A 33 AÑOS DEL ULTIMO GOLPE DE ESTADO
A pedido de este suplemento, los cineastas Nicolás Prividera y Albertina Carri, el escritor Félix Bruzzone y los músicos Malena D’Alessio de Actitud María Marta y Gastón Gonçalves en Los Pericos —todos ellos hijos de desaparecidos— se juntaron para repensar su lugar en la historia argentina como portadores de una mochila que no sólo no les pesa sino que les gusta cargar. “La forma artística de cada uno es también una forma de lucha y de recuerdo”, dice Carri.
› Por Matías Córdoba
En la mesa de este bar, la temperatura acaricia los 30 grados. A una cuadra, en línea recta, está la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Y de ahí, como si fuera una usina de narraciones, se cuelan los relatos del horror y del salvajismo. Pero acá, sobre esta mesa, se oyen historias culturales, la transformación de la memoria en acción cultural. Desde el cine, Nicolás Prividera recorrió organismos estatales en busca de información sobre su madre; Albertina Carri ficcionalizó la tragedia familiar; en los libros, a Félix Bruzzone relatando una y otra vez la angustiosa experiencia de la ausencia de sus padres, pero nunca con golpes bajos; y en la música, se escucha la simpleza y el desgarro en la voz de Malena D’Alessio al frente de Actitud María Marta y la sobriedad de Gastón Gonçalves, en Los Pericos, apretando el paso con las canciones y el recuerdo en todos los recitales.
¿Cómo es ser hijo de desaparecidos y mantener la historia presente, intacta a través del arte? Malena D’Alessio lo dirá sobre el final: “La música es una herramienta con un potencial transformador poderoso”. Y Albertina, acompañando la idea, dirá: “Lo que hacemos artísticamente son formas de venganza amorosa”. Y es por eso que la situación bar-a-una cuadra-de-la-ESMA dispara sensaciones contradictorias. Porque lo primero que pronuncia Albertina cuando llega al encuentro, antes de saludar, es: “Yo no me saco fotos ahí”. Y Nicolás, diez minutos antes, decía: “A mí me hace mucho ruido sacarme fotos en la Escuela de Mecánica de la Armada”. Y las fotos, finalmente, tienen que ser en otro lugar.
Todos tienen historias para contar. Narran despacio, estableciendo una relación amistosa con sus pares. No cuentan anécdotas desoladoras, y tampoco caen en la tragedia que a veces suele ser recordar a alguien que se perdió violentamente. “Yo siempre quiero hablar de lo que hicieron nuestros padres, qué pensaron, qué proyectos tuvieron. Para mí no es triste lo que contamos, porque pensar en mi padre me llena de vida, como les debe pasar a todos los hijos de desaparecidos”, se enorgullece Malena. Y es cierto lo que dice porque a veces se cuela una risa, una anécdota graciosa, el recuerdo de alguna película o el reencuentro con alguien que alguna vez pensaron perdido para toda la vida. Ese el caso de Gastón, que halló a un hermano que, sin saberlo, tenía su habitación empapelada con posters de Los Pericos.
Gastón: —Creo que nosotros tenemos el deber de pasárselo por la cara a todo el mundo. Porque en nuestra historia los desaparecidos no pueden pasar desapercibidos. A veces me da bronca que para la gente mayor, lo que pasó con el golpe, sea algo común. Por eso en las marchas que se hacen los 24 de marzo, la mayoría son jóvenes. Yo no lo tomo como una mochila.
Malena: —Para la sociedad argentina sí es una mochila. Para mí es un orgullo ser hija de quien soy. Creo que la mochila es de la sociedad, que no ha querido hacerse cargo de lo que pasó en los ‘70. Está en nosotros transformarlo para otro lado.
La investigación por la aparición de los padres desaparecidos también puede comenzar con una letra (M, en el caso de Prividera). Pero también logra encontrarse en una melodía, o dentro de una batería de frases sueltas reunidas para disparar sobre un escenario, micrófono en mano, ante una multitud. Son las historias que conviven en el arte, 33 años después de la toma del poder por parte de la Junta Militar, la madrugada del 24 de marzo de 1976, que dejó 30.000 desaparecidos, miles de acribillados, una deuda externa que se tornó impagable, la despolitización de los jóvenes, un tendal de historias complicadas y un país partido al medio.
Nicolás: —Sí, pero no nos olvidemos del menemismo, que fue la continuidad económica y cultural de la dictadura. Me parece que por ahí pasa la despolitización.
