EL COLECTIVO MUSICAL SACA EL DISCO DESPERTANDONOS
LA BANDA INSIGNIA DE LA MEZCLA ENTRE ROCK Y FOLKLORE (QUE TAMBIEN LE ENTRA A LA CUMBIA, EL CANDOMBE, EL REGGAE, LA CUECA, LA CHACARERA, UFF...) HA PATENTADO UNA MANERA DE ENTENDER EL MUNDO QUE YA DEJA MARCA ENTRE LAS BANDAS “TIPO ARBOLITO”. SU RECIENTE DISCO PRODUCIDO POR DANIEL BUIRA SALDRA POR SONY. UN CRONISTA DEL NO VIAJO A URUGUAY PARA TRATAR DE ENTENDER QUE PASA CUANDO UN COLECTIVO COMO ESTE SE SUBE A UNA LANCHA.
› Por Luis Paz
Es cerca del mediodía del viernes 9 de octubre en la cubierta de un Buquebús con destino a Colonia. Sería difícil precisar el horario, porque entre Uruguay y la Argentina hay una hora de diferencia. Al sol charlan, entre mates, Ezequiel Yusyp y Pedro Borgobello. Si no fuese tan ridículo, probablemente tendrían un termo bajo el brazo cada uno.
–Bueno, entonces el queso para la rueda de prensa está, ¿no?
–Sí, habría que ver lo de las aceitunas.
–Yo me encargo. Che, ¿y el salame lo podrá ir a buscar tu vieja?
–Sí. Y si no, paso yo. ¿Con dos kilos estamos bien?
–Seee... lo que importa es que no falte el fernet.
Así son los Arbolito: hasta para arreglar el catering de la rueda de prensa de presentación de su flamante Despertándonos funcionan a yerba mate, pulso autogestivo y con una inevitable tradición campestre. El viento, el sueño y el bamboleo del navío ponen a Ezequiel (cantante y guitarrista) y a Pedro (clarinetista y soplaquena, con el más debido respeto) contra la baranda. El batero Diego Fariza flashea con una paloma multicolor que los acompaña desde Buenos Aires. Y el bajista Andrés Fariña está perdido en algún lugar del complejo naval, que incluye cocheras, free-shop, flippers y una tele enorme para jugar al Pro Evolution Soccer 2009, lo que seguramente no esté haciendo.
–Che, ¿y Tatín no viene? (el NO pregunta por Agustín Ronconi, vocalista, multiinstrumentista y principal compositor del grupo).
–Pasa que tuvo familia y está llegando más tarde, para el recital.
Tal vez ahora se entienda mejor: los Arbolito viajan para tocar en Montevideo en el cierre del encuentro “Extensión y Sociedad 2009”, el décimo Congreso Iberoamericano de Extensión Universitaria que ocurrió entre el 5 y el 9 de este mes en diversas sedes de la Universidad de la República (la UBA yorugua). Su concierto está pautado “tipo para la medianoche” de ese mismo día, en la explanada universitaria. Pero para eso falta mucho todavía. Entretanto, un poco de historia...
El sexto disco de Arbolito, que según su sitio toca folklore y según su MySpace folk, pero que en un análisis empírico puede definirse como un grupo multigénero, muestra un paso más allá en la producción de esa música con base en el rock y el folklore que le entra a la cumbia, el candombe, el reggae, la cueca, la chacarera, el huayno y el tinku sin drama, a veces desde la efusividad punk, otras desde la introspección psicodélica, siempre con letras que patentan un modo de entender el mundo y ofrecen otra forma de leer los hechos que en él ocurren. Fue coproducido por la banda y el percusionista Dani Buira (“genio”, según los Arbolito), y es el primero grabado, mezclado y masterizado en Casa de la Música, en Villa Mercedes, un multiespacio instalado por el gobierno de San Luis. “Fue rarísimo –explica Pedro tras sus lentes oscuros–. Grabamos en la Sala B, que debe ser como la más grande de Abbey Road. Y en la Sala A te mandabas un picadito cómodo. Grabamos las bases en dos semanas, volvimos a Buenos Aires y fuimos a cerrar los arreglos y la mezcla. En un mes tuvimos el disco listo.”
Despertándonos es, por otro lado, la primera placa que publican en un sello major como Sony. Sin desmerecer a los músicos, la respuesta más contundente a la posible pregunta sobre el conflicto de coherencia que podía traer eso la da Elarbolitero en Taringa!: “¿A qué se llama transar? ¿A tocar en el ECuNHi y en plazas gratis? Es una estupidez pensar que Arbolito transó porque en el disco dice Sony y no UMI. Hay que aflojar con la TV y no creerse el Che por no ir a McDonald’s”.
León Gieco colabora en Un cielo mucho más claro, así como Chizzo de La Renga mete su vozarrón en Europa o Tito Fargo un solo a puro wah wah en Mala leche y totronics en Locutar, en el que mandan “a locutar al locutorio” (equivalente al “la siguen mamando” del Diego).
