¿SERá ESTA LA úLTIMA NOTA DE IGGY POP AL NO?
EL RECIENTE TRABAJO DE IGGY POP, QUE SE LLAMA PRELIMINAIRES, ESTA BASADO EN UNA NOVELA DEL ESCRITOR FRANCES MICHEL HOUELLEBECQ, REFLEXIONA EN TONO GRAVE ALLA LEONARD COHEN SALVAJE, CANTA EN FRANCES UN TEMA QUE POPULARIZO EDITH PIAF, ESCUPE BLUES, TOCA ALGO DE JAZZ Y TOCA UN TEMA DEL BRASILEÑO ANTONIO CARLOS JOBIN. ¡AGUANTE EL PUNK ROCK!
› Por Roque Casciero
–Hola, le habla el doctor Zucker.
–No creo que conozca a ningún doctor Zucker.
–Lo sé, discúlpeme. Trabajo en el hospital neuropsiquiátrico de la UCLA, desde donde lo estoy llamando. Hasta ahora hospitalicé a dos Jesucristos, un Napoleón Bonaparte, un albino que cree que es Papá Noel, y ahora tengo a un tipo que trajo la policía que dice que es Iggy Pop y que usted es su manager.
La llamada no fue algo demasiado extraño para Danny Sugerman, el representante de Iggy Pop en sus primeros intentos después de los Stooges. El año era 1974, el cantante venía de la implosión de su banda y de un proyecto fallido junto a Ray Manzarek (The Doors), y estaba hasta las manos con la heroína y las pastillas. Los conciertos en los que se cortaba el pecho con botellas rotas o arrojaba manteca de maní mientras caminaba sobre el público ya eran material de leyenda, y el tipo que antes parecía indestructible estaba a punto de desfallecer. Los psiquiatras que estudiaron la personalidad de Iggy concluyeron que padecía de un trastorno bipolar que lo llevaba, como en una montaña rusa, desde momentos de excitación extrema hasta depresiones profundísimas. Sin embargo, hoy en día el doctor Zucker descree de aquel diagnóstico, porque la enfermedad empeora con los años: ahora atribuye el estado de Iggy a las drogas que usaba, a su estilo de vida creativo y a la complejidad del personaje que eligió representar. Una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Iggy versus Jimmy (su nombre real es James Newell Osterberg), dualidad en la que el periodista Paul Trynka basó su estupenda biografía Open Up and Bleed. “Ciertamente hay mucho de verdadero en eso”, acuerda con el NO el propio Iggy a través del teléfono. “Sin embargo, también diría que es algo que puede aplicarse a cada músico o artista decente que conozco. Si indagás un poco sobre cuando no eran nadie, te encontrás con personas más jóvenes muy diferentes. Además, siempre me moví con un pie en el mundo del arte y otro en el del entretenimiento, y supongo que eso tiene un precio.”
Todo esto viene a cuento porque el último disco de la Iguana, Préliminaires, suena más a un trabajo hecho por Jimmy que por Iggy, y el propio cantante acuerda cuando se le sugiere esa idea. En principio, hay que decir que el álbum está basado en la novela La posibilidad de una isla, del escritor francés Michel Houellebecq. Y además, que el padrino del punk pone en pausa al rock para convertirse en crooner a la Serge Gainsbourg, reflexionar en tono grave como un Leonard Cohen salvaje, cantar en francés un tema popularizado por Edith Piaf, escupir blues acústico, brillar sobre un jazz de Nueva Orleáns y hasta encarar un cover de Insensatez, del brasileño Antonio Carlos Jobim. O sea, un álbum mucho más cercano al tipo educado y reflexivo que responde a la entrevista que a la bestia escénica que vimos aquí por última vez en 2006, en su único concierto argentino con los Stooges. “Si vamos a jugar esta suerte de juego, que me parece bien, diría que durante mucho tiempo hice álbumes que tratan sobre el sujeto Iggy, entonces en Préliminaires no tuve que hacer tanto eso porque tenía el sujeto dado, que era la novela de Houellebecq y, en particular, su protagonista Daniel”, explica Iggy. “Escribí muchas de las canciones como un ejercicio, para ver si podía ponerme a mí mismo en un estado que combianara la emoción del libro, la personalidad del autor y la experiencia del protagonista.”
