre es más o menos lo mismo: tocar, grabar un disco, presentarlo, salir de gira, subirse a un festival. Después –o durante– vienen las notas en los medios, la necesidad industrial de ponerle una cara visible. Ese que “habla” (y que además compone) empieza a pensar que es “distinto”. Ese que habla decide hacerse solista, un día. Diez años después, cuando se da cuenta que la soledad no convoca, planea el “regreso”. Tal vez, la pereza o la dureza de Los Alamos haga que el camino prototipo de la banda que está “por saltar”, “salte” para otro lado. “Constantemente estamos componiendo”, dice Andrés.
Primero esto: Peter López canta y toca la guitarra acústica, Poly (Ezequiel Safatle) toca la guitarra eléctrica, el gringo Jonah Schwartz la mandolina, Andrés Barlesi el bajo, Joaquín Ferrer la batería y Gabriel Sanabria toca el acordeón y la trompeta. La puerta se cierra ahí, al menos en la banda “oficial”. Quince años haciendo música, típico inicio en el punk rock, merodeo por el hardcore, el inicio de la complejidad y justo cuando a Peter y Poly se les ocurrió armar Los Alamos estaban escuchando Bob Dylan, Neil Young, Sonic Youth y algo de Johnny Cash. “Si hubiésemos estado escuchando The Cure hoy estaríamos haciendo dark”, cuenta Poly al NO. Después vino el disco Emboscada, y más tarde un EP –sí más tarde– llamado No se menciona la soga en la casa del ahorcado. Curioso: siempre haciendo las cosas un poquito al revés, un poquito con la soga mal doblada.
Como si fuera un paquete recién desenvuelto, a El fino arte de la venganza convendría empezar a desmenuzarlo por donde se terminó, sobre todo por la claridad del sonido que proponen las canciones. La cinta fue editada por su sello Cuatrero Records, se mezcló en los estudios Quark por Gonzalo Rainoldi y viajó hasta Estados Unidos, para ser masterizado por Don C. Tyler de Precision Mastering: “Es un groso que masterizó a Bob Dylan, Beck, Los Tigres del Norte, Sigur Ros, bandas rezarpadas”, cuenta Poly. Le enviaron el material por ftp, devolvió las bases por mail... y un día llegará la factura. “Eso es lo primero que hablamos: ‘Escuchanos Don, somos independientes, de Argentina’. Nos hizo precio, no nos cobró como Madonna”, cuenta Poly.
¿Por qué son tantas las diferencias entre el masterizado argentino y ése? “Nuestro ingeniero de sonido no podía creerlo: cuando lo recibió nos llamó llorando”, cuenta Poly. “El chabón de allá respetó el laburo, limpió el fondo de los canales”, cuenta Jonah. “Y acá el masterizado es más cabeza”, define el bajo Andrés. De hecho, Los Alamos querían subir el volumen dos decibeles y Juan Master les contestó un mail de dos carillas explicándoles por qué no debían hacerlo. Poly recuerda algunos motivos:
1) Porque Bob Dylan grabó con un presupuesto de 50 mil dólares, y Los Alamos en un estudio de Chacarita.
2) Porque subir una frecuencia perjudicaba a otras.
3) Porque se comprometía el sonido general.
Peter –el que hace la mayoría de las letras, el que un día (según las leyes del rock, no las de esta banda) debería empezar a sentirse más importante que los otros– dice que el contexto de western que puede vislumbrarse en la sonoridad de El fino arte... en realidad habla de algo urbano, de lo que pasa en la ciudad: “Son imágenes que capté de la vida de la gente que veo todos los días, pero no me imaginaba hablando sobre la vida que habla en la Patagonia, sobre un lugar en el que no puedo sentir qué pasa. Es medio arrabalero, habla sobre cosas marginales”.