¡Ah, ahí andaba Andrés, relajado en su butaca! ¿Habrá sido él quien trajo Otra vez, los diarios de viaje del Che por Latinoamérica? Qué difícil saber: son igual de latinoamericanistas todos, más allá de los looks. Y, fundamentalmente, igual de hippies: Ezequiel improvisa una postura de yoga en un pasillo, Diego dormita y Pedro recuerda otras experiencias colectivas. “Antes nos cruzaba el viejo de Agustín, que tenía un barquito. Agus nos trajo otra vez, pero hubo que venderlo”, cuenta. Hubo otro vehículo fundamental en su historia: la “chata”, una combi Volkswagen que compraron con plata prestada en la época de La mala reputación (2000), su segundo disco. En ella giraron por la costa y el interior. En ella movieron equipos desde su sala de Boedo hasta montones de escenarios porteños y bonaerenses: el Salón Rock Sur de Pompeya, el Polideportivo de Independiente, el Teatro de Flores, el Verdi de La Boca, Parque Lezama. Hasta que la rifaron en una fecha. “El otro día pasé por la puerta de lo de la piba que la ganó y la vi re abandonada, un bajón”, informa Lucas, sonidista, entre las butacas.
Ni da avisarles que, en tanto la camionetita de la tapa de Mientras la chata nos lleve (2004) se viene abajo, en un rato, en Montevideo, un taxi vidriado entre el chofer y los pasajeros (como todos los de la capital uruguaya) los llevará al hotel donde no harán más que bañarse. “El capitán y toda la tripulación esperan que hayan tenido un buen viaje.” Hermoso, capitán, salvo por los precios del bar de cubierta.
–Hay unos muchachos de una banda hospedados, pero se fueron.
–No, pero al parecer los conduce el señor de esa camioneta.
De la conserjería del hotel a una combi acomodada en la vereda, la búsqueda de los Arbolito se ve complicada porque a todo celular se le fue la señal. El chofer sabe menos que el conserje y nadie atiende. Pero en una vuelta de la vida, los Arbolito y diez más aparecen en la mesa de un bar, a pura papa frita y Pilsen en tres variedades: rubia, negra y acaramelada. “Tocamos un par de veces en Balizas, la primera en 1999, en febrero”, arranca Andrés. “Sí, fue en el verano –sigue Ezequiel– y ahí nació esto de venir cada tanto a Uruguay.” “Y lo de hacer fiestas en vez de recitales”, mete Diego. Habla de las típicas fiestas patrias de Arbolito. De la patria hippie: con el público a puro termo, pañuelo en mano y samba de la esperanza revolucionaria, bandas amigas, trasnochada y baldes de fernet a precios populares.
Una de las últimas fue en la que celebraron los 20 años de La Tribu, a fines de agosto, junto con Cuatro Pesos de Propina (a los que la fotógrafa del NO se empecinó en renombrar ‘Cuatro Pesos Pa’ la Birra’) y Karavana, en el Salón Rock Sur, un espacio de Pompeya que pasada la medianoche se convierte en Kory Disco Boliviano Bailable. Recuerda Pedro: “Una vuelta se cortó la luz en todo el barrio a las once de la noche. Hicimos pasar a la gente y nos re bancaron hasta las cuatro de la mañana que cayó el generador. Era muy loco salir y ver a los pibes sentados, tomando mate, charlando, todos a oscuras”. Es loco, pero no tanto en la lógica de comunión que Arbolito profesa con su gente beia.
En el camino de vuelta hacia el lobby del hotel del conserje amable se ven muchos rastros de las decisiones públicas que espera Uruguay. Este domingo, sus ciudadanos elegirán presidente y vice, además de votar un referéndum que impulsa el Frente Amplio (partido de izquierda en el gobierno) para habilitar el voto de los uruguayos del exterior y anular la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que impide juzgar crímenes de lesa humanidad cometidos por su dictadura.
A la mesa, Pedro, Ezequiel y un grabador a casete que les despierta la nostalgia: “¿Te acordás que cuando grababas compilados en casete un tema siempre te quedaba cortado?”, envejece el de los vientos. “Sí y te llegaba un casete de Beatles que no tenías idea de qué disco era o si era compilado, en esos TDK viejos, negros”, le da manija el de las seis cuerdas. Pero estamos en la era del post-CD y tienen uno nuevo.
Pedro: –En el disco nuevo y en la tapa inclusive hay una sensación plasmada que tiene que ver con la unidad regional. Y está buenísimo ponerlo en el disco, pero más que se dé realmente. Siempre estuvimos en contacto con lo latinoamericano, haciendo temas de Los Olimareños, de Jaime Roos, música del Altiplano, que es riquísima. En este disco hay una mezcla entre chacarera y cajones peruanos en Europa.
Pedro: –La letra es de un libro que Gelman escribió desde el exilio en Roma (precisamente Exilio, que tiene poemas del uruguayo y notas de revisionismo histórico de Osvaldo Bayer). Y la música tiene que ver con esa crítica constructiva, entonces tira para arriba. Y es rock. Yo creo que el rock es inglés y es argentino, casi por partes iguales.
Andrés: –Che, el grabador en casete es un éxito, ¡se copó Pedro!
