Jueves, 25 de noviembre de 2010 | Hoy
(VIENE DE TAPA) ESPECIAL: EXPERIMENTOS SONOROS
QUE AREAS DEL MUNDO DE LA CULTURA MUSICAL JOVEN EXPERIMENTAN CON FORMATOS, ESTETICAS, LETRAS DE CANCIONES Y PUESTAS EN ESCENA. EL “FREE ROCK” DE HONDURAS, LAS COSAS, TEMPER, HAGABAL Y EL YA HISTORICO ALAN COURTIS ROMPE LOS LIMITES DE UN ROCK –COMO DICE COURTIS– “CONDENADO A LOS FESTIVALES”.
Por Santiago Rial Ungaro
En muchos casos, el rock parece un reality, igual de grotesco y patético que los shows mediáticos de la televisión de aire más tristemente célebres. Si ponemos algún canal de videos musicales, es evidente que la imagen parece haber impuesto ciertos condicionamientos a la música. En este contexto, la música que ocupa el nombre de rock parece empeñada en clonarse a imagen de algunos pocos grupos emblemáticos. Y cuando el cliché deviene en caricatura, la música también sufre el mismo proceso: quizá nunca hayan habido tantos grupos tan iguales entre sí, ni tantos músicos tan frustrados y bloqueados de tanto copiar a otros.
Claro que la música también genera sus anticuerpos, células creativas que buscan valores como la originalidad, la exploración y la búsqueda de encontrar un sonido nuevo, acorde con tiempos también nuevos, y confirmen, una vez más, el mito del eterno retorno del rock. ¿Del rock? La edición de los nuevos discos de Honduras, Las Cosas, Temper, Daddy Antogna y Los de Helio, y la aparición de bandas nuevas como El Hagabal y Fujimoris, así como la vigencia de bandas como Pez (que organizan sus propios Festi Pez) y Los Natas, o las múltiples actividades de un artista como Alan Courtis, llevan a pensar que hoy por hoy es menester que sea (free) rock.
A nivel estético, histórico, espiritual y político, el free jazz ha sido siempre una suerte de período mítico y deliberadamente olvidado de la historia del jazz y de la música del siglo XX.
El rock psicodélico de los ‘60, los grupos proto-punks como The Velvet Underground, MC5 o The Stooges, artistas del dub, el hip-hop, de la escena dance y muchas bandas actuales masivas (como Radiohead), han sabido nutrirse de los discos de Ornette Coleman, Sun Ra, John Coltrane, Archie Shepp, Don Cherry, el Art Ensamble of Chicago y tantos otros músicos afroamericanos que, por razones históricas, se suelen englobar como parte del free jazz. El olvido histórico de este período y de estos expansivos proyectos es tan lógico como injusto; políticamente, mucho de esta música no sólo incita a la rebelión sino que también da un ejemplo de las claves prácticas para lograrlo: la autogestión económica y la disciplina artística han definido estas experiencias, mucho más peligrosas para la sociedad que la mueca de cualquier estrella de rock haciendo fuck you a cámara. Pero hay algo (mucho) más: las particularidades musicales que caracterizan al free jazz de los ‘60 (atonalidad armónica, disolución de la métrica y del beat, y de la simetría en lo rítmico, irrupción de la world music, acentuación del momento de la intensidad y la expansión del sonido al campo del ruido), siguen trazando puntos de fuga para los músicos, a veces accesibles, otras más desafiantes. Si el free jazz se caracterizó por englobar a una multiplicidad de corrientes musicales, estos proyectos que hoy presentamos como grupos de free rock no sólo se distinguen de las demás bandas de la escena sino que tampoco tienen muchos puntos en común entre ellas. Pero sí comparten algo vital: la utopía vanguardista de buscar fusionar el arte y la vida misma.
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