“Por lo general, algo así hubiera sido demasiado arty para mí y no habría intentado hacerlo si no me hubiera enamorado del libro cuando lo leí hace unos años”, continúa Iggy. “Muchas de las cosas que le pasan a Daniel en la novela ya me habían pasado a mí o sabía algo al respecto. Sentía que había muchas similitudes. No sé, el momento en que Daniel elige no ser inmortal, cuando decide morir acostándose en el mar, que a esa altura es un charco mugriento, Houellebecq escribe que ‘no sintió nada, excepto una vaga sensación nutritiva’. Y yo he sentido esas cosas: voy al mar cada vez que puedo, es como alimento para mí. Entonces había muchas cosas en común. Así que, en ese sentido, no fui tan consciente. Y también supongo que es justo decir que a medida que hago más discos, si son sólo sobre mí, me acomplejo y empiezo a cometer errores. Puede ser tanto hacer las cosas que los demás esperan de mí o a ir por la reversa, a pensar ‘no me importa lo que digan los demás’. En este caso, y es algo que hago cada vez más en mi vida, lo único que tuve que hacer fue reaccionar a algo, y creo que eso saca más mi yo real.”
–Sí, en parte tuvo que ver con eso. En la crítica de uno de nuestros shows, el periodista decía que, aunque le gustó mucho, se sentía como si hubiera sido cagado a palos por una pandilla callejera de señores maduros (risas). Eso me resultó muy gracioso y muy real. Los Stooges me cagaron a patadas durante años, por eso escribí la canción I Wanna Go to the Beach antes que el resto de este disco, como reacción personal cuando volvía a casa de las giras. Creo que nosotros fuimos una de las mejores bandas que existieron, que estamos entre las cien más grandes, quizá, pero cuando volvía a casa sentía que no estaba expresando “mi verdadero yo”, porque... ¡porque no soy un grupo! En un grupo hay sentimientos en común que son muy válidos, pero hay toda otra vida que me sucede. Los Stooges tienen que ver con lo que sucede en mi cabeza cuando pienso en el asalto total que me gustaría darle al mundo... si pudiera (risas). Eso es grandioso, pero en realidad, mientras tanto me suceden muchas otras cosas: eso es la vida. Así que escribí esa canción para expresar eso; recuerdo que estaba muy deprimido y la escribí con una guitarra acústica. Es una canción deprimente, pero también es bella. Recuerdo que pensé “mi Dios, es lo mejor que escribí en años y probablemente nadie la escuchará”. Porque, simplemente, no encaja en un disco de Iggy Pop a dúo con jóvenes punks ni en uno de los Stooges. Entonces me dio mucha felicidad que aparecieran de golpe unos europeos arty que querían hacer una película sobre un escritor deprimido (se ríe). Ahí la canción encajó perfecto.
–Fue en este orden: leí el libro en 2006, por casualidad, porque había escuchado sobre este gran escritor, y en 2007 se me acercaron para que proveyera algo de música para un documental llamado The last words of Michel Houllebecq. La película seguía al escritor en su intento de dirigir una película basada en ese libro. Algún idiota le dio un montón de guita para hacer la película, algo grandioso en términos artísticos pero, claro, destinado al fracaso económico (se ríe): es un novelista loco, no un director de cine comercial. Bueno, vinieron a verme, escribí un par de cosas con una acústica y pensé que eso sería todo, pero escribí una tercera canción, que fue King of the Dogs, y para ésa pensé que necesitaba una banda, así que llamé a alguien que sabía que conocía músicos reales. Mandé un demo desde Miami y me volvió este track buenísimo de jazz de Nueva Orleans. En ese punto empecé a sentirme orgulloso de esa música y naturalmente me interesé en ver si podía producir más música y ponerla en un disco con mi nombre. Eso fue en 2008. El truco fue no llamar a la filial norteamericana de EMI porque mis compatriotas no entienden nada sobre un disco así. Para ellos, si vos sos rockero, rockeás y rockeás y eso es todo. Me acerqué a la filial francesa, que me adoptó para este disco, y me convertí en un artista francés por un rato (se ríe). Pensé que eso sería todo, que el disco saldría en Francia y quizás en Bélgica, pero estamos en un mundo diferente y hubo gente interesada, entonces sale en todas partes.
