Jueves, 31 de marzo de 2011 | Hoy
ENTREVISTA A WAYNE COYNE, DE FLAMING LIPS, ANTES DEL QUILMES ROCK
El cerebro de esta extraña banda de rock psico-delirante cuenta su costumbre por dar volantazos creativos y explica su experimentación con los nuevos medios, su hartazgo por el formato del disco y cómo van a publicar sus próximas canciones: “Vamos a sacar un feto de gomita; van a tener que comerse un vientre materno para sacar al feto, y después comérselo para poder llegar a la música”. Y bueno, son los Flaming Lips.
Por Roque Casciero
La nave con forma de plato se posará sobre algún lugar de Buenos Aires arrojando destellos de colores, y de ella bajarán cuatro tipos que conforman un grupo de lo más freak. El primero, Kliph Scurlock, no hará demasiada alharaca antes de darles a los parches, al fin y al cabo es una suerte de invitado permanente a la fiesta de los otros tres. Luego llegará el turno de Steven Drozd, un señor con el pelo bastante corto y aspecto de colegial crecidito, que enseguida agarrará una guitarra y se pondrá a hacer ruidos raros. Enseguida, un pelado con barba llamado Michael Ivins mostrará su disfraz de esqueleto, se sentará y se dedicará a tocar el bajo sin que se le escape el mínimo gesto. Por fin, un tipo con rulos y barba canosos, vestido con un traje de lino clarito, saldrá de la nave caminando dentro de una burbuja, presto a tirarse encima sangre de utilería o a hacer que exploten en el cielo serpentinas de papel. Y no: no será la filmación de una película clase B sino la confirmación de que está por empezar el primer concierto de los Flaming Lips en tierras argentinas. “Estamos muy entusiasmados por ir para allá para tocar, conocer gente, comer cosas ricas, emborracharnos y hacer locuras”, anuncia a través del teléfono Wayne Coyne. El cantante del falsetto quebradizo es también el cerebro de esta inusual banda de rock psicodélico y delirante, acostumbrada a los volantazos creativos y, en la última década, a que el público celebre sus melodías extraterrestres.
La pregunta inevitable a la hora de hablar con el cantante es por qué tardaron tanto en “colonizar” Buenos Aires. “Bueno –Wayne abre todas sus respuestas con un “bueno”–, no somos una banda gigante... Tocamos mucho por Estados Unidos y Europa, y un poco en Asia, pero de a poco tratamos de ir a nuevos lugares. La cuestión es que no hacemos tantos shows, debemos hacer unos cincuenta por año, porque siempre estamos grabando o haciendo cosas raras, además de que algunos de los muchachos tienen chicos muy chiquitos. Lamento mucho no haber ido antes, pero hacemos lo que podemos.”
Lo que han hecho no es poco. Tras unos cuantos discos independientes con títulos graciosos (Oh my Gawd!!!, Telepatic Surgery o In a Priest Driven Ambulance), lograron que la multinacional Warner les diera un lugar en sus filas, a caballo de la explosión “alternativa” de principios de los ‘90. Enseguida respondieron con su primer hit, She Don’t Use Jelly, tan encantador y extraño como los personajes que describe la letra. Un rato más tarde publicaron el que tal vez sea el disco más bizarro que haya financiado un sello major: Zaireeka (1997) traía cuatro CDs que debían ser puestos a funcionar al mismo tiempo para poder escuchar las canciones tal como las concibió el grupo. En el error y la carencia estaba el sabor especial del álbum, claro. Y cuando parecía que The Flaming Lips sólo iba a poder ser asociado con esta clase de comportamiento díscolo, los tipos se despacharon con el maravilloso The Soft Bulletin (1999), pura melodía y psicodelia amable, y redoblaron la apuesta con Yoshimi Battles the Pink Robots (2002), su disco más exitoso. Después se pusieron “políticos” en At War with the Mystics (2006) y, nuevo volantazo, se corrieron del formato de la canción que venían trabajando en Embryonic (2009). Y ya que estaban, publicaron su propia versión de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, completito, con la ayuda de gente como Peaches y Henry Rollins.
