Jueves, 22 de julio de 2010 | Hoy
FANTASMAGORIA PRESENTA EL RíO
“No puedo oponerme al sistema haciendo que soy The Who”, dice Volco, y abre la conversación junto a Gori, Ignacio Brizuela y Juan Cruz Zaballa sobre el estado de confusión al que arribó el rock, el género musical que más impacto tuvo en la cultura joven occidental en los últimos 50 años.
Por Luis Paz
En 2008 estalló la Tercera Guerra Mundial y las naciones abusaron de las armas magnéticas. La Tierra se encontró cara a cara con una inesperada catástrofe. Parece una narración de Pity en un disco pirata de Intoxicados, pero en realidad es la introducción de Conan, el niño del futuro, el animé que Hayao Miyazaki estrenó para el canal público japonés (NHK) en 1978, mucho antes de ganar el Oscar a la mejor película de animación por El viaje de Chihiro.
En aquella serie de Conan..., como consecuencia de la guerra magnética que Miyazaki pronosticaba desde el peculiar contexto del Japón de 1978 para la cyber-pacha de 2008, el planeta ya estaría inundado. Conan y su abuelo se salvan al despegar en cohete y levitar hasta alunizar en un pico montañoso convertido en isla, la única porción de tierra firme sobreviviente. Gori se topó con Conan, el niño del futuro precisamente en 2008 y no puede ocultar que se filtró como motivación en El río, el disco que Fantasmagoria empezaba a contemplar como posibilidad en esa época y que esta noche presentará en Samsung Studio a las 21.
(N. de la R.: Canal 7 tiene 6, 7, 8. NHK... ¿tendrá un Roku, Shichi, Jachi?)
Quien ya tenga en sus manos (o en su disco rígido o removible) El río, lo verá obvio, pero el icono del planeta y el índice post-apocalíptico, la simbología del cosmos y el significado del agua están muy presentes en el regreso discográfico del cuarteto que en 2003 publicó su último LP, Atravesando el camino (que nos lleva a los otros caminos). “El agua es el fluir del Universo, es el ABC de la vida”, alumbra Volco, el tecladista y cantante que en El río se sumerge “oficialmente” en el cuarteto que completan el bajista y también cantante Juan Cruz Zaballa y el baterista Ignacio Brizuela, histórico junto Gori, cantante, guitarrista y principal compositor desde el nacimiento de Fantasmagoria, en 2001.
El río presenta un paisaje dominado por el agua y de tinte similar al de Miyazaki, aunque menos juvenil: en sus canciones hay olas de mil metros que desatan invasiones de alguaciles, mientras a un ascensorista lo tienen medicado por culpa de una secretaria con medias de nylon. No hay taxis para escapar del desastre y el protagonista pedalea sin saber hacia dónde va. El mezcladito abreva en la psicodelia de un futuro cyber-punk con un espíritu greenfolk y estilizado por el rock’n’roll de los ‘60.
Ese manifiesto es parte de un texto más amplio de Volco. “En los ‘60 y los ‘70 había tipos con ametralladoras que te decían: ‘Yo soy anticomunista y vos estás muerto’. Eran unos hijos de puta con miedo que sembraron el terror. Y del otro lado estaban esos a los que les jodía y respondieron: ‘Yo no quiero que me rompas las pelotas y te lo muestro con mi banda de rock’”, expande la idea el pianista, tecladista (ojo, hay una diferencia ahí), cantante y corista (ojo que ahí también la hay), en la entrevista con el NO.
–Una banda de rock, ¿sigue siendo el espacio para plantarse así?
Gori: –La primera vez que vi a Paul Stanley en foto, le pregunté a mi hermano quién era. “Un guitarrista”, me dijo. “Bueno –le respondí–, yo voy a ser guitarrista.” Tenía cinco años, ni lo había escuchado y fue mi inspiración. Hoy, que un pibe de cinco años ve el rock por MTV, oponerse al sistema pasa por otro lado. Con la música podés inspirar a alguien, levantarte una chica o que venga alguien y te pegue un tiro. Lo mejor que podés lograr es movilizar algo.