–Bueno, Lust for Life era una biografía de Van Gogh que fue llevada al cine con Kirk Douglas como el pintor. En la canción cité mucho a William Burroughs, igual que en muchas otros temas. Saco cosas de libros, pero por lo general es sólo una frase clave aquí o allá. No soy del tipo arty, ciertamente, pero los libros han sido importantes para mí. Tengo otra que no le gusta a nadie: el último tema de American Caesar es un track llamado Caesar, que sólo tiene un riff de guitarra irritante que se repite una y otra vez, sobre el cual voy y vengo entre los personajes de Julio César y de un presidente norteamericano. Eso fue inspirado en parte por un libro sobre Douglas McArthur, un general norteamericano que, como algunos que probablemente tengan en la Argentina, era un aristócrata nacido para convertirse en general. McArthur fue un gran héroe en Japón y estuvo entre los que aceptó la rendición de Hirohito. Después pensó en una carrera política en Estados Unidos, pero no era la clase de persona que fuera a pedirle a otros que votaran por él, era más un tipo de rey. Así que, sí, había tomado algunas cosas, pero nunca como en Préliminaires.
–Leo mucha no-ficción. Ahora estoy leyendo a Herodoto, el historiador griego, y acabo de terminar una novela sobre historia del arte del profesor Timothy Brook llamado Vermeer’s Hat. Es un libro bello que te lleva a través de las pinturas de Vermeer, el maestro holandés, en el cual a través de los objetos incluidos en los cuadros habla de la sociedad de la época. Pero tengo problemas para meterme en una novela. En las novelas contemporáneas, cuando llego a la parte en la que alguien va a ser asesinado o violado, o va a perder todo su dinero, ya perdí todo el interés. Será por eso que me gusta Houellebecq...
—¡Absolutamente! Siento que ya no puedo escribir buenas canciones de rock. Todavía puedo cantarlas, por eso recibo tantas invitaciones para hacerlo en discos de otra gente... ¡y sueno bien! También soy bueno cantando mis viejas canciones en vivo, pero, honestamente, mi energía ha cambiado. No sé, siempre fui fan de los Stones, pero en los últimos discos de estudio que hicieron no los escucho rockeando de verdad, aunque así y todo sean buenos discos. Así que ya me había dado por vencido al respecto y me había olvidado de la idea de componer temas de rock. Los dos que mencionaste nacieron como canciones acústicas y el productor (Hal Cragin) fue el que quiso rockearlas. Nice to Be Dead la hice en guitarra, rasgando dos acordes abiertos, como lo haría un chico de B.A. que hubiera tomado demasiado de algo (risas). Era una música muy fumeta. Y el productor tomó eso, creó un arreglo y me lo mandó de vuelta con una nota que decía: “¿Qué te parece? ¿Por qué no hacés una canción rockera en el disco?” Me pareció bien, así que la hicimos así, aunque desearía haber puesto una versión acústica, porque era diferente. Y la otra, She’s a Business, la creó el productor en base al riff que yo toco en el blues He’s Dead/ She’s Alive: tomó el riff y creó el track por las suyas de un modo rockero moderno y cinemático... No le puse un dedo a ese track, aunque me importa un carajo (risas). No me importa si rockea o no, sólo me interesa que me guste. Es probable que por haber sentido que tenía que seguir de cierta manera, cuando tenía 50 y pico mis canciones de rock se pusieron más estúpidas y genéricas, aunque siempre tenía algo en los discos que era realmente bueno... y que generalmente no era rockero. Mi tema favorito en Skull Ring, además del tema del mismo nombre a cargo de los Stooges, era un blues acústico llamado Til Wrong Feels Right. En Naughty Little Doggie hay una canción llamada Look Away, que habla de Johnny Thunders y Sable Star, una cosita tranquila. Y ahora que noto que me salen mejor esa clase de temas, supongo que me convertí en un viejo choto (carcajadas).