Y además están los shows, en los que a veces hay tanta gente disfrazada arriba del escenario como abajo: es costumbre para el público llevar sus propios atuendos, lo que llena de colorido los conciertos. “Van a ver una buena versión de eso”, promete Coyne. “No sabré bien en qué porcentaje hasta que lleguemos allá y vea qué pudimos pasar, porque hay cosas que tienen que ser declaradas ante oficiales del gobierno y cosas así. Creo que podremos montar un show gigante, con la burbuja espacial, las pantallas enormes, los láseres... Y tenemos un montón de amplificadores extraños y efectos, cosas copadas que llevamos con nosotros.” Para Flaming Lips, está claro, cada concierto es crucial: “Lo nuestro no es sólo tocar, nos gusta montar todo un show en el que, según el momento, el público mire, escuche o se involucre. Eso también tiene que ver con que no hayamos ido antes: recién ahora podemos viajar por el mundo, mostrando el show que queremos mostrar”.
–Si montáramos todo ese show enorme y lo hiciéramos con mucha seriedad, yo también sentiría que es desagradable. En cambio, si podés ver todo este show y notás que no ha limitado a la música sino que puede ser parte de la música... Además, varias de las cosas que hacemos son medio tontas: arrojamos globos, papel picado, me gusta salir a dar una vuelta en una burbuja espacial. En cierto nivel es ridículo, medio tonto, pero también es fantástico ser parte del público y ver qué sucede todo eso. Lo que creo que tratamos de hacer –y que el público nos permite– es arrasar con todo lo demás que pueda estar sucediendo: usamos todas esas cosas para que nada pueda distraerte del show. Pero nada de eso funcionaría si la música no tuviera cierta porción de amor y emoción dentro de ella. Cuando estoy parado frente al público siento alguna clase de amor. Eso es lo que provoca la música: destraba alguna clase de sentimiento subconsciente. Hay algo en la música que mientras viaja a través de tu mente te permite sentir esta otra dimensión de vos mismo. Y yo también quiero sentirme así; no me interesa salir ahí y no sentir nada con la música. Entonces me encanta tener luces fuertes, humo, volumen y todas esas cosas para hacer que la música sea lo más intenso que sucede.
–Estoy de acuerdo. Y creo que eso es porque el público nos permite hacerlo y porque la música tiene algo dentro que hace que todas estas cosas funcionen. Tenés razón, sucede algo que ni siquiera puedo explicar, que simplemente pasa, que une a todos en algo único y que seguramente se alimenta de experiencias de nuestras infancias.
–Diría que es más que una metáfora, que probablemente muestra con exactitud el modo en que operamos. Ojo, no creo que el vinilo sea necesariamente algo del pasado: en el último par de años, un montón de gente adoptó esta idea de tener un objeto más grande en lugar de esta cosa invisible dentro de su computadora. Por otra parte, es como un milagro hacer música a la manera de Two Blobs Fucking, con la que hace tres o cuatro años ni siquiera hubiéramos podido soñar. Esta tecnología es tan copada, tan fácil y tan accesible –al menos en Estados Unidos, no sé en el resto del mundo–, que siempre estamos buscando modos diferentes de hacer llegar nuestra música. Pero sí, diría que va más allá de la metáfora, que es el modo en que pensamos: siempre miramos hacia el futuro, el pasado y el presente, y decimos: “Fuck, ¿qué hay acá?”. Pero es porque nos interesa, porque no creo que uno pueda proponerse ser un visionario. No funcionaría. Simplemente tenés que hacer cosas que te interesan y si eso es visionario, mejor. Yo hago cosas porque son interesantes y porque espero salirme con la mía.
–No sé si alguna vez habré dicho eso (risas). Pero es porque tengo mucha gente que me ayuda. Aunque todo el mundo es un poco cauto cada vez que yo aparezco y digo: “Ey, tengo ganas de hacer esto”. Ahí todos piensan: “Oh, no, ahí vamos otra vez”. La calavera de gomita empezó porque vi una calavera de plástico en un negocio y empezamos a pensar en hacer calaveras de chicle. Contactamos a un fabricante de chicles y tratamos de hacer calaveras de chicle, pero no funcionó bien. Pero encontramos a un fabricante de gomitas y le dijimos que queríamos hacer calaveras de tamaño real, con un cerebro de gomita adentro, y el tipo se entusiasmó. El es fan de los Flaming Lips y dijo que iba a ayudarnos a hacerlo realidad. Nos gusta plantearnos desafíos y hacer cosas que nadie hizo antes. Esa es parte de la diversión que tiene ser un grupo de bichos raros.