Malena: —La despolitización no es sólo acá. Es un fenómeno de época. Para imponer un modelo económico, hay que imponer valores primero. Y en eso tienen que ver mucho los medios de comunicación. Y a todo eso se suma el neoliberalismo, no es sólo un modelo económico sino una cultura, que representa al ser humano de hoy, que intenta salvarse él solo. Y eso tiende a desmovilizar. Nos han enseñado que discutir de política es poco “cool” y pasado de moda.
Albertina: —La idea de sujeto político sigue existiendo en nuestra generación. Lo que pasa es que no en los mismos términos en los que vivieron nuestros padres. A nosotros no se nos ocurriría armar una organización armada. Y creo que a los jóvenes tampoco. Pero lo que yo creo, principalmente, es que la forma artística de cada uno es también una forma de lucha y de recuerdo.
En “2073”, uno de los cuentos que integra el libro 76, de Félix Bruzzone, un personaje, dice: “Los muertos son baches en la conciencia”. Y si se excava un poco más a fondo, puede leerse algo no tan descabellado: los desaparecidos son el bache que le recuerdan a la sociedad que las cosas no están bien. “Un bache implica una especie de vacío. Donde algo está desordenado y roto, cabe la posibilidad de que alguien venga y lo ordene de muchas formas posibles”, explica el autor de la frase. “Igualmente siempre hay formas de tapar el bache. Y eso, se transforma en una trampa. El bache no es personal, está en la ciudad, está para todos”, se sincera Prividera.
En M, el documental de Nicolás, una señora le pregunta al autor si alguna vez se cuestionó por qué su madre decidió militar en partidos políticos. Y él responde que son varias las preguntas que se hace un hijo de desaparecidos.
Nicolás: —Son preguntas imposibles. En cierto modo siempre me resistí a hacerme esas preguntas para mi madre. En realidad, uno puede interesarse por ciertas cuestiones políticas que sus padres decidieron llevar a cabo. Nada más.
Albertina: —Yo no me pregunto por qué hicieron lo que hicieron. Me hice esas preguntas a los 14 años cuando me sentí abandonada. Y lo pude resolver bastante rápido en ese entonces. Pero las preguntas que les haría son si fumaban o no fumaban, si les gustaba el tango o el jazz. Es otra cosa, es algo mucho más personal.
Félix: —Yo les hubiera hecho muchas preguntas a mis viejos. Algunas en momentos precisos de mi infancia y adolescencia. Yo a mi papá le preguntaría: “¿Vamos a jugar a la pelota?”. Son preguntas de niño, para saber cómo eran ellos en esa situación. La verdad que no les preguntaría tanto de política.
Desde la televisión y las tribunas políticas pueden escucharse ciertas voces que luchan a favor del olvido: “Lo pasado pisado”, “hay que mirar al futuro”, “dejemos de mirar para atrás”, dicen. Pero Albertina Carri cuenta su parecer, una idea romántica: “Yo siempre relaciono todo con los superhéroes, que nacen después de haber sufrido la pérdida de alguien de forma violenta”. Pero hay otras heridas, las de los compañeros que no pueden cerrar las que les propinó el devenir histórico: la desolación de no encontrar su identidad. Gastón: “Me siento una hormiga luchando contra una inmensa corporación y que no logramos parar. Siempre voy a tener el sabor amargo de no poder cerrar otras historias. Porque la mía está casi cerrada, pero hay historias de gente que quiero que todavía no están ni aclaradas”. Y entonces surge una discusión por la demora en los juicios a los represores, la lentitud de los jueces, la política de derechos humanos del Gobierno. “A veces siento que es tirar la basura debajo de la alfombra. Va a llegar un momento que vas a tropezar de la cantidad de mugre que vas a encontrar en el piso”, continúa Gastón.
Sin embargo, Félix Bruzzone difiere en el enfoque. Sus padres formaron parte del Ejército Revolucionario del Pueblo, y tiene una visión más contestataria: “No se puede con sólo pretender justicia cambiar las cosas. Yo pienso en mi viejo siempre. El, al igual que mi vieja, era del ERP. Mi viejo no iba a una marcha a pedir justicia simplemente. Salía con la ametralladora en la mano. Intentar por el lado de la legalidad no me parece mal, pero siempre va a ser algo incompleto porque la legalidad en definitiva está hecha para los poderosos. Te doy un ejemplo: la propiedad privada”.
