FRANCISCO BOCHATON HOY,
EN ARGENTINA 2003
Auténtica decadencia
Su nuevo disco acaba de aparecer, pero para él el momento artístico es otro: hay otra realidad, y por tanto otras canciones. De eso y de los laberintos mentales y sentimentales de un artista, habla el muchacho sensible de La Plata.
Por Mariana Enriquez
lFrancisco Bochatón escribió todas las canciones de Hasta decir palabra, su nuevos disco solista, antes de la debacle de diciembre del 2001. Tuvo que retrasar el lanzamiento por los coletazos de la crisis que lo alcanzaron, como a todo el mundo. “Quedó medio a destiempo –dice–, porque en realidad es la continuación de Mundo de acción. Las letras y el planteo eran ideales para aquel momento. Igual me parece que está bueno, se nota que hay trabajo. Tocan María Gabriela (Epumer), Ricky Sáenz Paz, Celeste Carballo, suena muy bien. Estoy conforme.”
Hasta decir palabra es un Bochatón clásico y auténtico. “Tu amor no perdona” es una canción eufórica, rockera, con una letra ansiosa (“Intenta llegar la vida nos deja desnudos”) “Flor de locos” vuelve al pop con estribillo encantador, como “Pinamar” de Píntame los labios, y otras como “El Gorila” (“es sobre un tipo que se aprovecha de una criatura, de una chica de nueve años”), son más inquietantes y complejas: “Cara de niña suave que detectar no sabe/ deja que entre un poco, te toco”. Es un disco romántico con canciones personales como “Vuélveme a enamorar”, un dúo con Celeste Carballo o “Te amo”, casi una página de diario íntimo. Tiene algún toque surrealista, como en “Canto al fuego fatuo”, una melodía esquiva y la letra tomada de un poeta africano anónimo. No se puede decir que es una colección de canciones sorprendente, pero es sólida, como si Francisco Bochatón estuviera seguro y cómodo en su estilo. Pero desde entonces ya escribió muchas canciones más, y nota una diferencia. “Después de la crisis me cambió el foco. Las canciones nuevas tienen un nivel de piso que me hace tener una lírica más ciudadana, más argentina. Eso le falta a Hasta decir palabra porque está hecho antes. Las últimas canciones son más concretas. Es lo que le pasa al país, está más decadente pero más real.”
–¿Creíste que la crisis no te iba
a afectar como artista?
–En un primer momento pensé que podía aislarme. Después me di cuenta de que era un salame, que era la realidad y que no referenciarla era negar algo a lo que le estás contestando, porque lo que hago es una respuesta. Yo le respondo al medio donde vivo. La mirada crítica es una responsabilidad para alguien que vende discos y es un comunicador. Yo nunca voy a hablar concretamente de problemas políticos porque no entiendo nada. Pero la crisis genera individualismo, unir cuesta, y la unión es la que genera grandes creaciones. Cuesta crear: la supervivencia es egoísta. Escribir y componer me alejó mucho de la realidad. Al final, siempre tenés que pagar la luz y el teléfono. Con el arte se corre el riesgo de dejar de pisar tierra. Yo estoy en un paso intermedio: a veces no piso tierra y a veces soy un artista de verdad. No me gusta el mito del artista loco. Me gusta la construcción. Cuando paso períodos siempre encamino las cosas. Ahora estoy en una buena etapa, reorganizando cómo moverme en el ambiente y con ganas de tocar.
–¿Seguís considerándote
un músico de rock?
–Hay un punto en mí que es innegociable. Nunca voy a decir que pertenezco a algo: podría expresarme tanto en la música como en la pintura, para mí el arte es la salida, la forma de expresión. Nunca me puse la camiseta de nada, busco expresar lo propio con las experiencias de vida más que con la influencia musical. Si bien a mí me marcaron Iggy Pop o David Bowie en la adolescencia, nunca quise parecerme a ellos. Lo que hago son canciones, es la mejor manera de definirlo: para mí “pop” es Bandana y “rock” es Riff. Y me gusta no tener un límite de estilo.
–¿Es más fácil moverse con esa
libertad en un sello independiente?
–A nivel creativo a lo mejor sí, aunque yo nunca tuve problemas con las compañías cuando estaba en Peligrosos Gorriones. Un sello independiente tiene sus contras, sobre todo porque el desarrollo posterior es muy precario, a nivel distribución o apoyo para hacer una fecha. A mí Indice Virgen me contuvo y me sirvió, yo nunca hubiera editado un disco solista si Sebastián (Carreras) no me hubiera convencido. Estuvo bien hasta acá.
–¿Ahora estás planteándote
salir de Indice Virgen?
–Estoy tratando de proyectar para arriba porque internamente lo pido, es un momento de cambio. Tengo que tocar de otra manera, llegar a más gente: lo pide mi posición como artista y como persona. No me sirve que el disco no esté en todo el país. Necesito otra estructura que soporte eso. Quiero formar, con algunas personas con ganas de trabajar, un circuito y un planteo de la política de cómo mostrar la obra de una manera más amplia. Es difícil, pero están las ganas.
–¿No tenés prejuicios
con la masividad?
–Nunca tuve rollo con eso. Uno tiene el público que merece y la respuesta que merece a lo que está dando. Hay un techo, pero se puede abrir y construir un piso más arriba. A veces tiene que ver con las ganas y otras con la cultura de la gente del país donde vivís, que determina algunos límites de alcance. Hay que adaptarse: ése es el juego.
–¿Y qué pensás de las cosas que sí son masivas, con grupos “inventados” como Mambrú, por ejemplo?
–Me parece lamentable que haya gente que no se dé cuenta de que es un negocio. Eso no tiene nada que ver con el arte. Si bien hay un tema de Mambrú que me gusta... (risas), que haya gente que se ponga a hacer un teatro de la realidad y que la realidad lo compre me parece un horror. Responde a una realidad de plástico. A mí los paquetitos me parecen horribles: me parece cínico. Creo en los resultados. No es lo mismo hacer cosas para ganar plata que ser honesto y crear en base a tus convicciones, va a ser otro. Yo rescato a los artistas y no a los productos. También vende discos Charly García. Yo siento que me escuchan. Hay un público que pide otra cosa. Si no no podría estar tocando. Uno vuelve a crear sobre el escenario, es algo mágico, divino. Cambia todo ahí arriba, es cuando de verdad te sentís artista. Les debe pasar hasta a Mambrú.