Las letras de Los Alamos conversan entre el inglés y el castellano: a veces una voz le responde a la otra, como si fuera una especie de comportamiento bipolar del rock indie folk. Es como si Los Alamos hubiesen querido comenzar todos esos viajes que van a hacer este intenso año de shows, componiendo su propia música rutera. “A veces hago dúo conmigo mismo, me respondo, uso otro micrófono y así la voz parece que viene de otro lado”, cuenta Peter, a quien al principio le daba miedo cantar en castellano. “Me parecía cursi. Aunque si traducís las letras del rock sajón al español suenan muy cursis. Uno escucha Misfits, Los Ramones y son letras retontas. Pero en realidad descubrí que cantar en castellano es recontra rico”, dice Peter. Jonah dice, además, que a él le sale cantar en inglés porque es “de los Estados Unidos”, y que traducir el rock al castellano resulta cursi. “Tengo una amiga que tiene letras de Janis Joplin traducidas al español, y la mina dice ‘nena, nena, nena’. El clásico no se traduce bien, es como poner un tango en inglés”. Conclusión uno: el idioma no se puede traducir. Conclusión dos: el rock en Argentina requiere un uso más profundo de la lengua en gran parte gracias al legado del rock argie de los ‘60 y ‘70. “No podés traducir a Little Richard porque no tiene sentido”. “¿Pero a vos una canción de Little Richard te suena cursi?”, le pregunta Andrés a Jonah. “No”, dice el gringo.
La estructura emocional de El fino arte... se parece –además de su espíritu– al rock-folk de los años ‘60. Es un vintage remozado, que se puede escuchar en autos bastante más cómodos. También conceptualmente hay una serie de temas tipo Lado A (Problemas, Franco nero, Mala semilla), mientras que los últimos son claramente el lado oscuro de Los Alamos. En el tema número siete se puede pensar que uno cambia de lado, más o menos. Y allí se esconde el sol: Lo más bajo, El viento, Waiting for the drought o Sin sombra. Pareciera que el cambio de concepción en la manera de construir música que muchas bandas han incorporado por internet, no ha producido ninguna influencia en ellos. “Si pensás en editar por internet, ni siquiera estaríamos haciendo una edición”, dice Jonah. “¿Vos pensás que vamos a sacar un disco por celular... Nosotros no hacemos temas para ganar plata, temas como Miranda!”, insiste. “Estaría buenísimo pegar un tema, pero no nos interesa hacer nuestras canciones en función de eso”.
¿Hubiesen estado más cómodos si nacían en los ‘50? “Si te ponés a pensar –dice Andrés–, no nos hubiese convenido nacer en esa época.” “Pero preferimos hacer las cosas de manera artesanal, a la antigua, de arreglarnos con lo que tenemos”, cree Poly. Así, una rever se hace a la antigua: “Midiendo la distancia entre micrófonos para encontrar la reverberancia natural”. Jonah dice que hoy a la mañana estuvo escuchando Wilson Pickett y “es obvio que no se grabó con Protools”.
El único judío del pueblo en el medio de la white trash campesina cerca de Nueva Jersey no creía del todo en Dios. O sea, no creía en ese Dios en el que creían (y creen) sus vecinos. Jonah no fue a los boy scouts: “Era la puerta de entrada a la educación cristiana”, dice, y bien podría pensarse que el doctorado de los Boy Scouts termina en Jesus Camp, ese lugar donde se lavan y se peinan las cabezas para algún día bombardear algún oscuro rincón del mundo. “Siempre fuimos un poco extraños en el barrio”, dice Jonah, el estadounidense que un día vio tocar a Los Alamos, le gustó esa mezcla de Johnny Cash y Devendra Banhart, y se quedó a enseñar inglés y se subió al escenario con ellos con su particular instrumento: la mandolina. Las puertas de aquel poblado siempre estaban abiertas. Como las del Café del Sur, que no se cierran por más que uno quiera, y entra el chiflete, vaya este qué condado: ¿cómo mierda se traduce chiflete?
“Estaba buenísimo. Te la pasabas jugando afuera, en el bosque con amigos, mi educación fue bastante abierta”, cierra el estadounidense. Y vuelve a abrir la puerta. Ahora, cuando Jonah vuelve al barrio, sus amigos andan en BMW, o Hummers, trabajando de abogados y juntando plata. “Todos felices con su plasma de ‘50 pulgadas.” Jonah se compró la mandolina “rebarata” y comenzó a sacar temas del folk que escuchaba su padre. Las buenas ideas surgen de la concatenación de costumbres extrañas, en función de un proyecto mayor. Ahh, y por cierto, la nota se hace en el Café del Sur porque allí cerca trabaja Andrés el bajista, en la producción del programa La mamá del año de Andrea del Boca que va durante las tardes por Canal 13 y es producido por Endemol. Pero Andrés creció en una zona bastante distinta: El Palomar, conurbano bonaerense, cuna de Los Piojos, Los Caballeros de la Quema, e incluso algunos años de Sumo, también. Así, Andrés tiene de nacimiento esa contraposición innata entre el rock porteño y el del conurbano, mientras pedía pizzas en los flamantes deliverys para los vecinos inesperados. “Pero me vendí, transé”, se ríe. “Yo no entendía la diferencia entre Los Pericos y Los Piojos. Siempre me parecían iguales, para mí eran basura porque no transmitían nada.” ¡Pero eran de tu barrio!, dice este cronista. “Pero bueno... Antes era imposible si no venías a Capital a tocar, ahora es imposible tocar en Capital.” Después estudió Artes Electrónicas, y ahora está en la televisión (pero detrás).
