UN LUGAR DONDE SE PUEDE ROMPER COSAS PAGANDO
¿Nunca te pasó que tenías ganas de tirar un objeto al piso y que se rompa y no tener que hacerte problema por eso? Bueno, ese lugar existe. Rompan todo.
› Por Javier Aguirre
Destrozar a palazos una computadora, con impresora, monitor y todo, podría ser mucho más que una reacción propia de un psicópata de oficina, o del Pomelo que todos llevamos dentro: tal vez resulte una forma de terapia. Es el argumento de venta de The Break Club (thebreakclub.com), un servicio que propone combatir el stress a fuerza de destruir cosas a puro batazo de béisbol. O sea: pagás la tarifa, te dan un bate, algunos accesorios para protegerte de las esquirlas (casco, guantes, barbijo), y tenés diez minutos para demostrarle quién manda a unas cuantas botellas de vidrio, a trastos informáticos, o a cualquier cosa que desees moler a palos. “Tenemos combos prefijados, como las veinte botellas, que cuestan 100 pesos, o el monitor más CPU, DVD player e impresora, que cuestan 150 pesos, y también un menú a la carta, para que el usuario elija qué cosa romper”, explica al NO, cual maître del batazo de béisbol, Guido Dodero, responsable e ideólogo del Break Club, quien subraya que se trata de un servicio con “satisfacción ciento por ciento garantizada”. “Es algo animal, al cuarto batazo ya no sos vos”, sostiene Guido, y cuenta que decidió lanzar el emprendimiento a partir de la violencia contenida que percibe en las calles porteñas. “Si vas con tu auto, demasiado lento, por la calle, alcanzaría con que te toquen bocina; pero no, te dicen ‘cornudo’, ‘la concha de tu madre’... después de notar eso, quise darle a la gente la oportunidad de hacer catarsis de un modo real”, explica Dodero, y reconoce la existencia de ideas similares en otros países. “Creo que soy el primero acá, pero no quiero sonar como ‘el inventor’, porque todo está inventado”, se ataja. “El Break Club es una adaptación más lúdica, más terapéutica, más argentina, de otras experiencias que hay en Estados Unidos, aunque allá tienen una onda medio militar, con mucho traje camuflado”, toma distancia.
El menú –que después de la sesión de palazos incluye diez minutos de música chill-out, como para ir bajando un cambio– tiene un plus de conciencia ecológica: las botellas y computadoras destruidas durante el ¿tratamiento? provienen de donaciones, y luego del apaleo son destinadas a reciclaje a través de organizaciones ambientalistas como la cooperativa Ceibo o Greenpeace.
El Break Club ya lleva unas 30 sesiones de destrozos hasta el momento, y lo de “club” alude a un espíritu itinerante. “Hasta ahora lo hemos hecho en un PH de Palermo, pero la idea es que vaya cambiando de sedes, y funcionando en lugares que estén por ser demolidos”, precisa Dodero, quien destaca la respuesta que los “bateadores” han dejado en el libro de visitas del club. “Es tremendo lo que te van diciendo, la diversidad de targets que llevan a la gente a querer moler todo a palazos”, observa, y enumera razones documentadas por quienes ya movieron el bate: “Por el parcial”; “porque mi viejo”; “por los pelotudos que la vida me puso delante”. “Todos los que vienen salen con una sonrisa de oreja a oreja, con cara de niño, como en una actitud primitiva, como si sintieran que acaban de hacer algo prohibido”, se inspira. “Yo no soy psicólogo, ni pedagogo, soy un emprendedor, y apunto a hacer algo por los demás... no es joda”, reflexiona Guido. No es joda.
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