Volco: –Tal vez el rock ya no sea el espacio de una revolución posible, pero, ¿importa? En aquella época era claro que te oponías contra los milicos o hasta podías decir: “Me opongo al sistema”. ¿Hoy qué decís? ¿Te oponés al sistema? ¿A cuál? ¿Al operativo? Si prendo la televisión y escucho música parecida a The Who, no puedo oponerme al sistema haciendo que soy The Who. No hay que ponerle tanta expectativa al rock, que ha sido entretenimiento también.
Gori señala la pequeña estufa puesta debajo del teclado de Volco, en una ex habitación devenida sala de ensayos a capella en la casa del tecladista. Exceptuando el hecho de que es eléctrica, no tiene nada demasiado particular. “El maestro Volco se opone al sistema a su modo: no teniendo gas.” A ver, el contexto es una tarde húmeda, pero frígida. “No sé cómo funciona, pero este edificio tiene agua caliente compartida y está buenísimo”, se ataja Volco tras su aura algo místico, entre sus rulos centrifugados, su sobretodo de paño negro y el enorme ropero sobre el que apoya la nuca. “Pero no tengo gas, me olvidé de pagarlo y me lo cortaron. Compré un horno eléctrico porque, si el teclado es eléctrico, puedo cocinar con electricidad”, argumenta el músico, que no puede entender qué le quiere cobrar la empresa de telefonía. “Lo del gas lo entiendo, se gasta gas. Pero el teléfono no usa luz, nada. Los cables ya están conectados. ¿Qué me cobran?”, le reclama al viento, pero su voz se estampa en la ventana cerrada, como muchos reclamos. “Lo que cobran es la inversión en tecnología. Te dicen eso”, lo pincha Gori. “A ver, en mi guitarra también pago por la tecnología aplicada, aparte de la madera y el luthier, pero la tengo acá, la toco, se desafina. ¿Qué gasto en teléfono?”, repite.
–¿Qué legitima a las telefónicas, entonces, a cobrar por nada a cambio?
Volco: –Todo un mundo manejado por corruptos que inventaron un sistema para cobrar todo el tiempo. ¿Querés vivir acá? Pagá y el mes que viene pagá y el otro pagá. Eso obligó a la gente a armar una rutina, a hacer algo para pagar el alquiler todos los meses. Esa plata desapareció, la que puse en mi guitarra no, acá está.
Toca un Si menor y todos notan que ahí está, pero desafinada.
La vibración de un acorde armado con piezas fuera de tono provoca instantáneamente malestar. La física estudió el fenómeno y, no en vano, las escrituras mitológicas asocian al fin del mundo con un concierto de desarreglos de cuerdas compuestos por bestias aladas, cornudas y dientudas. No en vano el death metal suena así. Lo que logra Fantasmagoria en El río es contar el advenimiento, explosión y sobrevida del apocalipsis de modo armónico, desde un narrador (a menudo Gori) en compañía de sus consultores (Juan Cruz, por lo general paneado hacia la izquierda) y Volco (hacia la derecha).
