Jue 15.01.2009
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EL CONSEJO DE SOMELLIERíA POPULAR DEL NO SE DEDICó A LA CATA DE VINO EN CAJITA

Tetracampeón

Al autor de esta nota no le alcanzó con la intoxicación autoinfligida para escribir su libro El barman científico, ni con las fiestas de fin de año. Por eso insistió con escrutar unas cuantas cajitas a la espera de una sorpresa agradable. ¡Y encontró varias!

› Por Facundo Di Genova

Que no son vino, que son una porquería, que aturden malamente el entendimiento. Que es el cartón popular y nunca puede faltar, que la mitad de los vinos argentinos se envasan en cajita de cartón, que hay algunos muy buenos. Las opiniones están divididas y vale preguntarse por qué hasta ahora no se han realizado catas de vinos en tetra. La razón estaría más cerca del prejuicio discriminatorio (simple y rústica vestimenta) que en la calidad de lo que lleva dentro, que puede ser, a veces, bastante malo... como cualquier botella. Pero cada vez menos.

El envase Tetra Brick, creado por el sueco Ruben Rausing, es muy eficaz para proteger el vino de la luz, el aire y los fermentos que lo circundan: de fácil transporte, no se rompe ni se le pica el corcho (porque no tiene), y hasta se dice que el contenido evoluciona mejor en el cartón laminado que en una botella. Más aún: el cartón se recicla en prendas de diseño, tejados y hasta paneles para construir casas. Fronteras afuera, se envasan muy buenos vinos en tetraedro de un litro (Cordier Mestrezat en Burdeos, Four en California, pasos que siguen Canadá y también los países nórdicos). La tendencia mundial es meter vinos de calidad en cartón a un precio razonable. ¿Y por casa cómo andamos?

El Comité de Somelliería Popular del NO –conformado por Papaiani, Franquiti, Leis y Chersis, además del autor de esta nota– escrutó 12 cartones, todos de precios similares, pero de calidades muy distintas. Algunos fueron decididamente puntinazos al estómago, el hígado y los chinchulines, otros quedaron en la media de aceptables. Un tercer grupo sorprendió, al punto de pensar en que sería negocio envasarlos en botella de 3/4 a un precio de $ 12 pesos, cuando el cartón de un litro cuesta menos de $ 4,50. Pasen y caten.

Bordolino tinto ($ 3,29) 8 puntos
Cosechado en Mendoza y producido en San Juan, hasta en Uruguay se consigue, y está bien: color ciruela con destellos rubíes, en la nariz es un clásico vino fino de los ‘80, aunque pincha un toque, anticipando un alto poder de fuego contra fritangas insurrectas. En boca sabe a fruta roja, es denso y carnoso, un poco de agua lo aligera. Ideal para parrillada, mejor con sánguche de faldita o chori.


Uvita Rose Wine ($ 4) 4 puntos
Aunque la marca mendocina se promociona como el vino que “más se exporta en el mundo” y el que más “se toma en los hogares argentinos”, lo que es verdad, este rosado en particular no está bueno: muy oscuro y turbio para rosado, parece un tinto con agua; huele a uva pisada, sabe a patero y deja un toque entre agrio y empalagoso. Como postre puede andar. La soda lo ayuda, pero hasta ahí.



Viñas Riojanas torrontés ($ 4,20) 9 puntos
Color amarillo champán, huele a exquisita universitaria sub-20. Frutado, cítrico y mineral, deja persistentes recuerdos de melón. Está bárbaro. Cosas de la exportación: aunque sabido, es el único pack que anuncia: “El consumo excesivo causa graves daños a la salud y perjudica a su familia. Limita su capacidad de conducir y operar maquinarias”.


Toro tinto dulce ($ 4,10) 5 puntos
Clásico cabeza de vaca, líder en el Noroeste, débil color opaco corte mora machucada, en vaso de vidrio es viscoso y deja lágrimas de glicerol en la paredes, con altas posibilidades de convertirse en nitroglicerina si se mezcla con sandía, lo que no se recomienda con temperaturas superiores a 30º. Huele a oporto y ácido sulfúrico, y sabe licoroso. Dos hielos lo mejoran.