–Intenté hacer muchas de estas cosas apenas cumplí los 50 con Avenue B, pero no me salió bien porque era demasiado joven para sonar sabio (se ríe). Lo intenté y la gente respondió: “Uh, fuck you, Iggy Pop, no bueno (lo dice en español)”. Ahora es un poco diferente. Por otra parte, supongo que es algo de la naturaleza humana y que probablemente me pase lo mismo que al resto, pero cuando cuando cumplí 50 y cuando cumplí 60, lo primero que hice fue mirar alrededor y decir: “Pará un segundo, yo no parezco de esta edad”. Y empiezo a listar todas las cosas que puedo hacer y que otros más jóvenes no pueden, pero hay una voz interior que me dice: “Tenés 60 y eso es así, viejo”. Cuando uno se pone viejo tiene inversiones y cosas así, y hoy estaba echado en la pileta pensando en que muchas de mis inversiones no habrán madurado hasta después de que esté muerto... ¡y trataba de decidir cómo me sentía al respecto! Lo que se dice una forma extraña de pensar en la muerte, ¿no?
La formación original de The Stooges duró apenas cinco años, pero dejó como testamento dos álbumes que están entre los mejores de la historia del rock. El primero llevaba el nombre de la banda y por estos días se cumplen 40 años de su lanzamiento: ahí, canciones como No Fun, I Wanna Be Your Dog y 1969 formateaban lo que iba a ser el punk un lustro más adelante, con la hiriente guitarra de Ron Asheton moviéndose a tientas y encontrando riffs sublimes, e Iggy dispuesto a tomar al mundo por asalto. Después llegó Funhouse, otra maravilla, ya con la banda más madura y con el agregado del saxofonista Steve McKay: el disco es una mélange de rock sucio y free jazz sacado que todavía hoy suena a futuro. La banda implotó porque tres de sus integrantes –Iggy, el baterista Scott Asheton y el bajista Dave Alexander– se habían convertido en adictos severos y porque, a decir verdad, nadie le prestaba demasiada atención: los jóvenes rockeros de entonces preferían las canciones sobre la paz y el amor, no a un alienado que gritaba que quería ser su perro. Alexander murió y sólo el interés de David Bowie, quien por entonces encarnaba a su alter ego Ziggy Stardust, logró que Iggy tuviera otra oportunidad: junto al guitarrista James Williamson, y con Ron en el bajo, Iggy & The Stooges grabó el también genial Raw Power, puro killer punk mucho antes de que existiera ese rótulo. Pero la ilusión no duró: el 9 de febrero de 1974, la banda dio su último (y muy accidentado) concierto, durante el cual volaron botellas.
Iggy siguió adelante con una carrera solista repleta de altibajos, los Asheton tuvieron menos suerte con sus emprendimientos y Williamson, después de un tiempo, directamente archivó la guitarra. La revancha para The Stooges llegó en 2003: al principio, Iggy llamó a Ron y Scott Asheton para que grabaran juntos cuatro canciones en el disco Skull Ring. Después se les unió el bajista Mike Watt y decidieron hacer una fecha en el festival de Coachella. Funcionó tan bien que, hasta fines del año pasado, los Stooges estuvieron activos, e incluso publicaron un nuevo disco de estudio, The Weirdness. La muerte inesperada de Ron a principios de 2009 frustró los planes de seguir adelante. “Lamento que Ron no haya vivido más para disfrutar de lo que logró”, dice Iggy. “De todos modos, creo que no podríamos habernos reunido antes... Bueno, es sólo mi suposición. A las canciones del grupo les tomó 25 años empezar a ser reconocidas y a ser incluidas en bandas sonoras y compilaciones. Además, honestamente, tuve que llegar a una posición de fuerza para que el grupo funcionara. Ese es el costado desagradable del rock and roll, ¿sabés? Es un negocio corrupto y nadie nos daba una oportunidad, hasta que finalmente llegué al punto en que pude ayudar al grupo. Pero eso me llevó mucho tiempo.”
Tras el fallecimiento de Ron Asheton, James Williamson reapareció en escena: le envió a Iggy una pieza instrumental, en homenaje a su ex compañero. Eso motivó que se especulara con una reunión de Iggy & The Stooges, que la Iguana confirma para el año próximo: “Los muchachos van a ensayar juntos este año y voy a unírmeles en 2010, prefiero darle un poco de privacidad a James para ensamblarse con Scott, Mike y Steve. No tengo idea de cómo estará tocando eléctrico James, pero el tema acústico que me mandó era una belleza, con algo de I Need Somebody, así que definitivamente puede tocar. Si todo va como pienso, estamos disponibles si alguien quiere vernos”. Y antes de despedirse tira un mensaje por elevación para los productores locales: “Ojalá nos llamen para tocar en Buenos Aires...”.
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