Jueves, 5 de febrero de 2009 | Hoy
ENTREVISTA A CAMPINO, CANTANTE DE DIE TOTEN HOSEN
El espigado vocalista del grupo punk alemán pasó por Buenos Aires, donde grabó un cover de 1, 2, Ultraviolento junto a fans argentinos. Ese tema será el jugoso bonus de una compilación entre sus últimos dos álbumes que sólo se publicará aquí en unos meses, justo cuando los Hosen lleguen a tocar después de casi cuatro años. Y claro, el NO no pudo resistir la tentación de charlar con este tipo que se cuelga del techo de los escenarios y que viene de protagonizar La ópera de los tres centavos, de Kurt Weill y Bertolt Brecht, y la nueva película de Wim Wenders.
Por Daniel Jimenez
Si uno se pusiera a enumerar aquellos elementos que harían del camino de una banda al estrellato una verdadera carrera de obstáculos, podría mencionar los siguientes: 1) hacer punk rock; 2) convivir con toneladas de drogas y alcohol; 3) debutar en el popísimo 1983; 4) cantar en alemán. Y aunque hayan tenido que sortear todo lo antedicho, los Die Toten Hosen edificaron una carrera de veinticinco años que nunca se detuvo y que los encuentra ocupados con distintos proyectos. A saber: la gira de presentación de In aller stille, la grabación de una versión de 1, 2, ultraviolento junto a fans argentinos, el lanzamiento de un disco exclusivo para el mercado nacional y la promoción de dos shows que el quinteto de Düsseldorf brindará en Buenos Aires a fines de abril; los únicos conciertos en Sudamérica programados para esta temporada.
A cuatro años de su última visita porteña, Campino, el flaco y alto cantante de Die Toten Hosen, no pierde la sonrisa mientras da vueltas por un bar de Palermo en el que lleva horas haciendo entrevistas para promocionar el disco “argentino” que se llamará La hermandad. Viste jeans clásicos, zapatillas deportivas blancas, camisa informal con la cifra 1977 bordada y un olor a chivo digno de todo el plantel del Schalke 04. “Es lindo estar aquí después de tanto tiempo”, dice. Verdadero héroe de la armada punk criolla, Campino confiesa que La hermandad (que llevará la leyenda “en el principio fue el ruido” en la parte delantera y “en el final el silencio” en su contratapa) significa para los Hosen –como lo fue para los Ramones y lo es para Megadeth– volver a un lugar al que sienten su casa. “Decidimos lanzar este material solamente para la Argentina porque hace mucho que lo queríamos hacer. Pasaron cuatro años desde la última vez que estuvimos acá y creímos que era demasiado tiempo, por eso pensamos en sacarlo para nuestros fans argentinos. Además es una magnífica forma de volver para no olvidar lo que sentimos en este país, todo lo que hicimos acá y cómo la pasamos cuando estamos de gira por Buenos Aires”, afirma.
La hermandad incluirá la canción Vidas desesperadas, cuyo estribillo en español (el resto del tema está en alemán) fue escrito por el propio Campino, un objeto de su orgullo personal que perfeccionó en las fugaces dos semanas que pasó tomando clases de castellano. “Lo intenté y venía bien, pero no funcionó”, admite el cantante, quien asegura que el paso de los años lo volvió más tolerante y le permitió acercarse a otros artistas que se encuentran en los antípodas de la música de Die Toten Hosen, como el colombiano Juanes y la propia Madonna, a la que define como “una gran artista”. Pero aclara: “Quiero que se entienda que no me gusta Madonna, sólo reconozco su show”.
–¿Tu primer recuerdo musical te marcó para el resto de tu vida?
–No sólo me marcó sino que me influyó... ¡y cómo! Era un niño, tendría más o menos 5 años, y sólo me iba a la cama si mi hermano mayor me ponía Hang on Sloopy, de los McCoys. Es uno de los primeros y más salvajes recuerdos musicales que tengo. Pero si vamos al primer disco de rock que me compré, tengo que decir que fue uno de Deep Purple, cuando tenía 8 años. Era un gran fanático de Purple, pero no de Black Sabbath, porque si eras fanático de uno no podías serlo del otro. Y era fanático de Deep Purple... aunque en secreto escuchaba a Led Zeppelin. Y cuando a los 10 años escuché a Slade en la radio, mi vida cambió definitivamente. Cada vez que encontraba una rockola ponía Mama we are all Crazy now de Slade, porque la música de Deep Purple ya me sonaba a vieja, pasada de moda, y no tenía mucha influencia en lo que sucedía en Londres en ese momento. Creo que los Slade, en su clímax, fueron tan buenos como los Beatles.
–¿Slade fue tu primer concierto como fan?