–No lo sé. Pero, la verdad, nos aburriríamos y nos pondríamos inquietos si tuviéramos que esperar tres años para hacer música, por eso estamos grabando todo el tiempo. Y a veces queremos hacerla y sacarla, no porque seamos narcisistas sino simplemente porque nos gusta la idea de que lo que hacemos ahora se escuche ahora. Y además está el hecho de que nos gusta intentar cosas nuevas. Quiero probar de meter música en las cajas de cereales, en calaveras de gomita... Simplemente quiero hacerlo, ver cómo nos sale. Encima, publicar la música enseguida nos da otra clase de inercia: ustedes van a escuchar ahora mismo algo que grabamos la semana pasada, así todos estamos respirando, viviendo y experimentando este material al mismo tiempo. No sé si eso será bueno o malo, pero para mí es diferente al modo en que lo hicimos en el pasado.
–Bueno, la primera fue Two Blobs Fucking, que lanzamos para los iPhones. Ahora salió un 12 pulgadas con cuatro canciones y el mes próximo será la calavera de gomita. Después de eso, creo que publicaremos otro 12 pulgadas con material que trabajamos con Lee Ranaldo (Sonic Youth). Queremos trabajar con diferentes artistas y grupos. Y creo que después de eso vamos a sacar un feto de gomita: van a tener que comerse un vientre materno para sacar al feto, y después comérselo para poder llegar a la música. Ya sé, es absurdo, ¿no?
–Bueno, eso pienso yo. Es una golosina, al fin y al cabo, y es toda una experiencia. Además, no quiero que sean cosas para que la gente las ponga en los estantes, el mundo ya está lleno de eso. Por eso me gusta la idea de que sean cosas que uno tiene que comerse para llegar a la música, y una vez que te la comiste, ya fue. Esas son las cosas que me gustaría que hagan otros grupos... Me encantaría comprar un nuevo disco de Radiohead en una calavera de gomita, sería fabuloso.
–No, son nuevas. Cuando hacés un disco, pensás: “Esta canción está bien, aunque ésta no”. Pero ahora las escucho y pienso que todas están bien, no creo que sean lo mejor del mundo, aunque tampoco lo peor. Algunos de estos “desechos” de Embryonic, por así decirles, fueron a parar a bandas de sonido o cosas así. No es que estemos reteniendo esas canciones, sólo que a veces me pregunto si quiero que el público pague por ellas.
–La verdad es que si te gusta uno de nuestros discos, quizás odies el siguiente (risas). Pero hace un tiempo largo que estamos en esto, casi treinta años, entonces supongo que habríamos tenido una existencia horriblemente aburrida si siempre hubiéramos sacado el mismo disco cada año. Para mí siempre ha sido muy excitante, pero para el público... (se ríe). Debe ser imposible que le guste todo lo que hemos hecho, porque es radicalmente diferente todo el tiempo. La mayoría de la gente, cuando se habla de The Flaming Lips, piensa en Yoshimi Battles the Pink Robots, por eso no estoy seguro de que esa misma gente pueda digerir algo como Embryonic, que es un disco extraño. Hay mucha gente a la que le gusta todo lo que publica un grupo, pero a mucha otra no: no conoce al grupo, sólo un sonido.
–Creo que la versión más joven de mí diría: “¡Cool! Se puede ser un bicho raro viejo y seguir haciendo locuras”. Hasta cierto punto, sí me encuentro con versiones más jóvenes de mí mismo: aunque no escucho demasiado nuestra vieja música, en ocasiones me sucede y pienso que es maravillosa. A veces la escucho y ni siquiera recuerdo que somos nosotros, sólo pienso: “¿Quiénes son estos bichos raros? Son muy copados”. Y cuando alguien me dice que somos nosotros, pienso: “¡Cool!”. Eso de la película pasa todo el tiempo; si un tipo de 20 años ve a alguien como yo, escucha nuestra música y sabe cómo viví, seguramente se sentirá aliviado, porque podrá pensar: “Guau, yo también puedo vivir así”. He tenido una vida maravillosa. La verdad, nunca nos esforzamos tanto por ser exitosos y, sin embargo, hemos tenido vidas muy buenas: podemos hacer lo que queremos, ganamos mucho dinero, estamos rodeados de gente copada, viajamos por el mundo. ¡Es totalmente fantástico! Y todo es por la música y por nuestros fans. Ojo, no creo que nuestras vidas sean para todo el mundo; algunos pensarían que es demasiado, pero para mí son fantásticas.