Poly creció en Florida a diez cuadras de Puente Saavedra. Lo único que cambió del barrio fue la colocación de garitas de la seguridad privada y la incorporación de sistemas de alarmas a la zona. “Pero ahí siempre vivía gente grande, yo era de la cultura del skate, venía a la Bond Street, iba a buscar rulemanes, juntaba lijas, las pegaba a la tabla, y cuando veo una revista de skate-rock o un documental, me engancho a verlo.” Poly dice que gastó Roller Boys en el videoclub del barrio, y que no estudió nada después del secundario. Ahora importa productos higiénicos: pañales, tampones, forros, papel higiénico, servilletas, algunas de esas cosas sirven para el catering. “Pero yo quiero comprarme cuerdas para la guitarra”, dice.
Peter nació en Misiones, y se mudó a Olivos de bebé. Padre mecánico (chapa y pintura, y mecánica general), madre empleada, podría haber sido cantante de Lovorne, tranquilamente. Ahora es cocinero y trabaja en el Centro Cultural de la Cooperación. “Era fanático de AC/DC”. A los 18 años era puro asado y fierros, ahora vegetariano y toca narco-folk. “Salí para el otro lado.” No fue al viaje de egresados porque su curso se dividía entre mujeres hippies que se fueron a Médanos y pibes-disco que se fueron a Bariloche. “Y yo odiaba a Fito Páez, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Ahora crecí pero sigo sin bancármelo. Lo conocí en Plaza Francia con el pibe que lo hace igual, vende los casetes de lo que hace, es un genio tocando Silvio Rodríguez”, reconoce.
Si la música ha sido históricamente banda de sonido de los tiempos que corren, si los ‘70 o los ‘90 se definieron claramente como años “opositores” primero a la dictadura y más tarde a la dictadura neoliberal, la mirada política era más claramente festejada entonces. “Ahora no tenés muy claro contra qué revelarte políticamente, y los pibes no lo tienen demasiado claro”, dice Poly. Pero después de todo lo vivido: ¿cuál es la banda de estos tiempos? “No sé –dice Jonah–. Tendría que escuchar Aspen para saberlo.” Pero seguro que ahí no pasan Los Alamos, ni pagando.
El crecimiento exponencial del negocio del rock en los últimos siete años, –acaso ese tiempo pasó desde la inauguración de la era de los festivales primero en el interior del país y luego en Buenos Aires–, ha sido directamente proporcional al nivel de autocensura de los músicos que pretenden llegar a grandes, y también de buena parte de los grandes. La posibilidad de “decir” de los músicos de rock cada vez más atrapados entre managers ¡que dan cursos de qué decir! y agente de prensa que monitorean qué se puede decir y qué no en los grandes medios (con sus consiguientes levantadas de dedos) han hecho de buena parte de los músicos de rock actual un cúmulo de hombres off the record: señores acostumbrados a pedir que no pongan en las notas los que ellos piensan de verdad.
Y en ese océano de silencios, o risas silenciosas, o de cinismos de alturas inconmensurables, Los Alamos se atreven a decir algo así como lo que piensan. (Aunque no son los únicos, ni los primeros, no les importa hablar con la fuerza de su verdad). “El tema de la venganza (alude al nombre del disco) era porque ahora de alguna manera estamos vengándonos de nosotros mismos. Es que podemos hacer algo que nos gusta, sin que nos importe el resto. Es que se puede ser independiente, no tiene que estar todo el día en MTV o en VH1 para poder existir, para que nosotros podamos vivir de la música”, dice Peter. “Nos han hecho notas en medios gráficos, tuvimos esa suerte, pero nuestra base está en internet”, dice Andrés. Y Jonah arremete: “No dependemos de los medios, ¿quienes son? Unos chabones de 60 años que no tienen gusto de nada y dicen: este año todos van a escuchar Miranda! porque a mi nieta le gusta y lo van a pasar en todas las radios. Pero tenemos que defender nuestro lugar”.
