Jueves, 9 de diciembre de 2010 | Hoy
EXCLUSIVO: FRAGMENTOS DE DESPUéS DEL ROCK, DE SIMON REYNOLDS
Si existiera la “Escuela de Rock”, la obra del periodista y crítico de rock Simon Reynolds debería ser de lectura obligatoria tanto para lectores melómanos como para periodistas profesionales. Aquí, el NO selecciona algunos textos del libro de flamante edición argentina.
Por Federico Lisica
Quién sabe si eso de juzgar a una obra por su portada comenzó con un libro o con un disco. Pero algo pasa al ver la tapa de Después del rock, de Simon Reynolds (1963), tremenda colección de ensayos y artículos editados por Caja Negra. El triángulo de rojo sanguíneo quiebra la monotonía de unas ¿teclas?, ¿un vúmetro? de color azul. Ese derroche sanlorenzístico-bauhausiano es afín a lo que toda buena canción de rock “debe” generar: un quiebre. Una sensación. Una reacción. Y todavía no se dijo nada de lo que hay en las 230 páginas de esta publicación rockera por donde se la lea.
“Soy hijo de una institución peculiar, un espacio cultural que ya no existe más y que, en retrospectiva, se muestra altamente inverosímil: la prensa musical británica.” Así se define Reynolds en la introducción. Un londinense que desde mediados de los ‘80, y a través de publicaciones como The Wire, Spin, Rolling Stone y —principalmente la extinta— Melody Maker, viene deconstruyendo al discurso pop, sin jactancia, pero con profundidad ideológica. Y lo de deconstruir no está dicho al pasar. El tipo se monta a la escuela filosófica francesa (Jacques Derrida, Georges Bataille, Roland Barthes y Gilles Deleuze) para hacer “vibrar” la música (de Madonna a Public Enemy, de Brian Eno a Joy Division, de Radiohead a The Beatles). ¿Quién dijo que no se puede gozar, bailar y pensar?
El nombre del libro juguetea con el término más famoso acuñado por Reynolds: Post-Rock. Y más allá de que se trate de una selección de escritos publicados aquí y allá, tiene coherencia como un bloque, no salta, está escrito con ritmo urgente. Mención aparte para los traductores —Gabriel Livov y Patricio Orellana— y Pablo Schanton —el encargado de la recolección—, que aporta una clave para comprender su trabajo: Reynolds no es “lirocentrista”, ni interpreta sociológicamente movimientos, sino que se interesa por la materialidad sonora, diseccionando el noise, el post-punk, la electrónica o el dub. A su modo, Reynolds “ejecuta” con reflexiones y panfletos (no confundir con lo incendiario, lo suyo es proponer). Y lo del panfleto tampoco es una concesión. Su amor por Cabaret Voltaire o Scritti Politti muestra esa función del rock como rulemán a otros campos (sean vanguardias o la política de Antonio Gramsci). Si para muchos editar un libro hoy es anacrónico, y comprar un disco ídem, vale adentrarse en las palabras de Simon Reynolds donde el tic tac es crucial, con muchas ideas más allá del rock, o mejor dicho después del rock. Aquí, los textuales.
Aquellos años del post-punk que van desde 1978 a 1984 fueron testigos del saqueo sistemático del arte y la literatura modernista del siglo XX. El período post-punk en su conjunto aparece como un intento de recrear virtualmente todas las principales temáticas y técnicas modernistas a través del médium de la música pop. Cabaret Voltaire tomó prestado su nombre de Dada. Pere Ubu adoptó el suyo a partir de Alfred Jarry. Talking Heads transformó un poema sonoro de Hugo Ball en una pista de dance disco—tribal. Gang of Four, inspirados por el efecto de extrañamiento de Brecht y de Godard, trataron de deconstruir el rock... ¡incluso rockeando duro! Los compositores de letras absorbieron la ciencia ficción radical de William S. Burroughs, J.G. Ballard y Philip K. Dick, y las técnicas del collage y del cut-up se trasplantaron a la música (...). Para muchos post—punks, los singles más significativos de 1977 no eran White Riot ni God Save the Queen sino Trans-Europe Express, un canto fúnebre metronómico de metal sobre metal para la era industrial compuesto por la banda alemana Kraftwerk, y el hit eurodisco de Donna Summer I Feel Love, producido enteramente a partir de sonidos sintéticos por Giorgio Moroder (...). Detrás de los músicos había todo un gran marco de catalizadores, guerreros culturales, facilitadores e ideólogos que fundaron sellos discográficos, trabajaron como managers de bandas, se transformaron en productores de avanzada, publicaron fanzines, administraron disquerías especializadas, promovieron recitales y organizaron festivales. Cierto es que el prosaico trabajo de crear y mantener una cultura alternativa carece del glamour que el punk depositaba en la gestualidad pública del atentado y del terrorismo cultural. Destruir es siempre más espectacular que construir. Pero el post-punk tuvo permanentemente una actitud constructiva y abierta al futuro. En el propio prefijo “post” se enraizaba la fe en un futuro que el punk había decretado como inexistente.