Albertina: —Es una frase un poco poética. Me parece que para poder construir la memoria es necesario a veces desprenderse de las fotos; intenté sacar del recuerdo a mis padres para hacer Los rubios. Y lo digo así porque mis padres no son recuerdo, son presente. Esté donde esté.
Gastón: —Es que tu viejo es parte tuya. Mucha gente que militaba quedó huérfana. Pero si recorrés los barrios vas a ver que hay muchas personas que heredaron las ideas de nuestros padres y las de todos los desaparecidos y luchadores. ¿Y que es básicamente? La solidaridad. Y eso es algo que llevamos dentro y de lo cual nunca nos vamos a desprender.
Félix: —Yo vivo de los recuerdos. Es algo que está siempre. Cuando me pongo a escribir siempre empiezo por ahí; porque el recuerdo es el motor de todo.
Malena: —Siempre traté de que la figura de mi viejo no estuviera ligada solamente a la tragedia. Pensar en mi papá también me inyecta una energía positiva, como un motor impulsor. Porque quienes con tanta pasión y entrega lucharon por un proyecto de mundo más sensato del que tenemos, basado en el amor, la solidaridad y la justicia social, no merecen ser recordados desde la muerte sino desde la vida. Para la sociedad argentina es mucho más digerible enfrentarse con la parte trágica del asunto, que indagar y reconocer a los desaparecidos como lo que realmente eran: luchadores y revolucionarios. Será porque ahí es cuando realmente empiezan a aparecer. Y de alguna manera su lucha nos indaga, cuestiona e increpa a nosotros mismos en nuestro presente. Y eso, al parecer, es algo que incomoda.
Nicolás: —En nuestros casos el recuerdo no es algo privado, es algo que circula entre varias personas. Cuando nos juntamos con gente que conoció a nuestros padres: el recuerdo, ahí, se construye entre varias personas, y nunca parece algo personal. Por eso siempre me resisto a esas preguntas. Aunque sí sé que están dentro de mí dando vueltas todo el tiempo.
El arte funciona como una barricada desde donde se pueden decir unas cuentas verdades. Tal vez porque sienten que el arte, de alguna manera, los cobijó, les brindó una opción, y de alguna manera, les cambió la vida. “La música es una rama del arte influyente en los jóvenes. Me parece una herramienta con un potencial transformador muy poderoso. Los medios de comunicación se encargan de difundir música banal, superficial y lo que menos atente contra los valores que quieren”, se planta Malena. “De alguna manera, lo que hacemos artísticamente, con respecto al recuerdo de los que no están, son formas de venganza amorosa”, declara Albertina Carri.
La mesa del bar, con los 30 grados de temperatura, se hace un descontrol de voces que se concentran sobre los vasos de cerveza. Un poco de sosiego, el habla cansina y la charla toma otro camino, vinculado con la reaparición de voces totalitarias.
Albertina: —Ahí se leen claramente las cosas no resueltas de la democracia. No se puede creer que una mujer como Susana Giménez salga a decir: “El que mata tiene que morir”. Eso es impresionante (risas). Es una vergüenza, porque esta señora llamó a la prensa y a todo el mundo para decir esa barbaridad. Se montan sobre un aparato armado para decir cualquier cosa.
Nicolás: —A mí me gustaría preguntarle a la gente que ahora bate el parche pidiendo seguridad: ¿dónde estabas cuando la dictadura arrasaba el país? Hoy, los que piden muerte son los mismos que apoyaron la dictadura en el ‘76. Lo que no se puede creer es que Susana Giménez haya llamado a una marcha: la derecha ha tomado la bandera de las marchas. El discurso “los derechos humanos son para los delincuentes”, es claramente una de las grandes derrotas culturales de la democracia.
Malena: —Es patético. Pero es extraño que esta gente que ahora pide pena de muerte en pos de la seguridad nacional sea la misma que nunca dijo nada en reclamo por la cárcel a los genocidas. O sea, que la libertad de los genocidas (que en muchos casos deben ser sus vecinos en los countries) no les molesta. Eso se cura de una sola manera: justicia efectiva y no pena de muerte. Que hay gente que se caga en el prójimo, que la pobreza no le duele ni lo indigna, y que sólo reclama justicia cuando se trata del propio culo... Eso no es novedad para nadie. Lo preocupante es que lo griten públicamente con tanto descaro y eso no genere una respuesta contundente. Por lo contrario, tienen el apoyo de muchos. Eso ha tenido mucho éxito en los ‘90 también; pero no todo ha sido dicho y Latinoamérica está dando sorpresas, mejor dicho, los pueblos.
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