–No, el primer concierto al que fui en mi imaginación fue a uno de Deep Purple, por supuesto, con Jon Lord y toda la historia, pero mi verdadero primer concierto fue a los 13 años, cuando fui a visitar a mis abuelos a Londres a finales de los ‘70. Cuando llegué me dijeron: “Esta noche vas a ir a tu primer concierto de rock”. Estaba ansioso y temeroso por lo que podía suceder, porque al fin y al cabo eran mis abuelos. Fuimos a un lugar muy pequeño que se llamaba Rock Garden y al que para entrar tenías que bajar una escalera hasta una especie de sótano donde había unas setenta personas, todos punks, esperando para ver el show. Todos lucían extraños para mí y cuando la banda subió al escenario y empezó a tocar recuerdo que el ruido fue tremendo. La gente bailaba sobre las sillas, sacaban las mesas, bailaban en las mesas, era un desmadre. Cuando salí ya era una persona diferente. Después creo que a los 15 vi a AC/DC y a Wire en Düsseldorf, porque en Düsseldorf había una interesante movida de artistas experimentales y de vanguardia que se mezclaron en la escena punk y comenzaron a abrir lugares para que las bandas. Y venían grupos de Londres y se armaban fechas tremendas. Una noche, por ejemplo, podías ver en un pub a Wire, 999 y XTC, todos para trescientas personas.
–¿Qué te dijeron tus viejos cuando te dedicaste al rock?
–Recuerdo que mis padres se regían conmigo a través de las notas que traía de la escuela. Si eran buenas, no me jodían. Empecé a tocar en una banda a los 16 y en la escuela era un burro, por eso fui a clases hasta los 20, porque no era para mí. Cuatro años siendo músico y el mismo tiempo de estudiante... Era raro. Entonces empezaron a llegar mis notas de la escuela, que eran malísimas, hasta que mi padre me sentó y me dijo: “Sería mejor que vos y esos tres idiotas se dedicaran a hacer algo mejor”. Eso era peligroso porque ya había arreglado para hacer un showcito en la escuela. Nuestro baterista, que era el único que tenía 18 años, manejó hasta mi casa y les dijo a mis viejos: “Les prometo que lo llevo al show y después de tocar lo traigo para acá”. De golpe me había hecho una gran fama y era el único punk de todo el colegio. Una vez vino una banda de punk rock a tocar a la escuela y estaban dando vueltas por la puerta, matando el tiempo y paseándose con una cerveza en la mano. ¡Guauuu! Ese era un mundo diferente para mí, algo excitante. Después de ese día los padres del resto de mis compañeros exigieron al director que me sacara de la clase porque había un rumor que decía que yo consumía drogas, bebía litros de alcohol y toda esa mierda. Una cagada.
–Estuviste con fans argentinos grabando un emblema del punk rock local como 1, 2, ultraviolento, de Los Violadores. ¿Cómo fue la grabación?
–Mirá, cuando tuvimos la idea de hacer una edición especial de un disco para el mercado argentino, pensé que quería grabar 1, 2, ultraviolento porque es un tema punk rock muy clásico aquí en la Argentina. Y se dio todo de manera muy espontánea. Hace dos semanas pensamos que no lo íbamos a poder realizar, pero al final lo hicimos. Lo importante era hacer parte a los fans de una movida de la banda, porque sabemos que aquí tenemos muchos fanáticos y que era una buena forma de hacerlos parte a ellos de una historia común. Al final grabaron los coros casi veinticinco chicos divididos en grupos y la pasamos bárbaro. No se trataba de hacer algo que tuviera un interés que no fuera pasar un gran momento y realmente fue muy divertido. Todos se sintieron parte de la canción.
–¿Cómo fue trabajar con un artista que se mueve en el extremo musical de Die Toten Hosen como Juanes?
–Uh, ésa es una historia rara. Un día recibo una llamado de un tal Juanes, a quien no conocía, que quería hacer una grabación junto a los Hosen en Europa, porque había visto un video de un show nuestro y le gustó. La verdad es que nosotros estábamos en otras cosas y no pude darle mucha importancia al pedido. Pero voy a decirte algo: lo que saqué de esa relación, entre otras cosas, fue una cita con una chica mexicana. Ella estaba de intermediaria, pero no quería conocer mi música, ni conocer a la banda, quería conocerme a mí. Así que dije: “Bueno, quizá lo haga, averigüemos quién es este muchacho en realidad (risas)”. Quería saber sobre la credibilidad de Juanes en América latina y si era respetado o no. Entonces lo conocí, escuché su música y me pareció un muchacho encantador, además de compartir con él ciertos pensamientos políticos. Sé que Colombia es un país con un alto índice de pobreza y con una situación triste, no soy ajeno a eso. Así que lo llamé y le dije: “Voy a hacerlo para vos”. Nos encontramos en París con Gustavo Santaolalla y grabamos la canción Banderas de manos. Eso hizo que me interesara por algunas canciones en español y por letras en español, y al trasladarlas me explicaron un montón de cosas. Así escribí solo y en español Vidas desesperadas.
–Con los Hosen llevan 25 años en la ruta, vendieron más de 22 millones de discos en todo el mundo, son alemanes y hacen punk rock, sin ser una banda mainstream. ¿Cómo se hace?