La escritura en sí misma no tiene por qué ser necesariamente salvaje y delirante, ni echar espuma por la boca como un perro rabioso; puede ser precisa, controlada, incluso severa. Pero su efecto debe ser como la verdad dándote un puñetazo en la boca. Debe sacudirte con la vibración que Nietzsche —el escritor de la primera obra maestra de crítica de rock un siglo antes de que el rock existiera, El nacimiento de la tragedia— llamó voluntad de poder. Y lo que Iggy Pop llamó raw power.
¿Por qué justo ahora el retorno del agit-pop? (neologismo de “Propaganda de agitación política”). ¿Qué es lo que realmente logran los slogans, aparte de degradar el lenguaje y proveer ese sentimiento cálido, encendido, que procede de la confirmación de las propias convicciones? Para mí existe una diferencia crucial entre “político” (toda música es política —incluso Slowdive—, en la medida en que implica elecciones y valores) y abiertamente “politizado”. En términos de provocación, encuentro más “política” en la agitación de contradicciones de una PJ Harvey o en la incoherencia de Nirvana que en el lenguaje llano de denuncia “que dice las cosas como son” de Blaggers ITA, Rage Against The Machine et alia (...). ¿Sucede tal vez que los agit-poppers dedican tanto tiempo a la retórica que no les queda resto para elevar apuestas estéticas? Aun así, el agit-pop no necesita sonar tradicional para ser popular (¿recuerdan a Public Enemy?). Por ahora, sin embargo, todavía estamos esperando esa fusión soñada entre radicalidad en la forma y confrontación en el contenido.
La música electrónica es intensamente física en otro sentido: está diseñada para ser escuchada a través de los grandes sistemas de sonido de las discotecas. El sonido se vuelve un medio fluido y penetrante que envuelve al cuerpo en una presión íntima de bajo y batería. Las frecuencias bajas permean la carne, hacen que el cuerpo vibre y tiemble. El cuerpo entero se vuelve oído.
Tal como Siouxsie Sioux, que se inspiraba en el espíritu de enmascaramiento de los chicos Bowie ambisexuales con los que acostumbraba salir, Madonna es una discípula reverente, que absorbe las ideas de la cultura gay y luego las convierte en marketing de masas (...). Madonna es más una profesional de los medios que de la música, que en la mayor parte de su música: a causa de toda su producción barnizada según el estilo del momento, hay una falta de textura real y de swing. Mientras que sus canciones con frecuencia ejercen influencia conjugándose con elementos visuales, la música es en general absolutamente chata en sí misma. Una fascista de la imagen: Madonna es la estrella perfecta de la era MTV, privilegiando el ojo por sobre el oído.
Post-rock significa usar la instrumentación del rock para propósitos ajenos al rock: usar las guitarras como vehículos de timbres y texturas más que de riffs y acordes de potencia. De manera creciente, los grupos de post-rock van ampliando el esquema tradicional guitarra/bajo/batería hacia la tecnología computarizada: samplers, secuenciadores y dispositivos MIDI. Mientras algunas agrupaciones de post-rock (Pram, Stereolab) prefieren tecnología lo-fi o pasada de moda, otras van evolucionando hacia el cyber—rock, volviéndose virtuales (...). Ya sea que uno lo llame “magia” o que hable de “deconstrucción de la metafísica de la presencia”, de cualquier manera, las bandas de post-rock de hoy van desplazándose hacia esta dimensión virtual, etérea (...). Para los grupos de post-rock, la idea de Sonic Youth de “reinventar la guitarra” significa en realidad “des—rockear” la guitarra; en algunos casos, el próximo paso es deshacerse totalmente de la guitarra.
Quizá sobre todo sean The Beatles (que contaban en sus filas con su propio estudiante de arte, John Lennon) a quienes haya que culpar. Su sorprendente racha de crecimiento creativo —esa precipitación de cuatro años que va de Rubber Soul al Album Blanco— estableció una marca demasiado alta para cualquiera que llegara después, aun cuando músicos como Hendrix o Talking Heads hicieron lo imposible por alcanzarla. Cuando los músicos jóvenes de hoy en día, como los juglares barbudos y las doncellas trovadoras del freak-folk —Joanna Newsom, Devendra Banhart, Animal Collective—, se remontan a la Incredible String Band y a Jefferson Airplane, hay un patetismo en ese impulso, un anhelo por devolverle a la música la importancia y el poder que al parecer disfrutaba en esa belle époque (...). Hoy ya no hay riesgo. Sólo música, montones de música, demasiada quizá; con alguna que se siente como una vigorosa aunque ligera variación de lo familiar (Artic Monkeys, por ejemplo), y una mucho más pequeña que brilla como la proverbial cosa nueva bajo el sol (...). Tal vez la próxima Gran Sensación vendrá, finalmente, de Asia o del Hemisferio Sur. Después de todo, China e India están listas para ser las potencias económicas/demográficas de este siglo y, por paradójico que parezca, esas culturas mayormente antiguas se sienten en la actualidad más “jóvenes” que nosotros (...). Es más que probable que el sobreamplificado metabolismo económico de estas naciones, junto con las divisiones y tensiones sociales causadas por la distribución desigual de la riqueza y los índices de cambio fuera de control, vayan a generar toda clase de fenómenos culturales y subculturales interesantes. Tal vez sea tiempo para que Occidente simplemente... descanse. Al menos por un rato.
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