Lo curioso es que aquí, a diferencia de los dibujos animados, el consejero bueno y el malo indican lo mismo, que a la vez es lo mismo que está contando el narrador. En ese sentido, es un disco coral que, filosóficamente, está más allá del Bien y del Mal. Un relato humano por dejar de lado la segregación del hombre binario en ceros y unos, errores y aciertos, presencias y ausencias, que cuenta al humano hermoso y al humano horroroso como el mismo tipo. En historias que pueden suceder en la más contundente terrenidad (Medias de nylon), en la alegoría cósmica (Pachi), sumergidas bajo el agua (El río), desde el cielo (Los alguaciles) o en los confines laberínticos de la conciencia (Los límites) y el cuerpo (A veces). “Los límites, Los alguaciles y Del otro lado del espejo creo que son los temas como más psicodélicos. Después están los que son más canción, que serían El río o El palo en la rueda, que son más folk. Nuestros primeros discos eran más homogéneos: en ese sentido, todo tenía un poquito de pop y de rock y de psicodelia”, compara Gori. Es un encare del disco bastante diferente del que se ha vuelto más habitual: salpicarlo todo con cuanto color haya a mano. Un disco de canciones despojadas –o más bien sintetizadas– en lugar de obras con gran posproducción. Si hace rato que Gori ha dejado de usar pedales, ahora, además, usa el silencio. Y los significados de las historias narradas, de ese modo, crecen. Hablar de El río como un álbum conceptual tal vez sea un exceso, pero no mencionar al menos la posibilidad es injusto. Aquí, Fantasmagoria firma otro volantazo ético que no es algo menor tratándose de una banda que, pudiendo haberse subido a cualquier hype de la década (garage, art rock y después), pareció desaparecer por un tiempo y volver con frescura.
No, no es que Fantasmagoria haya intentado sonar al grupo de Ale Sergi sino que era el único dato que conocían de Pablo Romero, de Arbol, como productor. Recuerda Gori: “No sabíamos qué onda. Pero Pablo nos dijo que la idea era reproducir lo que hacemos en vivo y nos tranquilizó. La referencia era Miranda!, como productor, y Arbol, donde hizo buenos laburos con las voces y nos interesaba eso, pero no es música parecida a la nuestra”. Volco directamente fue al encuentro con Romero con miedo. “Pero el tipo, charlando, me dice que le gusta Pink Floyd. Y ahí coincidimos: ‘Bueno, hagamos algo tipo Pink Floyd’”, dice, salvando las distancias, el tecladista, mientras abre el navegador de Internet para espiar al mundo.
¿Y qué más encontraron en Romero, al final? ¿Contentos o no? El baterista Nacho aporta desde la otra esquina del sillón de tres cuerpos que comparte con Gori: “Lo que más sumó Pablo, me parece, fue llevarnos a escucharnos entre nosotros. La mayor parte del tiempo, cuando tocás o ensayás o grabás, te escuchás a vos, a lo que estás tocando. Atender a la idea general te convierte en actor de una película y te hace entender que la construcción se da entre todos y que si les dejás espacio a los demás, es mejor”, manda tip.
Los tres hablan lo mismo y si Juan Cruz no lo hace, es porque debió irse después de las fotos. En el primer contacto, Gori buscó el modo de conciliar una reunión entre los cuatro y el NO. Los tapará el agua en la fachada del disco, pero juntos. Y no se tapan, ni ahogan para charlar. Es como si rotaran un gol al arco cada uno, siendo todos arqueros-volante a la vez. Ese es otro rasgo distintivo del que alguna vez fue entendido como el grupo solista de Gori, tras su salida de Fun People en 2000, que hoy está más que sólido como una banda con una búsqueda en diversas direcciones, pero igual unívoca.
–El recurso coral tiene un doble filo oculto: de algún modo, el corista está apoyando la mirada del cantante o del compositor...
Volco: –No pensamos igual en todo y tener una banda de rock no significa que compartamos la mirada de otros músicos de rock. Con Gori, Juan y Nacho compartimos cosas y disentimos en otras, pero hacemos música juntos, la grabamos y la tocamos para que pase algo.
Nacho: –No encuentro colegas de los que pueda decir: “OK, pienso como vos sobre la vida, la música y el arte”. Nuestros amigos hacen otras cosas, en algunas acordamos y en otras no. Pero los queremos.
Volco: –Después hay otra cosa: quien hace rock hoy no necesita aplicar a la cultura rock de esa ola de la que nosotros mamamos la espuma apenas. Hay gente que toca la guitarra. ¡Copado! Pero hay tal alborotamiento y anarquía de información musical que te perdés. El lineamiento cultural y filosófico del rock no está claro hoy. Y la tecnología le robó el gusto de ser espacio de revolución, porque las nuevas tecnologías rompieron el sistema, generaron una anarquía donde podemos grabar en nuestra casa, anunciar enseguida una fecha.
