Jueves, 16 de septiembre de 2010 | Hoy
1 ALL ***** EXCLUSIVE! > ENTREVISTA A CRYSTAL CASTLES
Crystal Castles le dio a la electrónica la estampa punk que el género precisaba y, al mismo tiempo, reveló la matriz lúdica del “hacelo vos mismo” encauzado hacia la pista de baile. Además, Ethan Kath cuenta cómo vivió aquella fatídica noche de 2008 cuando iban a tocar en la Creamfields local, pero apenas hicieron dos temas.
Por Yumber Vera Rojas
Entrevistar al grupo más controvertido de la escena independiente contemporánea causa escozor: especialmente si no acostumbra a concederlas, si cuando lo hizo se ganó la fama de devolver respuestas monosilábicas y sobre todo si sus miembros están rodeados de un aura tan enigmática que apenas permite rescatar de su perfil su carácter beligerante. Además de ser reconocido por protagonizar shows truncados de forma desapacible, Crystal Castles ha sido desmerecido conceptualmente por haber hecho de la música que legó la cultura del remoto arcade el soporte de su ambivalente sonido. Así que con la dupla canadiense no existen las medias tintas: te gusta o no. Pero a pesar de que el instantáneo rechazo que causó apenas debutó en 2004 se convirtió en el rasgo que conquistó a buena parte del público y sedujo a la media en todo el orbe, sería absurdo negar que este grupo singular le dio a la electrónica la estampa punk que el género precisaba hacía mucho y, al mismo tiempo, reveló la matriz lúdica del “do it yourself” encauzado hacia la pista de baile.
Los de Toronto constituyen esa minúscula elite de artistas que consiguió traducir literalmente a través de su propuesta la naturaleza de sus componentes. Hijos de la tercera generación de videojuegos, el productor Ethan Kath y la vocalista Alice Glass, los nigromantes de esta aventura de 8-bits, se conocieron cumpliendo horas de servicio social –para borrar su historial delictivo– en un centro en el que se les leían libros a los ciegos. El provenía de un grupo de garage metal y ella formaba parte de una banda de noise punk. Mientras compartieron jornadas en la institución, el músico nacido –como si se tratara de un fantástica ironía– el mismo día del natalicio del Niño Dios fue a ver a la agrupación de la muchacha que a las 15 años se escapó de su casa para vivir en un squat poblado por punks y drogadictos. Y quedó tan encantado con su performance que, de la misma forma en que Luc Besson inspiró su versión de Léon en el Gloria de John Cassavetes, esa noche supo que había encontrado el ingrediente faltante en sus canciones.
Faltan cinco minutos para que sean las 17 en la Argentina. Desde hace tres semanas la banda amaga con establecer este diálogo, confirmado de forma inesperada a comienzos de la tarde. Quien suscribe la nota no tiene ninguna expectativa de que acontezca pues la pareja ya lo dejó plantado en una entrevista telefónica hace un par de años, al tiempo que giraba por la Europa de la otrora cortina de hierro. En aquel entonces el grupo revelación del indie dance presentaba su homónimo álbum debut, que no era más que un compendio de demos y sencillos grabados en vinilos entre 2006 y 2007, y que permitió traerlo hasta esta orilla del Río de la Plata para que integrara la grilla de la Creamfields Buenos Aires de 2008. No obstante, lo que esa noche se preveía como uno de los grandes actos de esa edición de la máxima cita de la electrónica local, al final se sumió en el bochorno. Después de un extenso chequeo de sonido y de un set que duró nada más que dos temas, Crystal Castles se vio envuelto en una confusa pelea con la seguridad del espectáculo que acabó con la ilusión del estreno.