Si de alguna fama son merecedores los Arbolito, que de por sí le huyen a aquello aunque entiendan que ahora son una banda convocante y un referente a la hora de definir a otros grupos “tipo Arbolito”, es la de ser algo parcos con las fotos, los videos y las notas. “Nos gusta tocar, eso de posar se nos hace medio careta”, concuerdan. Pero entienden el interés que su discurso despierta en muchos. Y siguen hablando, después de elegir quién se ducha antes, convenir horarios y ensalzar la utilización del metrónomo en el estudio y los escenarios. “Ir a tempo siempre es una tortura”, denuncia Diego sin quejarse del todo. “Hay temas a los que le saca la onda”, concede Ezequiel. “Se morelizan”, divierte Pedro. “Pero eso tiene más que ver la mezcla.”
Ezequiel: –Las mezclas salen por consenso, como todo. Por un lado es más difícil, lleva más tiempo, pero no es que uno mezcla y se lo pasa a los demás. No es que cada uno se escucha a sí mismo, somos un grupo.
Pedro: –Laburamos en asamblea, pero sin pedir la palabra. Son más bien charlas o asambleas de hippies, ja ja ja. A veces surgen dos ideas y terminamos eligiendo, pero por lo general vamos todos para el mismo lado porque nos conocemos mucho, son años juntos y pensamos parecido.
Ezequiel: –Bastante. Pero no hippies de hippismo, eh. Somos hippies en el sentido de no ponerle tanta cabeza a la música, dejar que surja.
Pedro: –Nosotros somos hippies por el espíritu del cooperativismo, la libertad y el estar en algo que es compartir, es un proyecto de todos. Después tuvimos cosas muchísimo más hippies como tener un colectivo.
Pedro: –La verdad es que está el proyecto, ja ja ja. Es que por fuera del grupo, y ante todo, somos amigos, éramos compañeros de la EMPA. Es más, tenemos muchos amigos en común, venimos de una época en la EMPA que funcionaba casi como un club, nos juntábamos, jugábamos al fútbol.
Ezequiel: –Claro, vivimos esa época de conflictos en la EMPA, que sigue sin tener un edificio propio. Y fue formativo, aunque teníamos una postura desde antes y habíamos estado en otros quilombos. Pero que se junten 150 personas en un patio a pensar en qué hacer, o cortar la calle y tocar todos juntos para reclamar, te curte en muchas cosas.
La pregunta surge de la boca de muchos de los pibes que se acercan a una austera mesita colocada a un lado del escenario montado sobre la explanada de la Universidad de la República. Sacan de los bolsillos los mismos billetes de cien (uruguayos) que otros mil, mil doscientos, que ocupan la calle para conseguir una cerveza. Despertándonos se vende como pan casero entre el hippismo latin folk que está de fiesta en Montevideo, mientras en un depósito de la universidad los chicos esperan impacientes a Agustín. Entre ejercicios de relajación vocal y posturas de yogui para bajar la pizza y la gaseosa, Andrés bromea sobre la portada del disco: “El ilustrador es el de siempre, que recién ahora le está agarrando la mano al Photoshop”. “Tendrías que verlo –comenta Ezequiel–, es mucho más hippie que nosotros, la tapa de Cuando salga el sol (2006) nos la mandó... ¡impresa en papel!”
Ezequiel: –Entendimos que la música no es algo tan sagrado, que podés tocar y divertirte. Algunos tendrán más talento y tocarán mejor, pero disfrutamos más esto que tocar seis horas por día para tocar como tal.
Pedro: –El problema del conservatorio es que te dice que la música clásica, la de academia, la culta, es la única. Y no es así.
Ezequiel: –Tuvimos profesores que nos enseñaron muchísimo, con un virtuosismo tremendo, pero después eso lo aplicamos al hippismo, ja ja.
Y justo llega el señor hippie don Tatín Ronconi, charango al hombro. Los abrazos se multiplican en el instante preciso en que el público aplaude a la banda anterior. Los Arbolito suben al tablado con un regalo para el público: “Acá al lado, Patri, que es una genia que estuvo siempre con nosotros, está vendiendo Despertándonos. Son los primeros que van a poder llevarse a casa el disco nuevo de Arbolito”.
El aplauso y los sonidos guturales se mezclan. Hace un rato, Ezequiel y Pedro recordaban que en recitales de la banda, habrían de saberlo luego, se formaron parejas que ya tienen hijos. Tal vez algún futuro uruguayo lleve el nombre del indio que ajustició al coronel Rauch, el nombre de la banda que, desde el escenario, invita a bailar a mil quinientas chicas y chicos que quieren rock, folklore y, por supuesto, más birra.
La gaseosa de dos litros y cuarto de la banda queda en el piso, al lado del puestito de venta de discos, ya vacío, y curiosamente apoyada en la esquina de una placa que recuerda: “1983 –25 de septiembre– 2003. De este lugar partió la marcha de los estudiantes organizada por Asceep, hito fundamental en la lucha contra la dictadura y por una enseñanza democrática”. Son tan hippies los Arbolito como coherentes.
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