Marolio blanco ($ 2,65) 3 puntos
De origen mendocino, viene con pico vertedor. Se presenta amarillo con reflejos dorados y huele a cautivante suspiro de colegiala sobre cajón de frutas cítricas; lo malo es que en boca, nada que ver: muy verde, débil de alcohol, dulzor y acidez, es más bien amargo y rasposo, sin que se sepa bien por qué. Ideal para clericó multitudinario, ni con soda se salva. Por ahora, mejor hacen el aceite.


Crespi tinto ($ 3,50) 7 puntos
Color rosado tirando a piel de ciruela virgen que recuerda a pezón de morocha en llamas, este tinto cuyano (nacido en Mendoza, vinificado en San Juan) huele a tabla de madera mojada por derrame de jugo de ensalada de frutas rojas. En boca es sólido, poderoso, muy tánico, casi duerme la lengua. Ataque endemoniado con alto poder de fuego, tres hielos lo transforman en juguito de Dios.


Termidor blanco ($ 3,60) 7 puntos
Envasado en 2007, se arriesga decir que este blanco sanjuanino que también se toma en Colombia y Uruguay evoluciona mejor en cajita de cartón que en botella de vidrio: color pasto seco con reflejos verdolaga, huele fresco, dulce y seco a la vez, muy equilibrado. Esto se confirma en boca, donde aparece el durazno añejo, suave y carnoso, con alto retrogusto. Va con empanada de sábalo.


Zumuva tinto ($ 3,80) 6 puntos
La más delgada y esbelta cajita con cierre a rosca de la góndola se vende como un vino mendocino de “cuerpo dócil y sabor amigable”, que cumple pero no destaca. Se muestra bordó oscuro con cánticos granates, huele a vino tranquilo y sabe más tranquilo todavía, casi que le falta electricidad, aunque un leve retrogusto a mora termina de convencer. La soda lo aniquila, pero para sangría va.




Facundo blanco ($ 3,29) 7 puntos
Color amarillo pálido que transita lo cristalino, en nariz es sutil, suave y sedoso como señorita recién duchada. En boca es lo mismo, siempre sin ropas, ni soda que le hace falta: cuerpo carnoso que invita al beso profundo. El vínculo entre ácidos, azúcares y alcoholes resulta en gran relación 90-60-90. Se recomienda beberlo tranquilo y bien frío, no sea cosa de arrebatarse.


Arizu tinto ($ 3,50) 9 puntos
Hijo rockero y pobre de una familia de alta alcurnia enológica, viste de rojo morado con tachas metálicas que destellan reflejos violetas. En el vaso es ligero, huele rico pero fugaz, aunque al buche es estridente, de ataque franco y decidido, provoca una tormenta de sensaciones en el paladar. Inmejorable para vino de la casa en pingüino, va con pastas, carnes y quesos. Ideal morcipán.


Resero blanco ($ 4) 7 puntos
Sanjuanino desde 1936, a la luz es amarillo dorado con reflejos plateados. Huele a fruta cítrica, con un toque de limón y una marcada insinuación de ananá en rodajas sobre barra de barcito playero. En boca es ligero y macanudo, pero cuidado porque pasa como bondi lleno. Hay que enfriarlo un día antes, y maridarlo con fritata de pesca del día o tallarines con ajo frito, albahaca, queso rallado y pimienta.


Uvita cóctel sangría ($ 4,80) 7 puntos
Vino con jugo de naranja, agua, jarabe de maíz, azúcar y un par de antioxidantes, saborizantes y conservantes, se ve rosado como braga navideña, y huele decididamente a jugo de pelotita de tenis. Al buche sabe a concentrado de naranjú, con toques de caramelo de durazno y frutilla. De escaso alcohol, bien frío y con hielo es juguito de Dios, lo que podría invitar al exceso. Ideal quilombo.

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