Jueves, 16 de septiembre de 2010 | Hoy
4 ALL ***** EXCLUSIVE! > POGO VIP
Un cronista del NO se infiltró entre las hordas pogueras que “probaron” el nuevo piso del estadio River Plate hace una semana y cobró por partida triple: cobró por esta nota, cobró por probar el piso nuevo y cobró por poguear.
Por Federico Lisica
El césped se ve inmaculado y eléctrico. En el estadio de River no queda rastro del desparramo de goles de la Selección, salvo por algunas botellas vacías y papelitos en la pista de atletismo. Ya son las más de las 13.30 y el sol empieza a picar. Todavía nadie transpira debajo de sus jeans, borcegos, rastas y joggings. “Mirá, un tero”, se escucha al pasar. Hay que caminar hacia las tres plataformas dispuestas frente a la tribuna Centenario, por lo que ya no se podrá comprobar si se trataba de un experto en avistaje de aves; se sabe –al menos– que provino de un “poguero profesional”. Debajo de la visitante aguardan cronistas, Diego Santilli –ministro de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad–, más funcionarios, interesados e incluso hay un rugbier que incita con un haka que no se llega a escuchar. Los unos y los otros están allí por un motivo: el testeo de los pisos para mitigar el efecto de los saltos en los recitales. Será “el primero”, aunque ya hubo otros y no sería el último. Uno de los coachs hace cuentas.
“Messi, te quedaste en la cancha desde ayer”, le gritan por su parecido con el crack, pero el coach no ríe y masculla por lo bajo: no dan las cuentas para llegar a 200 pogueros. Poco le importa al movilero de radio. Uno que se mete a la cancha y obtiene antes que nadie la primicia: el salto será con Como Alí de Los Piojos, Back in Black de AC/DC y El pibe de los astilleros de Los Redondos. Paró los ¿180?... ¿190? presentes, ya pasó la elongación, hubo aliento de un sonriente Santilli (“¡salten a fondo!”), un instructivo que pide hacerlo en modo “uniforme, sincronizado y ordenado para poder realizar las comparativas correspondientes”, y casacas –amarilla y negra PRO– con la leyenda: “Yo hice pogo en River”. La fauna de todo festival está vestida: el o la que está más concentrado/a en sacarse fotos con su cámara digital; los convocados por algún conocido de la productora (T4F fue quien solventó el estudio, los $ 100 para cada presente y la puesta del muestreo); uno que rescata botellitas de agua como el bien más preciado de la Creamfields; el de anteojos con marco colorido –propio del Personal Fest– y una masa que ostenta la lealtad a un género con su look.
En la previa, Emilio Lozano, diseñador gráfico de 24 años, daba su visión de los pogueros mientras mordisqueaba un sánguche de jamón, queso y tomate. “Hay un par de cachivaches, pero se ve gente de recitales.” Más allá de un cuarentón en mocasines y cara de perdido, hay varios con rastas y babucha, otros con pantalón camuflado (la legión del metal pisa fuerte en cualquier parte) y una nena con flequillo, claramente incómoda con la uniformidad textil, que mostraba orgullosa su remera rockera con el logo de Viticus.
La primera plataforma blanca es esponjosa y chiquita. Algunos metros a la derecha hay otras dos (una parece de plástico más duro y la última reluce un verde sintético). Para evitar acosos, las chicas están adelante y a los costados. En el medio, la testosterona grita reiteradamente e incluso antes de que comience el testeo: “¡Poné Pantera!”. “Uno, dos, tres.” Suena el pito y a saltar. El sistema hidráulico eleva y el “oh, oh, oh” trata de coordinar lo imposible. “No es el pogo de siempre chicos”, pide el coach y se va la segunda. Será defectuoso hasta que lleguen los cánticos ordenadores: “Birra... porro”, “Macri basura, vos sos la dictadura” y el hit de la tarde: “El que no salta es del PRO”. “¡Se politizó el pogo, vieja!”, grita el hombre más festejado por sus arengas. Se trata de Esteban, que vino con su amigo David de Virreyes. Dos rockeros todo terreno con los que se puede charlar mientras la gente se refresca y algunos fuman un armado mirando de reojo. “El pogo más salvaje que viví en mi vida fue The Ramones en el ‘93 y The Exploited en el Hangar”, cuenta el músico de Victoria que acaba de sacar un disco con Franja de Gaza. “Slayer en Obras fue tremendo”, recuerda su barbado compañero que toca en Arder.
Su postura sobre las vibraciones es clara: “Cuando en los ‘90 vinieron Guns’n’Roses y Metallica no había bardo, y tampoco había torres como las que se mandaron ahora –analiza–. Puede ser que la vibración joda, pero lo que les molesta realmente es el combo que viene con el recital”. Hay que volver al trabajo, una, dos y más veces, la gente se abraza para coordinar el salto, el sudor aflora, lo mismo que el cansancio, pero Esteban sigue afilado: “Vamos que a las 18 tengo otro pogo”, “150... 150”, “armemos un grupo de Facebook, chicos”, “¿dónde está el de TN Ciencia?”, “éste no va, papi”, le sugiere al coach sobre uno de los pisos con mayor plasticidad. Y tiene razón. Termina la enésima prueba, los peritos levantan los dedos y todos aplauden. Esteban, a esta altura el líder moral de la jornada, da notas del otro lado del alambrado. Ya son más de las 17 y todavía pega el calor. Queda tiempo para que los noteros hagan su trabajo en la puerta. Santilli camina hacia Lugones y sigue sonriente, asegura que “los que gritaron eran siete u ocho... los vi de atrás” y que “no hay chance de que se haga la habilitación total si no dan los números”. La mayoría no lo advierte, están más divertidos con Clemente Cancela y comiendo la última vianda. No es el pancho y la coca sino un gomoso y algo recalentado Cachafaz.
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