SHOW INTERNACIONAL: THE WALL EN RIVER
› Por Luis Paz
El show fue promocionado como un espectáculo con pantallas de quichicientos terapíxeles y sonido envolvente, apto para todo público. La movida fue un éxito: nueve estadios de River repletos por una galería de públicos que, de otra manera, difícilmente se hubieran amontonado en torno de un mismo concierto. Pero aun habiendo marcado la dominación de la música por el evento, el capítulo argentino de la gira The Wall fue algo sin precedentes. Con el muro de los lamentos de Waters siendo armado y derribado como corolario de una música maravillosa, las proyecciones sobre la pared, sumadas a la prolijidad de la banda y a la riqueza del álbum de Pink Floyd, diseñaron un espectáculo excepcional que rindió también en cuanto a mostrar la música de un compositor (y un grupo) fundamental de la historia rockera de todos los tiempos.
Nada que ver con eso tuvo la llegada de Pulp. Lo del combo que lidera el genial Jarvis Cocker fue de un nivel de entrega de otro planeta. Sin parafernalia, salvo tubitos de neón y luces, los de Sheffield sudaron gordo en el Luna Park y regalaron casi media hora de más respecto de la duración de sus conciertos en otros lugares. Hicieron Razzmatazz, Underwear, Help the Aged, Party Hard, hilvanando dos horas y cuarto de felicidad y demostrando por qué fue una de las bandas británicas modernas más notables. Los también ingleses Suede clausuraron el Pepsi Music en Vorterix con otro memorable recital, aunque en esta encuesta nadie se acordó de ellos.
Por detrás de los ocho votos de Waters (de músicos bien distintos como Emiliano de No Te Va Gustar y Pecho de Las Manos de Filippi) y Pulp (Mariano de Babasónicos; Barbi de Utopians), dos maneras de hacer música se ubicaron segundas: Björk sumó por su impecable actuación en el Centro Municipal de Exposiciones; y Foo Fighters por su extenso show en el Monumental. Lo de la islandesa fue superlativo: un espectáculo musical con una tecnología imposible y un concepto finísimo en torno de las formas de vida. Entre organismos unicelulares y el cosmos, Björk reinó durante unas horas en uno de los mejores conciertos de la historia de la música contemporánea en este país. Foo Fighters, a caballito de Wasting Light, llegó por primera vez a la Argentina para ser acto de cierre de dos jornadas del Quilmes Rock para delicia de las y los rockeros alternativos. Aunque, vamos, lo alternativo de verdad es Björk y no lo de los Foo.
En el tercer escalón, Robert Plant cautivó el voto de Las Pelotas, Poncho y Vetamadre desde el Luna Park el mismo año que vieron la luz la película y el combo de CD y DVD Celebration Day de Led Zeppelin. Conciertos inquietantes, deliciosos o revulsivos hubo decenas: Dinosaur Jr, tUnE—yArDs, The Horrors, Ariel Pink, Gruff Rhys, Slayer, Morrissey y Extremoduro, y siguen las firmas. En un año con recitales internacionales tres veces por semana y precios casi nunca menores a 200 pesos, el indie internacional encontró su lugar entre la llegada de las luminarias del pop (Madonna, Lady Gaga), la música popular estadounidense (Bob Dylan; Crosby, Stills & Nash), el nü metal (Marilyn Manson) y el punk (NOFX, The Damned). Tanta cháchara opacó un poco la relevancia de los shows nacionales. ¿O habrá sido que ningún local la rompió en vivo?
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