Nacho indica qué tipo de mirada post-apocalíptica se presenta en El río: una optimista. Cita, por caso, al hiteable y modernoso Me vuelvo a levantar: “Me voy a levantar / las veces que haga falta”. Volco suma al tema que abre el disco la imagen “cuando el río desbordó, aprendimos a nadar”, la señala como “una cagada, pero una sin la cual no hubieras aprendido a nadar”. Gori halla más ejemplos en El palo en la rueda: “Caminos, atajos, ya voy a llegar. A dónde, no sé bien, pero sigo igual”. En el arte del disco, un grato trabajo de Roy Quiroga para Rock Instrument Bureau, el agua los tapó, pero siguen respirando (aunque, cuidado, también podrían estar dándole sexo oral al agua). “Nos cagamos de frío en la pileta de un amigo para esas fotos, pero lo que hizo Roy está bárbaro”, celebra Gori. No hay prácticamente deslices de aquel concepto que, de todos modos, no estuvo tan claro en términos compositivos. “La verdad es que no lo entendía al modo apocalíptico, pero lo es”, marca Nacho.
Es probable que, esta noche, Fantasmagoria estrene el video de El río, dirigido también por Quiroga. “Veníamos de hacer cosas más oscuras en las tapas y él apareció con esta idea multicolor. En realidad, con una más alegre, pero negociamos algo intermedio. Ya habíamos trabajado más tímidamente con él en Atravesando el camino y se ganó nuestra total confianza”, regala el cantante principal. Desde la contratapa, una gruta de labios menores proyectados al interior infinito de una caverna-fuente de vida se confunde con la vagina de una mujer... ¿indispuesta? (¡a no poner carita de asco, que estéticamente el resultado artístico es de buen gusto!). Abriendo la cajita, definen a la “Música” con lápices de labio de una paleta múltiple y le pegan un tarascón al rock desde el estampado del CD. En el booklet hay alguna referencia hiperbólica a Un mundo feliz y a Las puertas de la percepción (¿o a The Truman Show?), mucha sobriedad y planos fotográficos sobrevivientes a alguna ruptura.
“La idea del fin del mundo, al menos del fin de tu mundo propio, es inspiradora siempre. Las rupturas, de pareja por ejemplo, o las roturas de una de esas noches de las que te levantás temblando y diciendo ‘la mierda, qué bueno que estuvo’, te hacen explorar otros estados que, compositivamente, te plantan de otro modo”, marca Gori. Probablemente esté hablando también del rock como ruptura.
Mientras Volco pone en cola de reproducción desde el MySpace del grupo (/fantasmalandia) al nuevo tema instrumental El imperio se derrumba, Gori y Nacho se alistan para enfrentar el advenimiento del apocalipsis climático de una madrugada que pinta bajo cero. El tema es una cruza de folk transgénico, psicodelia y stoner... ¿kraut rock? La etiqueta rebota contra los límites del ascensor preparado para media docena de personas, pero no se pega en ninguno. Libres pensadores musicales, prefieren señalar que hacen música en formato de rock. Un formato con sus propias maravillas e incongruencias.
Ya lejos del departamento aclimatado por vía eléctrica de Volco, se da un momento, ya fuera de nota, que ofrece todo lo que queda por decir de la banda. El teclista apresura el paso para llegar al supermercado chino de mitad de cuadra antes de que cierre. “A ver si consigo algo de pan”, suspira mientras se va a paso raudo. Gori enfila a pie para su casa, pero Nacho le chifla: “¡Ey! ¿Adónde vas? Vení que te tiro en el taxi”. Como Conan y su abuelo, suben a ese cohete que los devolverá a alguna otra isla de música fraterna. En esta agua, en El río de Fantasmagoria, una mano lava a la otra.
* Fantasmagoria presenta El río esta noche en Samsung Studio (Pasaje 5 de Julio 444, San Telmo). A las 21.
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