Ahora el binomio regresa al país, tras moverse entre la polémica de su performance en el Sónar de 2009 y el elogio de su último tour por Estados Unidos, para presentar su segundo larga duración, Crystal Castles II, un trabajo que salió a la venta en mayo de este año y que mantiene el oriente sonoro de su predecesor. Aunque en esta oportunidad siguió todos los pasos que ameritan el registro de una realización estándar: proceso de composición, coproductor, locación, período de grabación y demás. Justo en este momento están en Milán, ciudad en la que se llevó a cabo el Magnolia Fest, encuentro de nuevas tendencias musicales que lo tuvo entre sus cabezas de cartel, al lado de los alemanes Booka Shade y Apparat. Luego de cruzar los dedos, a las 23 en punto de Italia, el cerebro creativo del conjunto atiende el teléfono. Si bien en la previa la especulación inventó cualquier tipo de tonalidades y ademanes, Ethan, una vez que saluda, sorpresivamente denota cortesía y tranquilidad. Pero al desenfundar la primera pregunta, de pronto su voz se torna desconfiada.
Ethan se adhiere al silencio de quien está a punto de dar por finalizada una conversación telefónica. Sin embargo, se transmuta en una pausa que le sirve para recrear el instante o para que le ayuden a recordarlo, pues retruca: “¿Qué suponés que sucedió? ¿Qué es lo que dice la gente en la Argentina acerca de eso?”.
–Fue más o menos como lo describiste. Lo único que agregaría a lo que dijiste es que, luego de que le quitaran el micrófono a Alice, los técnicos del escenario quisieron pelear con nosotros. Nunca entendí la actitud, quizás no estaban acostumbrados a ver una performance así y reaccionaron de esa manera. Me pareció una pena lo que pasó porque estábamos muy contentos con tocar por primera vez en la Argentina.
–No lo sé, no pienso en función de la hipótesis. No preparamos nada, veremos en el momento. Sucederá lo que tenga que suceder.
–Que uno se llama Crystal Castles y el otro Crystal Castles II, y que el primero es una colección de canciones anteriormente grabadas y compiladas en un CD, que nos ayudó a introducirnos en la escena y que no quisimos rehacer porque nos parecía que representaba un momento, y el último fue realizado dentro de un mismo período. Por otra parte, una de las características que los aúna es que fueron plasmados en diferentes estudios.
El lozano álbum del conjunto canadiense, producido junto con Jacknife Lee, ganador de un Grammy y colaborador de nombres del calibre de U2, R.E.M., Weezer y Editors, es más conexo, etéreo e incluso pop que su antecesor, aunque asimismo oscuro. Sin embargo, el acabado es lógico si consideramos que fue registrado en lugares tan remotos y tenues como una iglesia islandesa, una cabaña de Ontario, un garaje de Detroit y un estudio de Londres. “Este disco es más concienzudo que el primero debido a que teníamos claro que deseábamos plasmar una producción compacta”, reseña Kath en exclusiva para el NO, en lo que fue la única nota que dio la agrupación para la Argentina. “Nuestra intención era crear una colección de canciones que pareciera que se distendían en paisajes agrestes. Cuando salimos a tocar por el mundo, nos establecemos en ciudades con estudios o espacios para grabar que nos gustan. Por eso este trabajo fue registrado en lugares diferentes. No nos quedamos en casa por mucho tiempo. Luego que terminan las giras, me refugio en el bosque para seguir haciendo música.”
–Cada canción es totalmente diferente, no hay un enfoque en particular. Aunque ciertamente abordan historias sufridas y tristes. En nuestro disco que acaba de salir hay un tema llamado Celestica (N. del R.: uno de los mejores de esta producción) que está inspirado en una fábrica canadiense que se denomina de la misma forma. Básicamente habla de un empleado de ahí que se suicidó lanzándose a un tanque lleno de plástico líquido.
–Me gusta que la gente baile mientras sea sincera consigo misma. No nos copan los caretas.
