¿EL FUTURO ES EL PASADO?
El steampunk es una expresión artística que se inspira en la estética victoriana como resistencia a la modernización compulsiva. Sus cultores dicen que es la forma de prepararse para el fin de la tecnología tal como la conocemos.
› Por Facundo García
¿Cuánto dura un reproductor de mp3? Con toda la furia, dos o tres veranos. ¿Y una compu? No mucho más. Por eso se ve tan lejana esa época en que las máquinas se hacían para durar: una radio andaba cuarenta, cincuenta años; con la posibilidad de repararla en casa si te dabas maña. La nostalgia por ese tiempo, mezclada con medio vaso de ciencia ficción y unas cucharadas de desconfianza ante el rumbo que está tomando el mundo, hizo nacer al steampunk, una subcultura que empezó en los libros y hoy se extiende por el diseño de ropa, la música, el cine, los comics y hasta las notebooks.
Pero mejor ir por partes, como le gustaba a Jack El Destripador. Quien viene muy al caso, ya que vivió en la época victoriana (1837-1901), centro de inspiración de esta tribu. De ahí lo de steam, que quiere decir “vapor”. En el siglo XIX, la industria funcionaba básicamente con eso, con vapor. Nada de computadoras, ni siquiera motores diesel. Julio Verne escribía Viaje a la Luna, Herbert George Wells hacía lo propio con La máquina del tiempo y chicas pálidas se arremangaban las enaguas leyendo Frankenstein a la luz de las velas. La idea de los steampunks, entonces, es recuperar esa actitud, mezcla de romanticismo con imaginación técnica. Así lo explican los pibes que editan la Steampunk Magazine (www.steampunkmagazine.com): “Existieron días en los que el arte y la técnica estaban unidas. Maravillas únicas eran inventadas y olvidadas, y los punks merodeaban por las calles, viviendo en casas okupadas y desafiando a los déspotas a través del ingenio, la voluntad y la astucia”.
Porque, claro, está también la otra palabrita: “punk” le da un toque medio irreverente a la cosa. Para entender de qué va, basta con mirar lo que te rodea: seguro vas a encontrar que el 95 por ciento de los objetos fueron pensados, fabricados y vendidos como productos “estándar”, o sea que no tienen nada que ver con el que los use. Cambiar eso es una de las metas de la movida vaporosa. Y si la empezaron un puñado de escritores –entre ellos, James P. Blaylock, Tim Powers y Kevin Wayne Jeter–, hoy el proyecto ha crecido en todas las direcciones. Como anticipa el diseñador Richard Nagy –Datamancer para los del palo–, “esto se está convirtiendo en una respuesta psicológica a las actuales tendencias de la tecnología”.
Computadoras analógicas, zepelines caseros, celulares que le hubieran gustado a Sherlock Holmes y locomotoras de garaje son sólo parte de un inventario retrofuturista hecho con restos de lo que la sociedad prefirió dejar de lado en pos de “la modernización”. “Nos convertimos en algo así como hackers mecánicos”, confían los más entusiastas. Con ese ánimo se han elaborado engendros como “Pac Gentleman”, versión del PacMan digna de un salón dandy. Asimismo –y subiéndose a la ola que han ayudado a agrandar películas como El castillo ambulante o La ciudad de los niños perdidos–, la compañía francesa de teatro callejero Royal de Luxe ha construido vehículos-autómatas gigantescos y los ha sacado a pasear por las calles, para delirio de los fans y terror de los petisos.
Jake Von Slatt, uno de los pioneros, opina que el encanto retro se debe a que “la era victoriana fue la última época en que un flaco que saliera del secundario podía entender completamente cómo funcionaban los aparatos que lo rodeaban”. Claro que en ese entonces los creadores solitarios no podían consultarse entre sí mediante websites, wikis ni e-mails. La gran pregunta es qué habría pasado si hubieran contado con esas herramientas... Y quizás esté por ser contestada. Como declaró hace poco Bruce Sterling, uno de los fundadores del ciberpunk: “Usando esa ropa medio gótica, con dispositivos arcaicos o eclipsados, nos estamos preparando secretamente para la muerte de nuestra propia tecnología. El steampunk se está haciendo más conocido porque la gente intuye inconscientemente que la forma en que vivimos hace rato que está muerta; y sabe que la sociedad sigue marchando sonámbula, detrás de líderes que te obligan a vivir como un cadáver”.
¿Y cómo pinta en el sur? El año pasado, Esteban Sapir estrenó La antena, una peli que retoma elementos del viejo cine alemán y cuenta una historia de resistencia en clave tecno-vintage. Otros que han dado que hablar son Dante Ginevra y Diego Agrimbau, que publicaron acá y en España la historieta El muertero Zabaletta. En este caso se recupera el clima de Buenos Aires entre 1900 y 1940, aunque proyectado a 2050. Así, los edificios antiguos –onda Avenida de Mayo– han crecido hasta los setenta o cien pisos, y en vez de colectivos, los porteños se toman el teleférico escuchando tango. Incluso hay una especie de Internet mecánica, un cilindro gigante que gira como una calesita y distribuye archivos de papel. “Trabajar desde esa realidad alternativa nos permitió hacer planteos sobre lo que vivimos realmente. Es más: en El muertero Zabaletta, el gobierno impulsa un plan para hacer una limpieza poblacional, lo que no suena del todo extraño”, comenta Ginevra, el ilustrador.
La impresión es que lo visto hasta ahora es sólo el principio. Hay steampunkies que están recuperando otros aspectos del XIX, como el gusto por el ajenjo, el interés por el espiritismo o la hipnosis. En la Argentina, los foros góticos han comenzado a conversar sobre el tema. Algo es seguro: así como regresar a aquellas décadas color sepia implica meterse en un universo de ingenuidades y elegancia, también significa recuperar la mística de sociedades que en más de una ocasión desafiaron lo establecido. Y no sólo desde el escenario, el lienzo o el papel, sino en las barricadas.
Música Abney Park, Rosin Coven, Rube Waddel, Rasputina. En la Argentina prácticamente nadie, aunque bien podrían entrar uno que otro disco de Melingo o las versiones de Arolas que hace La Chicana.
Cine Brazil (Terry Gilliam, 1984); La ciudad de los niños perdidos (Jean Pierre Jeunet, 1995); Steamboy (Katsuhiro Otomo, 2004); El castillo ambulante (Hayao Miyazaki, 2004), La antena (Esteban Sapir, 2007), City of Enber (Gil Kenan, 2008).
Diseño y artes plásticas Datamancer (datamancer.net), Jake Von Slatt (steampunkworkshop.com), Doktor A (spookypop.com), Royal de Luxe (www.thesultanselephant.com).
Comics La liga extraordinaria, de Alan Moore y Kevin O’Neill; El muertero Zabaletta, de Dante Ginevra y Diego Agrimbau. Y obviamente la Revista Fierro, donde suelen aparecer climas como el de El Hipnotizador (de Pablo de Santis y Juan Sáenz Valiente).
Literatura Trilogía Steampunk, de Paul Di Filippo; El jardín de las máquinas parlantes, de Alberto Laiseca.
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