Peter: –Con la realidad... Siempre estamos un poco enojados con lo difícil que es trabajar, y querer tener una banda, pero no sé si el mensaje es tan negativo.
Jonah: –¡De vos, cuando hagas la nota y no salga bien...!
La amenaza al cronista sucede mientras en la mesa de al lado se van juntando comerciantes de la zona en busca de un postre perdido. La puerta no deja de abrirse e intentar cerrarse, y el dueño le pega cada vez más fuerte sin mirar a esta mesa acusadora y por momento la tensión de la situación vuelve la conversación insoportable. Riesgo para el cronista (la nota puede ser un desastre). “La venganza, El fino arte de la venganza es el tema más viejo del disco. Queremos hacer las cosas sin necesidad de transar. Nos propusieron un montón de cosas”, cuenta Poly.
Una de las propuestas implicaba sacar el disco por una gran productora, pero “sabían que habíamos gastado 15 mil pesos” y ofrecieron editar el disco y pagar 50 centavos por copia. “Perdíamos los derechos por cinco años y no podíamos grabar, ni tocar sin su permiso”, cuenta Peter.
Poly: –O podés tocar en un festival, durante 20 minutos, en el escenario al lado del baño y no te pagamos un peso.
Andrés: –A un pibe de 15 años que se imagina que va a tocar en un festival... pero desde el vamos Argentina es un país pensado para eso. No hay un comercio independiente, quizás El fino arte... puede estar relacionado con eso.
El gringo Jonah tiene un buen artilugio para criticar un país que no es el suyo, sin caer como pedante: “Perdón que no soy de acá y no me gusta criticar, pero acá siempre se tira para abajo”, lo dice con ese acento que tan bien le salía a Luca Prodan. “Por eso hay bandas que siempre se están repitiendo. Hay bandas que quieren tocar como Charly en los ‘70. No se puede hacer las cosas de otra manera, y nosotros queremos decir que sí.”
Los Alamos –como bien dio cuenta este suplemento hace unos meses– se sienten parte (o sienten como pares) de bandas como El Mató A Un Policía Motorizado, Humos del Cairo, The Tormentos o Amoeba, que dicen tener otra manera de hacer y decir: “Nosotros quedamos mal un montón de veces”, cree Jonah. “Igual, sabés que cuando estás publicando algo, las palabras que salen de tu boca van a provocar una crítica. Si hacés una nota para el suplemento, muchos se cuidan y terminan no diciendo nada”, dice Poly. “Perdón, eh... –se ataja Jonah, otra vez–. Pero no hay una cultura de criticar.”
Hubo un tiempo que fue hermoso, que fue libre de ¿verdad? El lugar del rock en los medios masivos era colateral y las revistas publicaban entrevistas sin filtros: sexo, drogas, política y rocanrol. A lo mejor, la visión es un poco imaginaria, pero esa parece ser la mirada de Los Alamos. “Por ahí hablar mal de una banda hace que la productora de esa banda no quiera que toques en tal festival y tiene que ver con el crecimiento del negocio”, dice Poly. “No podés bardear a la radio, no podés hablar mal de revistas y diarios porque no te ponen una tapa, no te dan una nota. Si no pagás no te dan una nota, pero si lo decís, no te ponen... ¡Así que nos ponés en la tapa!”, amenaza de nuevo Jonah. Y bueno...
Peter piensa que Los Alamos corre contra la corriente. “Pero estamos en el costado del río que queremos recorrer”, dice. “Me parece que una persona que es inteligente va para el lado que quiere ir, y no se queda pensando si es el lado correcto. No estamos preparados para ceder ahora porque no tenemos nada. En vez de ceder preferimos apostar a otros caminos, y tener un mensaje claro y directo. No queremos ceder a con festival o con una marca para que funcione. A lo mejor podés hacerlo funcionar en una escala no tan grande, pero que lo manejas vos. Queremos poder decir que no.”
* Los Alamos presenta El fino arte de la venganza el sábado 10 de mayo en Niceto Club (Niceto Vega 5540), con invitados de lujo. A las 21. Durante 2008 tocarán también en Brasil, Alemania, Suiza, Francia y España, entre otros países.
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