La composición es en Crystal Castles un proceso catártico, personal y autorreferencial desde la cepa de este laboratorio sonoro hasta la aparición del flamante elepé, que fue estrenado en una fiesta privada en una galería de arte de Toronto. “Yo hago toda la música, y luego se la paso a Alice para que le ponga la letra”, asienta el músico canadiense. Quizá la excepción al modo haya sido curiosamente el primer himno del dueto, Alice Practice, que forma parte del homónimo EP (2006) y que lo catapultó a lo más alto del indie nuestro de cada día. “Le pasé unas pistas a Alice para que practicara mientras terminábamos de ajustar los detalles de una sesión de grabación de la que inicialmente saldrían cinco canciones. Pero el ingeniero del estudio registró el ensayo sin avisarnos. Me llevé el material a casa y allá me di cuenta de que había seis tracks. Cuando me lo pidió el sello Merok Records, mandé el CD y justamente ese tema fue el que les gustó para convertirlo en nuestro primer sencillo y titular el lanzamiento estreno del grupo.”
–Fue confuso porque éramos una banda que tan sólo convocaba a 20 personas. No teníamos muchas expectativas con nuestro primer material, a tal punto que íbamos a lanzar unas 500 copias. Pero se vendieron en tres días, lo que nos pareció increíble.
–Porque somos anticélebres.
–Casi todo: nos gustan New Order, el punk, el post punk, la new wave y nos encantaría hacer un remix de Iggy and The Stooges. Alice es la hermana menor que siempre quise y nunca tuve.
Al igual que los franceses Kap Bambino o su compatriota Eightcubed, Crystal Castles integra una avanzada de artistas del alt pop que se obstinaron en patentar un nuevo sonido a partir de la austeridad de recursos. “Me interesan los sintetizadores antiguos porque si se dañan puedo conseguir piezas o comprarme otro. Son económicos.” A partir de esa decisión conceptual, el binomio fue catalogado nü rave, electroclash, digital terrorism, synth pop o electro rock. “Una de nuestras influencias es el noise”, sostiene Ethan. “Nos juntamos porque amamos las mismas bandas del género, y quisimos darle un giro a éste. Así que en vez de usar guitarras, apostamos por los teclados.” No obstante, hay una etiqueta que le sienta bien a ese sonido único: el de música de 8-bits (ver recuadro), por la gran cantidad de ruiditos y bases que rememoran los viejos videojuegos de consola. “Si bien en 2003 transformé un Atari por circuit bending, a mí no me gustan los juegos de computadora. Nunca me supe el nombre de uno, pues los considero una pérdida de tiempo. Es pura coincidencia.”
Electrónicos ruidosos o amplificadores del peligro, la excepcional agrupación, que ilustró la tapa de su segundo disco con un pibito recorriendo un cementerio con talante retador, desde el inicio de su accionar musical encontró detractores. “Hasta el sol de hoy habla mierda de nosotros. Los fans de nuestros grupos anteriores todavía nos preguntan por qué nos fuimos de una banda de verdad para hacer electrónica.” Ni eso ni la indiferencia de la escena de su país (en junio del año en curso, en una entrevista concedida por The New Pornographers a este suplemento, el líder de la agrupación canadiense, Carl Newman, le confesó a este redactor que siempre creyó que Crystal Castles eran australianos) pudo contra la voluntad de Glass y Kath de llevar su sonido hasta las fronteras de lo nomotético. “Experimentamos hasta con la manera de tocar en directo. Comenzamos con Alice (N. del R.: la revista inglesa NME la incluyó en 2008 en su lista de personajes “más cool”) en la voz y yo en la batería y la secuencia. Más tarde sumamos el teclado, y ahora tenemos baterista.”
–Nos gusta la gente loca, la que nos haga transpirar arriba del escenario.
–No me importa demasiado lo que cualquiera pueda decir. Hay demasiadas opiniones ahí afuera (N. del R.: acá Ethan ya denota su fastidio).
–Cuando lleguemos quisiéramos tener tiempo para darnos una vuelta por la ciudad. La gente de allá es muy bonita y buena onda. Después, en la noche, esperamos que nadie nos detenga el show.
* Crystal Castles actuará el 18 y 19 de septiembre en Crobar (Av. Infanta Isabel y Av. Marcelino Freyre).
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