–Punto número uno: “Nunca te preguntes cómo funciona; si funciona, no trates de mejorarlo (risas)”. Pero (hace una pausa larga)... cuando pasás tanto tiempo en la ruta con la misma gente, se te presentan un montón de trampas. Y hay momentos que se vuelven peligrosos, como cuando ingresás en una rutina diaria, cuando no te soportás a vos mismo y cuando no querés perder tu estilo de vida o lo que lograste hasta acá. Lo importante es trabajar con gente honesta y poder decirle: “La canción que escribiste es la mejor que escribiste hasta hoy” o “lo que tocaste fue realmente increíble, sos un gran músico”. Pero de la misma manera la confianza debe permitirte también poder decirles: “Esta canción es una mierda” o “tratemos de mejorar eso porque lo que hiciste no está bueno”. Así ayudás a mantener unido y en carrera al grupo, aunque no es fácil lograrlo. Creo que es importante ser quien sos y no pretender ser alguien más o hacer una canción “importante”. Eso es pura mierda.
–Hablaste de las trampas del camino. ¿Cuáles fueron las más difíciles que debieron atravesar como banda?
–El obstáculo más difícil de atravesar fue toda esa mierda del ego. Cuando alguien se vuelve exitoso, quiere fijar su posición: “Este soy yo, aquí estoy, no hay un cantante mejor que yo, y bla bla bla”. Eso, combinado con alcohol y un montón de drogas es una mezcla que se hace muy difícil de detener. Un amigo nuestro, plomo de Die Toten Hosen, murió a causa de la heroína, otro cayó preso por cocaína. Ahí empezás a notar que “eso” está cerca todo el tiempo y te está rodeando. Y mi amigo tenía solamente dos opciones: cortar con todo y elegir seguir viviendo, o morir. El dijo que iba a dejar; un día cayó a un show nuestro y dijo que ya no bebía y que ya no tomaba. Cuando fui al baño lo encontré fuera de sí; había bebido y se veían restos de cocaína, pero aún me lo negaba. Creo que todos tenemos tiempos diferentes donde nos enganchamos mucho con la mierda. El problema es si todos están enganchados al mismo tiempo, porque ahí te vas al carajo. Mirá, todo lo que nosotros hicimos entre 1990 y 1996 funcionó: vendimos miles de discos, tocamos en lugares con sala llena y todo lo que tocábamos se convertía en éxito, pero estábamos arruinados y no podíamos ni disfrutarlo. “Están tocando con todo vendido, les va muy bien”, nos decían. Y nosotros: “Ahhh... sí... este... ahhhh, qué bien”. Ese fue un punto de inflexión para mí. Un corte en cuanto al trabajo de la banda, a la exposición, a las responsabilidades, a mi actitud hacia la música.
–¿Cómo manejaron la contradicción de ser una banda punk y exitosa?
–Fue difícil. Cuando éramos jóvenes y nos empezamos a transformar en una banda exitosa, empezaron los problemas. No está bien visto que una banda punk tenga éxito, entonces debimos luchar contra eso. No es fácil para una banda punk convertirse en número 1 en Alemania, porque al instante te empiezan a decir que te vendiste, y bla bla bla. No podíamos mostrarnos felices porque estaba mal visto. Cuando conseguimos nuestro primer número 1, festejamos bebiendo una copa de champagne debajo de la mesa para que no nos vieran... Era ridículo. Nos faltaba decir: “Perdónennos, tenemos un número 1”. Era una estupidez. Ahora que somos más grandes no tenemos más problemas con eso. Celebramos que después de veinticinco años, con nuestras subidas y bajadas, la gente sigue viniendo a los shows, sigue bailando y está feliz de vernos. Y para que eso suceda no sólo tiene que existir el talento sino también el destino y la suerte. Existen grandes músicos que no lo logran y que se quedan a mitad de camino siendo verdaderos talentos.
–¿Qué fue lo mejor que te dio el rock?
–En algún sentido, el rock me dio mi vida, se transformó en mi vida, y estoy muy feliz de que haya sido así. No puedo imaginarme haciendo otra cosa, como ser maestro o esas profesiones poco interesantes, porque no soy bueno en nada. Quise ser futbolista profesional, pero nunca fui bueno para eso tampoco, así que mirando hacia atrás siento que no me equivoqué, porque la carrera de un futbolista profesional llega hasta las 35 o 36 años, es muy corta. Ya superé esa edad y aún estoy en el negocio. Así que estoy contento de haber tomado la decisión de ser músico, aunque todos pagamos un precio por resistir el paso del tiempo y no querer crecer. Mirá, después del primer concierto, cuando recién hacía una semana que estaba en la banda, quisieron echarme. Yo tenía la cabeza llena de ideología punk y decía: “No voy a estar en un escenario por encima del público, quiero estar a la par de ellos, porque soy uno de ellos, así que debo estar ahí”, y esas cosas. El resultado fue que canté al nivel del piso y nadie pudo verme en todo el show (risas). Cuando terminó el concierto, mis compañeros decían: “No vamos a ir a ningún lado con este pendejo, no sirve para nada; echémoslo”. Entonces se hizo una votación y me echaron por dos votos contra uno, porque en aquella época éramos un cuarteto. A la semana se dieron cuenta de que en Düsseldorf nadie iba a querer cantar con esos tres idiotas, así que no tuvieron otra alternativa que llamarme otra vez. Y aquí estoy.
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