–Cuando la gente me dice eso, me parece buenísimo, pero nosotros no tenemos control sobre eso. Ni siquiera tenemos demasiado control sobre la música que vamos a hacer: a veces queremos hacer algo de una manera y nos sale de otra totalmente diferente. Y queremos eso, queremos que nuestra música sea como una dimensión invisible dentro de nosotros. No queremos pensar en la música, queremos hacerla. A veces sencillamente aparecen accidentes muy piolas y las cosas resultan bien. Creo que eso debe pasarle a cualquiera que haga música loca: muchas cosas suceden por accidente.
–Al principio parecía muy raro, porque no sabíamos qué iba a pensar la gente, pero ahora ya ni pienso en eso. El callejón está en una parte muy comercial de la ciudad, hay muchos bares y restaurantes en esa zona, y está cerca del estadio de béisbol, así que hay muchos elementos mainstream asociados con ella. Hay gente que viene de todo el mundo que ni siquiera sabe que existe la calle y de repente se encuentra ahí y piensa: “Oh, mi Dios, los Flaming Lips tienen una calle”. En cierto sentido, creo que eso debe darle una sensación de que todo es posible, entonces es positivo. Ojo, no es que es algo gigante, es una callecita a la que ni siquiera le prestarías atención, salvo que estés enterado del tema. Así que ahora pienso que tener nuestra propia calle es maravilloso. Siempre se me acercan personas que me dicen que anduvieron por ahí y que pensaron: “Man, si los Flaming Lips pueden tener su propia calle haciendo la clase de música que hacen y viviendo las clases de vidas que viven, entonces es un lugar fantástico”.
–Por supuesto. Y a mí me pasó lo mismo cuando vi por primera vez a Henry Rollins y a Sonic Youth, o cuando conocí a los Minutemen, Nick Cave o Damien Hirst: esa gente me cambió completamente, sólo por el hecho de estar cerca de ella y ver cómo es. Si yo inspiré a alguien, sólo es por la inercia de las ideas: si una persona joven está todo el día conmigo, seguramente no podrá creer la cantidad de cosas que hago. Hoy, por ejemplo, diseñé un poster, hice tres horas de entrevistas, en un rato voy a ir hasta una disquería y, cuando vuelva, vamos a hacer una fiesta en casa (sonríe). La verdad, vivo mucha vida.
–No sé. Me siento muy afortunado de que nos agasajen tanto acá. Ahora tenemos un gobernador nuevo, pero el anterior, al que conocí, es un tipo que ama la música, lo mismo que el alcalde... No sé, creo que el barrio en el que vivo está convirtiéndose lentamente en un monumento. No en un monumento a mí sino a una forma de vida que la gente asocia conmigo. No sé, siempre tuve miedo de ser una estatua y de verme como un viejo choto gordo (risas). La verdad, no me preocupa tener una estatua. Es preferible no tener una estatua y merecerla que sí tener una y no merecerla, ¿sabés? Además, sí tengo mi estatua: es nuestra música. Para bien o para mal, nuestra música va a permanecer durante mucho tiempo, y no hay nada que uno pueda hacer al respecto. Y tener una canción como Do you Realize, que significa tanto para la gente... Todo el tiempo me encuentro con gente que me dice que la usó en un funeral, una boda o el nacimiento de un hijo: eso es muy importante, nunca lo menospreciaría. Es maravilloso cuando la música consigue cosas así, cuando queda asociada para siempre con momentos tan significativos de la vida de las personas. Pero, dicho todo esto, espero que no nos hagan una estatua...
–(Risas) Eso sí que me gustó. Voy a sugerirlo.
* Flaming Lips abre el Quilmes Rock el 5 de abril, en GEBA, Marcelino Freire 3381. Banda invitada Massacre. Desde las 17.
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